Mauricio MORALES

Vigilia por un manifestante en Perú

La represión policial y militar arrebató el 5 de diciembre la vida a nueve personas que intentaban tomar el aeropuerto de Ayacucho-Huamanga, capital de la provincia homónima, en el centro de Perú. Jonathan Alarcón, que murió en la UCI el 21 de diciembre, fue la décima víctima de la represión.

Familiares y amigos de Jonathan Alarcón se despiden del joven en su funeral.
Familiares y amigos de Jonathan Alarcón se despiden del joven en su funeral. (Mauricio MORALES)

La destitución y arresto del presidente de Perú, Pedro Castillo, después de que intentara disolver el Congreso, y su reemplazo por su vicepresidenta, Dina Boluarte, ha generado manifestaciones en todo el país exigiendo su dimisión -y la de su Gobierno-, el cierre del Parlamento y una nueva Constitución. Según el Ministerio de Salud, 27 personas han muerto en esas manifestaciones, diez de ellas en Ayacucho. Nueve, el 5 de diciembre a consecuencia de la represión de la Policía y el Ejército, que dejó más de 50 heridos, y la décima, Jonathan Alarcón, dieciséis días después en el hospital de esa ciudad, donde ingresó tras recibir un disparo que le entró por la espalda, a la altura de la cadera izquierda, y le destrozó el abdomen.

Un día antes de la muerte de Alarcón, el 20 de diciembre, más de un centenar de personas se congregó en la plaza Mayor de Ayacucho, rodeada por las fuerzas especiales de la Policía, para recordar a las personas asesinadas durante la represión en pueblos y ciudades de Perú. Marcharon por las calles de la ciudad; esta vez sin que se registraran incidentes. A diferencia de lo ocurrido el 5 de diciembre, cuando los manifestantes intentaron tomar el aeropuerto de Ayacucho-Huamanga.

Entre las manifestantes estaba Alma, una mujer de 30 años, que acudió desde Lima -donde estudia- cuando comenzaron las protestas. Ella participó en la marcha al aeropuerto: «A mí me ha destrozado el alma, sinceramente. Yo he visto morir a uno de ellos. Nunca podré borrar eso de mi mente. Jamás».

Los padres de Alma son profesores. Su madre, en la única escuela de una aldea enclavada en la sierra, adonde hay que llegar caminando. «Estamos luchando para que este país sea democrático. A qué se debe que tengan encerrado al presidente. El fue elegido por el pueblo, fue profesor, como mi padre y mi madre», dice.

En la Casa del Maestro, un espacio del sindicato de profesores de Ayacucho-Huamanga, velaron a Jonathan Alarcón, de 19 años, padre de un niño de un año y que deja otra criatura aún en el vientre de su madre. Como muchos por acá, en Ayacucho y los pueblos aledaños, Alarcón trabajaba en lo que podía: agricultura, construcción, entre otros trabajos temporales. «Acá la gente trabaja para el diario», comenta una asistente al velorio.

A las 18.00 horas comenzaron a llegar familiares, amigos y activistas a la Casa del Maestro, pero no fue hasta alrededor de las 21.00 que arribó el cuerpo del joven. En la larga espera, muchos de los presentes contaban la dolorosa historia de Ayacucho: la época violenta de los años 80, de la guerra entre el Estado y Sendero Luminoso, que dejó un reguero de muerte y horror por toda la región. Muchos de los manifestantes muertos son los nietos de quienes padecieron aquella violencia.

Algunos medios peruanos y ciudadanos que están en contra de las movilizaciones han comenzado a tildar a los manifestantes de «terrucos», término que se utilizaba para llamar «terrorista» a los integrantes de Sendero Luminoso y que en América Latina se extendió para calificar a todos los que orbitaran ideológicamente en la izquierda, en un intento por deshumanizar a las personas.

Alma llegó con su madre y un ramo de flores para el difunto y esperaron en el frío de la noche de Ayacucho. Entre los asistentes al velorio se compartían los videos que recogían algunas de las muertes y heridas de los manifestantes -que ya circulan por las redes sociales-, y que mostraban a militares disparando directamente a las personas. Mujeres y hombres, tirados en medio de un charco de sangre, cuerpos destrozados por las balas.

Entre gritos que reivindicaban la lucha reciente y las antiguas, se escuchaban los de quienes pedían justicia por los muertos por la represión, mientras los familiares lloraban a su muerto sobre su ataúd.

Alma y otros asistentes al funeral afirmaban que los muertos eran más y que había desaparecidos. Camilo también tomó parte en las protestas y asistió, junto a varios compañeros, a una de las heridas: «La primera cuadrilla (Ejército) empezó a disparar a quemarropa y varias personas cayeron, varios murieron. Entraron, así como si fuera una guerra, a disparar a la gente, las personas se dispersaban. Ahí fue cuando a una señorita la dispararon en la frente, entre los dos ojos». Camilo junto a otros compañeros retiraron a la herida, que seguía consciente, de la línea de fuego y la montaron en una ambulancia. La mujer no figura en la lista de fallecidos y no la han encontrado en el hospital público. Siguen sin conocer su paradero hasta el día de hoy: «Puede ser que se haya ido a una clínica privada para evitar represalias».

La mayoría de las carreteras han sido desbloqueadas y solo en algunos puntos siguen activas las manifestaciones. Pero por lo general parece que la situación se ha calmado. Dicen algunos que es por la época navideña, pero lo más seguro es que sea porque la gente vive el día a día y necesita trabajar para comer. «Después de las fiestas y con plata en el bolsillo, puede que las cosas cambien en enero», augura un hombre.

«LOS INOCENTES, LOS HUMILDES»

En un momento dado, los padres de Jonathan Alarcón salieron para conversar con algunos periodistas de medios locales e independientes, los últimos que quedan al terminar la violencia en las calles. El padre del joven relataba cómo salieron a protestar por sus derechos: «Los inocentes, los humildes, llegaron a Huamanga para acabar bañados en sangre, postrados en un hospital, sin que nadie repare. Humildemente pagaron los platos rotos».

El padre de Alarcón pedía ayuda para la familia del joven asesinado, que ahora quedará desamparada sin los ingresos por trabajo que traía su hijo. «Mi hijo luchando por su pueblo, por su país. Mi hijo era humilde, no era un delincuente, él solo era un campesino que vivía de su sudor», remarcaba su padre.