EDITORIALA

Huida hacia adelante con la energía nuclear

El declive de los yacimientos de combustibles fósiles más rentables y las sanciones a Rusia han disparado los precios de la energía en todo el mundo. Una situación que obliga a los países a repensar sus estrategias para asegurar el suministro energético, aunque la mayoría de ellos se esté inclinando por las viejas recetas. El caso más paradigmático puede ser el de Japón, que después de sufrir hace once años en Fukushima uno de los peores accidentes nucleares, sino el peor, ha decidido optar nuevamente por la energía nuclear. El plan presentado por el primer ministro, Fumio Kishida, contempla la construcción de una nueva generación de plantas nucleares y extender la vida útil de sus reactores por encima de los 60 años. De este modo esperan reactivar un total de 17 reactores para el verano que viene, con el objetivo de que proporcionen del 20 al 22% de la electricidad.

Resulta realmente insólito que después del terrible accidente nuclear de Fukushima, el Gobierno de Japón vaya a optar otra vez por la energía nuclear. No parece, además, que hayan sacado ninguna enseñanza de aquella desastrosa experiencia que todavía no ha terminado. Superados por la dimensión de la catástrofe, la empresa propuso verter el agua radioactiva de Fukushima, convenientemente diluida, al mar. Hace un mes la Comisión Reguladora para la Energía Atómica de Japón dio el visto bueno a la propuesta, lo que provocó protestas de ciudadanos, pescadores, organizaciones ecologistas y de los países vecinos, especialmente Corea y China. Sorprendentemente la comunidad internacional no ha puesto mayores objeciones, a pesar de que las afecciones que puede provocar la radioactividad, por mucho que se diluya en la inmensidad del océano Pacífico, son impredecibles.

El accidente de Fukushima evidenció los enormes peligros de la fisión nuclear. La gestión de aquel desastre está mostrando los enormes costes de la energía nuclear, que desbordan la capacidad humana. El ejemplo debería bastar para no repetir el error y optar por otro tipo de soluciones, pero no es el caso: ni en Japón ni en Europa. La huida hacia adelante solo conduce hacia una catástrofe mayor.