Daniel GALVALIZI
ELECCIONES EN ANDALUCÍA

El PP arrasa porque deglute a Cs y recibe el voto útil contra Vox

El presidente de Andalucía, Juanma Moreno, obtiene una histórica mayoría absoluta y deja noqueadas a las izquierdas, que pagan cara su división. El resultado potencia el nuevo tono moderado de Feijóo, aunque convive con el trumpismo de Ayuso. Un resultado inédito que no es extrapolable pero merece encender las alarmas en la izquierda y el soberanismo.

(Cristina QUICLER AFP)

La política siempre guarda alguna sorpresa y lo de Andalucía este domingo ha dado uno de esos hitos inéditos: por primera vez el PP obtuvo una mayoría absoluta y dio el sorpasso al PSOE en todos sus bastiones, como Sevilla y Jaén. Es la segunda vez gana unas elecciones regionales, pero en 2012 lo logró solo por un 1,1%, mientras que ahora ha casi duplicado en votos a los socialistas, por lo que el presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, no necesitará pactar con nadie y obtiene la insólita mayoría de 58 escaños, tres más que los que precisa para ser investido.

¿Andalucía se ha vuelto de derechas tras ser considerada feudo socialista durante décadas? El fenómeno es complejo y mezcla dinámicas a nivel estatal y autonómico, pero los números son los que son y analizarlos enciende la alarma por el impacto que puede tener a diez meses de las municipales y a quince de las generales.

Un dato clave que pocos medios recalcan (quizás con la intención de engrandecer a Bonilla) es la gran abstención que hubo en la comunidad autónoma más poblada del Estado español: casi tres millones no votaron (el 42%), en una región acostumbrada a la alta participación.

Hasta hace no mucho superaba el 70% (en 2004 votó el 76%, casi un tercio más que este domingo). Y vistos los resultados, los que se quedaron en casa no son precisamente los conservadores.

Dicho esto, Bonilla aportó mucho a su propio triunfo. Los cambios sociológicos no son repentinos y no es que los andaluces se hayan madrileñizado. Es claro que él excede las fronteras ideológicas y ha sido un vehículo efectivo para que el PP rompa techos que antes no podía. Además de sus condiciones personales (carisma, sonrisa y todo lo que suma a favor en esta fase de política de espectáculo), supo tomar un riesgo y el votante cogió el mensaje: dijo querer mantenerse en la moderación y dejar lejos a la ultraderecha: ratificó que no iba a desmantelar leyes de género ni LGBTI ni entró en discursos identitarios ni xenófobos. Fue un éxito: los votantes moderados lo vieron como el voto útil contra Vox.

Este detalle merece disparar ciertas alarmas para el PSOE, Unidas Podemos y el soberanismo vasco, catalán y gallego. Hubo decenas de miles de andaluces que vieron en el PP una fuerza contenedora de Vox, que creció menos de lo esperado y se quedó lejos de sus aspiraciones.

Que el bloque progresista no sea visto como la opción útil para frenar a la extrema derecha debe hacer reflexionar a más de una fuerza al norte de la Sierra Morena.

Bonilla dio al electorado lo que los tiempos de Feijóo están tratando de imponer en todo el Estado: thatcherismo económico y centrismo en lo social. Ese combo ha permitido que se degluta a Ciudadanos, que pierde todo escaño y el 82% de sus votos con respecto a 2018. Que el PSOE haya perdido votos en casi todas partes muestra que la mayoría de los votos naranjas fueron a parar a la papeleta azul.

El presidente que será reelecto contó también con un aliado inesperado: un Vox infantil y amateur. La candidata Macarena Olona tenía poca raigambre territorial y Santiago Abascal probablemente se esté arrepintiendo del ultimátum que dio días pasados, advirtiendo de que si no entraba la ultraderecha en coalición iban a forzar una repetición electoral. Los andaluces prefirieron asegurarse que en otoño no hubiera que ir a las urnas.

El PSOE perdió Sevilla y eso ya es un hito en sí mismo. Juan Espadas no pudo conquistar algo más allá de su núcleo duro y es evidente que la corrupción de los expresidentes de la Junta está fresca en la memoria. También habría que reflexionar sobre si un PSOE tan de centro no acaba siendo fácilmente sustituible por el PP.

Por su parte, las otras dos izquierdas pasaron de 17 a siete escaños. La versión trotskista retiene dos, con Teresa Rodríguez obteniendo menos de lo que aspiraba, y la confluencia polipartidaria con Podemos e IU al frente consigue solo cinco. El reparto de D’Hont les habría beneficiado si hubieran ido en la misma papeleta y exhibe el fratricidio que representa la fragmentación de fuerzas a la izquierda del PSOE.

La lección que deja Andalucía es que el electorado de derechas está movilizado y la estrategia de giro al centro empieza a dar resultados. La movilización de las bases progresistas se vuelve urgente y el fantasma de Vox ya no alcanza. Los barones del PSOE y los poderes fácticos aprovecharán esta situación para empujar a Moncloa al centro (incluyendo a Yolanda Díaz). Quizás caigan en la tentación pero deberán recordar el tiro en el pie de Pablo Casado en 2019 imitando la radicalización de los ultras: a la hora de votar, la gente quiere el original y no la fotocopia.