Amparo LASHERAS
Periodista
AZKEN PUNTUA

Sindicalismo vertical para el siglo XXI

Antes de que le preguntasen sobre el conflicto de Mercedes, el lehendakari Urkullu ya se adelantó para confirmar en Stuttgart que él está «a favor de la empresa». Era algo previsible, pero, como hizo la consejera de Sanidad con el «cambio cultural», es una forma de sentar cátedra desde el poder y, también, un aviso a la plantilla, un chantaje laboral y emocional que responsabiliza a los trabajadores del futuro de la empresa y les induce al miedo de perder el trabajo si existe conflictividad. Según Urkullu, apoyando a la multinacional alemana, defiende a los trabajadores, porque la empresa, afirma, «son también los trabajadores». No sé a ustedes, pero a mí me recuerda los principios del sindicalismo vertical y franquista, aquel tan nefasto para la clase trabajadora, en el que confluían empresarios y trabajadores y negaba la existencia misma de los conflictos laborales. Con su declaración, Urkullu ha querido ratificar con palabras simples lo que ha demostrado en decenas de imágenes, que su Gobierno fija posiciones con los empresarios y va a combatir todo concepto o acción que se salga de los límites impuestos por los intereses de éstos. En esa práctica política, el sindicalismo de clase y la huelga les estorban. Por eso resulta tan imprescindible mantenerlos vivos, fuertes y unidos.