EDITORIALA

Hace falta un cambio cultural profundo que establezca la sanidad como prioridad

Hasta esta semana, parecía que Gotzone Sagardui había logrado esquivar la maldición que persigue a la cartera de Sanidad en los gobiernos de Iñigo Urkullu. Primero Jon Darpón se vio forzado a dimitir por el escándalo de las oposiciones amañadas, un asunto pendiente de juicio y por el que varios altos cargos de Osakidetza tuvieron que dimitir. El empeño en negar las evidencias hizo que la posición de Darpón fuese insostenible.

Le sustituyó Nekane Murga, a la que la pandemia del covid-19 le cayó encima y superó por todos los costados, poniendo al Gobierno en evidencia, a la defensiva y permanentemente enfadado por todo y con todos. Urkullu tuvo que sustituirla con el cambio de Gobierno. Para entonces algunas malas costumbres ya se habían instalado en el Ejecutivo de Lakua, como la de negar haber dicho cosas que todo el mundo ha oído y que están grababas.

La decisión de poner a Gotzone Sagardui al frente de Salud transmitía que habían entendido la importancia que ese cargo tiene en este momento. Parecían hacer una apuesta por alguien disciplinada, formada, bregada y con un discurso articulado.

Ese discurso ha sido, finalmente, el que ha hecho tropezar estrepitosamente a Sagardui. Su visión sobre hacia dónde se dirige bajo su dirección la sanidad pública -y la privada, que no hace más que engordar a costa de estas políticas-, resulta aterradora. Ahora la consejera niega que dijese lo que dijo, pero quedó grabado. Plantea que fue una disertación, en ningún caso un cambio de política, pero ella no es una académica, es la máxima responsable del servicio público de salud. Que utilizase el eufemismo «cambio cultural» no hace sino acrecentar la desconfianza. Planteó que habrá que desplazarse más para ser atendidas, que se cerrarán centros en verano y que en algunos consultorios la responsabilidad máxima recaerá sobre enfermeras para suplir la falta de médicos.

Además, ha sido muy poco oportuna, porque ahora Osakidetza se está recomponiendo para encarar otra fase de la pandemia, y la experiencia está siendo muy frustrante, tanto para los y las sanitarias como para la ciudadanía que enferma o necesita atención.

Osakidetza, una joya de la corona desgastada

Históricamente, la sanidad pública ha sido considerada la joya de la corona del autogobierno vasco. Era el terreno en el que mayor ventaja se sacaba al competidor ideal que el PNV se ha impuesto a sí mismo: el Estado español de las autonomías. El truco de la soberbia es no compararse nunca con modelos.

En tierras vascas se habría desarrollado una sanidad pública a la altura de un estado del bienestar. Quienes defendían esto argumentaban que el gasto en sanidad suponía la partida presupuestaria más grande. Pero esto ha hecho que muchos cargos de designación directa hayan rotado por las docenas de puestos políticos que hay entre el departamento y empresas. También ha provocado que se desarrolle una red clientelar concertada que conoce las necesidades que se crearán más adelante y que está preparada para darles respuesta desde la colaboración público-privada. Por todo ello, por la cantidad de dinero, por los cargos y por la industria paralela, este ámbito se ha convertido en una oportunidad personal pero en un peligro para los partido del Gobierno, en especial para el PNV. Todo eso, más austeridad e inversiones desviadas a proyectos faraónicos o a gasto corriente. Por eso, este cargo no quema, calcina.

Para dejar de desmantelar la sanidad pública, hace falta abandonar las prácticas clientelares y reordenar el gasto y las inversiones. Ya se ha visto que dinero hay. Para todo eso hace falta un debate abierto y serio, junto con un liderazgo fuerte y flexible. Eso sí que sería un cambio cultural positivo para el país.