Pedro A. MORENO RAMIRO
GAURKOA

Euskal Herria, un país plurilingüe

Hablar de Euskal Herria es hablar de pluralidad y diversidad, y hacerlo implica tener en cuenta que en esta tierra se han utilizado diversas lenguas desde épocas inmemoriales. A día de hoy a esta pluralidad pasada y presente se suman factores, como por ejemplo, no poder aseverar a ciencia cierta la procedencia del euskara o de cómo arraigó en las diferentes zonas de Euskal Herria.

También hablar de Euskal Herria en el siglo XXI significa hablar de pluralidad, ya que hacerlo significa ser conscientes de que son mínimo tres las lenguas vehiculares que se hablan en los pueblos vascos (castellano, francés y euskara batua). Digo «vehiculares» porque el castellano sirve en Hegoalde para comunicarse entre aquellas personas que su lengua materna es el euskara, con aquellas que su lengua materna es el castellano, de igual forma que el francés sirve en Iparralde para entenderse entre aquellas gentes que su lengua materna es el euskara o el occitano gascón, con aquellas otras que no hablan ninguna de estas dos lenguas pero sí la lengua gala. Por último, el euskara batua sirve de lengua vehicular entre todas aquellas personas que utilizan cotidianamente los diferentes euskalkis de Hego e Ipar Euskal Herria.

Aparte de las lenguas vehiculares, existen lenguas como el occitano gascón que se habla en catorce municipios de Iparralde o los diversos dialectos eusquéricos minorizados que existen o han existido a lo largo y ancho del país. Hacer mención a los euskalkis, implica tener en cuenta los seis euskalkis principales en el norte y sur de Euskal Herria con sus diversas particularidades internas. Estos serían: el vizcaíno, el guipuzcoano, el navarro, el bajonavarro, el suletino y el labortano. Desgraciadamente, algunas variedades del bajo navarro como el aezcoano o el salaceno están prácticamente extintas, peor suerte corre el roncalés, el cual ya está extinto.

Aparte de estas variedades eusquéricas que menciono, en Nafarroa y entre los siglos X y XVII se habló en el sur, centro y este de nuestra tierra una lengua romance-latina emparentada con el aragonés y el riojano: el romance navarro. Desafortunadamente, esta lengua se perdió en Navarra en el siglo XVII por el impulso, apoyo e imposición del castellano que vino derivado de la conquista del Reino de Navarra.

Explico todo este contexto histórico-lingüístico porque como ecologista social no puedo entender la realidad de este país desde una perspectiva homogénea y nacionalista. Cuando hablo de nacionalismo, hablo del nacionalismo que encarnan UPN, PSOE, PP o Vox en nuestra tierra y es que, ver la animadversión que tienen por el euskara es irritante y a un servidor le provoca rabia y vergüenza el escuchar o leer opiniones tan inmovilistas y tan contrarias respecto a la normalización lingüística que necesita este país y muy especialmente territorios como los de Nafarroa e Iparralde. Pero también me refiero y me gustaría hacer mención a aquellas personas que se encuentran en ámbitos euskaltzales y que propugnan un discurso homogéneo y poco creíble, o mejor dicho aplicable, con la realidad actual de nuestro territorio.

Estas decisiones políticas, las cuales personalmente considero un error, las tienen muy claras y superadas en el seno de la izquierda abertzale, donde y en palabras de su secretario general, Arnaldo Otegi, «se puede ser vasco sin saber euskara» y es que, de la misma manera -esto lo añado yo- que en Irlanda solamente un 5% de la población adulta habla gaélico y nadie cuestiona su sentimiento irlandés, en esta zona del sur de Europa debería de suceder lo mismo con relación al euskara y al sentimiento de pertenencia. Decir y defender esto no significa que no sea importante y determinante establecer los mecanismos suficientes para que el euskara sea una lengua de amplio uso y en la que una persona se pueda expresar desde Encartaciones a Tudela, pasando por Maule. Afirmar esto quiere decir que es imprescindible entender la pluralidad lingüística del país y asumir que a día de hoy todas son lenguas del pueblo vasco, ya que todas son habladas en nuestro territorio y por nuestra gente. Lenguas autóctonas a las que habría que sumar todas las lenguas que han introducido y con las que viven muchos migrantes en este pequeño país.

Desde mi punto de vista, llegar a esta conclusión implica construir un relato de país amplio, flexible y abierto, que intenta integrar y construir desde la diferencia, pero sin olvidar la historia y la cultura común que contienen otras expresiones de «comunión colectiva» aparte de la lengua como pueden ser: las prácticas comunitarias compartidas, los lazos sociales y toponímicos, la gastronomía, los símbolos comunes o el folklore.

En definitiva, hablar de Euskal Herria implica hablar de nuestra casa común, una casa que a muchas no nos la ha otorgado el «derecho de nacimiento», los apellidos o el arraigo familiar. Para mí, como para muchas otras vascas que no han nacido esta tierra, la condición de vasca nos la ha dado el vivir, trabajar, amar y llorar en los pueblos y comarcas de estos siete herrialdes, independientemente de cuál sea nuestra lengua materna, nuestro credo o nuestro lugar de nacimiento -esto no implica renunciar a tu origen, sino incorporar al mismo un «apellido»-. Por lo que seremos nosotras, como personas independientes que formamos parte de una sociedad común, las que decidiremos la manera en la que construir la realidad vasca del futuro con el euskara, castellano, francés y occitano gascón como piezas fundamentales de un puzzle diverso y rico que algunos llaman Euskal Herria, otras llaman País Vasco y que para algunas, como para mí, es simplemente mi hogar.