EDITORIALA

Onkologikoa no es Houston, pero en el cuidado de las personas debería seguir siendo puntero

El cáncer es una enfermedad seria y demasiado común en nuestras sociedades. Genera pavor en las personas. Sería difícil encontrar una sola familia vasca que, de más lejos o de más cerca, no haya sufrido y convivido con esa enfermedad. La mayoría de la gente conoce a alguien que la ha padecido y, en muchos casos, alguien que falleció a causa de ella.

Es común también el relato sobre la lucha que supone para quienes la sufren y su entorno, desde el diagnóstico hasta el final, pasando por tratamientos que a menudo son particularmente duros. Esa vivencia compartida genera una empatía y un vínculo que afloran si se habla del tema, aunque en ese punto divergen algunas de las estrategias que las personas construyen para afrontar el trauma, tanto si los o las enfermas sobrevivieron como si resultó fatal.

Los avances que ha habido en el terreno de la oncología son conocidos y palpables. Se han mejorado los diagnósticos y los tratamientos de los diferentes tipos de cáncer; la cirugía no para de avanzar; se ha aprendido cómo actuar mejor en el terreno de los cuidados; se ha hecho un gran esfuerzo en investigación y se ha avanzado mucho en la cronificación de la enfermedad. Resumiendo, se ha mejorado la vida de los pacientes y se ha reducido el número de muertes que causa el cáncer. El balance general es, por lo tanto, muy positivo y, sin embargo, puede no ser un gran consuelo para quienes tienen la perspectiva de sufrir e incluso morir a causa de esta enfermedad.

En este terreno -y no solo para esta enfermedad-, la aprobación en el Estado español de la Ley de la Eutanasia ha supuesto una revolución humanista que ha convertido la muerte digna en norma, dejando atrás la suma azarosa de voluntades piadosas y semiclandestinas que regía antes en un momento tan duro como es el de la muerte.

Atender a profesionales y usuarias

Con esta perspectiva general, es normal que la sociedad no entienda qué se pretende hacer con Onkologikoa, el centro dedicado al cáncer que fue patrimonio de la obra social de las cajas de ahorro guipuzcoanas y que ahora gestiona Osakidetza. Los tumbos que ha dado Lakua en este tema, que van desde la negativa rotunda a meterlo en la red pública a superar la concertación pero no terminar de integrar el centro, pasando por un experimento a manos de entidades que privatizaron la Sanidad de la Comunidad de Madrid, provocan una desconfianza lógica.

A pesar de que la consejera de Salud, Gotzone Sagardui, niega que se esté gestionando mal, pacientes y personal sanitario del centro han ofrecido pruebas de que se infrautilizan los recursos y que el servicio está perdiendo calidad. Las hipótesis son que hay un plan para amortizar lentamente Onkologikoa devaluando su labor o, simplemente, que no existe plan.

Por eso, miles de personas se manifestaron ayer en Donostia para pedir que se mantenga el carácter «monográfico» del centro en torno al cáncer y su «total integración» en Osakidetza. Escuchar lo que tienen que decir los y las pacientes es un principio básico de la medicina. Atender lo que proponen los profesionales de la salud debería ser lo normal en un servicio de salud público. No son demandas caprichosas y merecen recibir explicaciones razonadas y veraces. No se puede tratar a la ciudadanía como se trataba antes a las y los pacientes, como pobres inanes sin voluntad ni criterio. Son personas adultas.

Onkologikoa quizás no pueda ser un centro de vanguardia en la investigación del cáncer, pero siempre ha sido un centro puntero en el trato y en el cuidado a las personas con cáncer. No puede renunciar a dar el mejor tratamiento disponible y el mejor trato imaginable. Esos son sus grandes valores y Osakidetza debería garantizarlos y desarrollarlos.