Ingo NIEBEL
CRISIS ENTRE SOCIOS COMUNITARIOS

Las relaciones entre Berlín y París no pasan por su mejor momento

En plena crisis energética, social y confrontación de Occidente con Rusia, las relaciones entre el canciller alemán, Olaf Scholz, y el presidente francés, Emmanuel Macron, han ido a peor. Berlín cabrea a París por sus acciones unilaterales y porque, asegura, van directamente en contra de sus intereses.

(Ludovic MARIN | AFP)

Mientras la Unión Europea (UE) no cesa de apelar a la unidad para hacer frente a las consecuencias económicas y sociales surgidas de las sanciones contra Rusia por su ataque a Ucrania, sus dos Estados más importantes -Alemania y Francia- protagonizan un insólito enfrentamiento.

Tan mal va la relación bilateral que París pospuso a enero un Consejo de Ministros conjunto franco-alemán que estaba previsto para hoy. En su lugar, Scholz viajó ayer a la capital francesa para intentar limar tensiones en un almuerzo de trabajo tras el que no hubo declaraciones a la prensa.

Berlín no se ha esforzado mucho en ocultar las diferencias. Justificó la cancelación de la cumbre por «problemas de agenda» de varios de sus ministros. La titular de Exteriores, Annalena Baerbock (Verdes), adujo que «por las vacaciones» de sus hijos no podría asistir. No era la única que utilizó esta excusa.

El Viejo Continente atraviesa quizás la peor crisis internacional desde la de Cuba de 1963, pero varios dirigentes alemanes dan prioridad al tiempo con sus hijos frente a arreglar los problemas de Alemania con el Estado francés. Más que como socios, ambos Estados actúan como rivales, cada uno convertido en el centro de dos bloques opuestos.

Emmanuel Macron y Olaf Scholz elevaron su disputa a durante la cumbre de la UE en Bruselas la semana pasada. El principal punto de discordia ahora es cómo reducir los crecientes precios de luz y gas. El Estado francés -junto a Italia, Estado español, Bélgica y Lituania, entre otros- quiere poner un tope. Alemania -junto a Países Bajos, Dinamarca, Austria y Bulgaria entre otros- prefiere subvencionar a empresas y familias. Sus Gobiernos argumentan que un tope general podría causar que los proveedores interrumpan la venta a Europa si en otras partes del planeta se paga más por el gas.

El tripartito del socialdemócrata Scholz (SPD) ha acordado movilizar 200.000 millones de euros en ayudas. No lo comunicó con antelación y varios Estados europeos lo consideran poco solidario porque carecen del superávit financiero de Alemania.

Macron echó más leña al fuego el pasado jueves al espetar a Berlín que «no es bueno ni para Europa ni para Alemania que uno se aísle y actúe por su cuenta».

Scholz replicó que los 200.000 millones se movilizarán en los próximos tres años. «Si esto se aplica temporalmente, es lo mismo que están haciendo Francia, Italia, España y otros países», dijo.

No obstante, este rifirrafe no es más que el último.

Las discrepancias vienen de antes y son de calado. En ellas influye también la situación interior que aún es bien diferente en ambos países: actualmente Scholz no ha de lidiar como Macron ni con fuertes manifestaciones de carácter social ni con la escasez de combustible, consecuencia de la huelga en las refinerías francesas.

Un problema de fondo es que el Gobierno francés se aferra a la energía nuclear, mientras que el canciller alemán acaba de decretar el cierre definitivo de las últimas tres plantas atómicas para mediados de abril de 2023.

Alemania -al menos la gobernada por SPD, Verdes y FDP- no dará otra oportunidad a esta fuente de energía. La envergadura de esta situación es difícil de prever porque en ello interfieren muchos factores. Dado que también en el sector eléctrico la UE está más o menos entrelazada, un blackout en Alemania sí podría traer consecuencias serias para Francia: Parte de la energía eléctrica la tiene que importar de Alemania por el mal estado en el que se encuentran varias de sus centrales nucleares.

Así que con su política energética «verde», Scholz fuerza más o menos a Macron a dejar la energía nuclear, algo que para el presidente francés es cuestión de Estado.

El choque de trenes afecta a los intereses geopolíticos franceses. Esto se ha visto recientemente cuando Berlín se ha posicionado, junto con Madrid, del lado de Rabat para promocionar la producción del denominado «hidrógeno verde» y su exportación desde el norte de África a la UE.

Por eso Scholz ha respaldado a su homólogo español, Pedro Sánchez, presionando a Macron para reactivar el gasoducto Midcat. En vez de ceder, el mandatario francés lo ha cambiado por un nuevo proyecto de gasoducto marítimo, acordado con Lisboa y Madrid que debe unir Barcelona con Marsella.

Otro frente entre Berlín y París se ha abierto en materia militar

. A principios de mes, Scholz lanzó la idea de un sistema europeo antimisiles, el denominado European Sky Shield Initiative (ESSI). Según su propuesta, la tecnología y el armamento serán de fabricación israelí y estadounidense. La propuesta de Berlín no ha gustado en absoluto en París al constituir la industria armamentística francesa, junto a la industria nuclear, otro poder fáctico en el Estado francés.

Mientras Macron sale en defensa de los tradicionales intereses nacionales, Scholz opta por cierta política de «primero Alemania». Le impulsan los principales temores de la sociedad alemana, que son la guerra, los precios energéticos y la inflación-. Dinero para sus proyectos no le falta, sí acaso estrategia. Y tacto.