Agotamiento
Seguimos viviendo a todo gas, transformando en consumo efímero esa energía que ni se crea ni se destruye, pero que se agota. Poco hemos aprendido de la crisis de los setenta. Y medio siglo después aquí estamos, leyendo casi con estupefacción una tribuna abierta en la que los presidentes de las grandes energéticas francesas abanderan el eslogan de que la mejor energía es la que no se consume. Si los que antes incitaban al dispendio para hincharse de beneficios ahora llaman a la mesura, es que la penuria energética que anuncian es tan cierta como el cambio climático al que estas mismas empresas han colaborado. Macron no seguirá sus consejos: debe derrochar energía para componer un ejecutivo sin mayoría absoluta y con una oposición con las baterías cargadas. Y como lo más probable es que se apoye en los neogaullistas para formar su segunda legislatura, esta amenaza con ser tan nefasta en recortes sociales como la primera y además con crisis económica añadida. Se congelarán los salarios, se reformará el sistema de pensiones para recortarlas y subirá el precio de la vida como burbujas de champán. Pero el problema, dicen, es nuestro, que vivimos a todo gas. La cuestión es que la energía de la contestación social no sólo no da para transformar nada; además, se agota.