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BRASILIA

La división paralizó al Ejército de Brasil frente a los campamentos golpistas

El Ejército de Brasil no respondió a los llamamientos al golpe de Estado, pero tampoco reaccionó contra los campamentos que lanzaron el asalto a las instituciones y en los que se participaban colegas y familiares. Su silencio evidencia la división de una institución permeada por un bolsonarismo que buscó su lealtad con miles de cargos y que desconfía del Gobierno de Lula da Silva.

Bolsonaristas frente a soldados el día del asalto.
Bolsonaristas frente a soldados el día del asalto. (Ton MOLINA | AFP)

El Ejército de Brasil no respondió a los llamados al golpe de Estado que los bolsonaristas reclamaron durante semanas desde sus campamentos y que intentaron forzar con el asalto del domingo a las sedes de los tres poderes en Brasilia. Pero tampoco se movieron para impedirlo, pese a que los militares son responsables de la seguridad del palacio presidencial de Planalto.

Durante el Gobierno de Jair Bolsonaro, capitán del Ejército y nostálgico de la dictadura, el presidente ultraderechista involucró a militares y policías en más de 6.000 cargos, desde once ministros en el Ejecutivo hasta las más diversas instituciones del país, agudizando una amenazante radicalización derechista de los uniformados. Para el politólogo Josué Medeiros, era el plan de Bolsonaro para comprar su fidelidad. Parecía confirmarse cuando el Ejército se negó a desmontar los campamentos instalados frente a los cuarteles. Muchos de los acampados eran colegas, familiares y amigos, como el coronel de la reserva Adriano Carmago, destituido de su cargo en el Hospital de las Fuerzas Armadas después de que se publicaran vídeos de su participación en los asaltos.

Uno de los detenidos aseguró que algunos miembros de las Fuerzas Armadas intentaron ayudarles a escapar del edificio antes de que fueran arrestados y que un comandante les instó a utilizar una salida de emergencia poco antes de llegaran las tropas de la Policía Militar. Según el investigador en asuntos de seguridad de la Fundación Getúlio Vargas Rafael Alcadipani, la inacción de los militares fue reflejo de su división entre los legalistas y los bolsonaristas.

Aunque simpatizantes con los bolsonaristas, destaca que no hay «clima en Brasil ni clima internacional para un golpe». «Sin cohesión ni unión no consiguen pronunciarse ni actuar, y por eso su silencio», coincide Kai Kenkel, coordinador del Núcleo de Estudios de Democracia y Fuerzas Armadas del Instituto de Relaciones Internacionales.

Los jefes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, el general Marco Antonio Friere Gomes (Tierra), el brigadier Carlos de Almeida Baptista Junior (Aviación) y el almirante Almir Garnier (Marina) reflejaron la postura dividida de los uniformados cuando amagaron con adelantar su renuncia antes de que Lula da Silva tomara posesión, lo que fue interpretado como una deslealtad hacia el nuevo presidente.

Finalmente, se echaron atrás, pero exhibieron un peligroso aviso de desconfianza hacia Lula.

Golpistas decepcionados

También enfrió los ánimos golpistas la declaración de fin de año de Freire Gomes, que destacó la misión constitucional de la institución.

«Me sentí un idiota con las palabras del general. Hace 53 días estoy en la puerta del cuartel y ¿es eso lo que el señor tiene para decirnos?», lamentaba uno de los acampados. «Lo que entendí es que estamos abandonados. Pero no por nuestro presidente, sino por las fuerzas que un día juraron proteger esta nación», añadió otro.

Varios de los más de 1.500 detenidos por participaron en el asalto tildaron de «traidores» a los comandantes militares por «no haber cumplido su parte».

Miembros del Gobierno siguen desconfiando de oficiales de alto rango. «Hay un conjunto de instituciones que fueron contaminados por el bolsonarismo», señaló el ministro de Relaciones Institucionales, Alexandre Padilha.

En este contexto, Lula aceleró el nombramiento del nuevo ministro de Defensa -un civil, el exministro del Tribunal de Cuentas Federal, José Múcio Monteiro- para poner orden en el ámbito militar.

A. su vez, el recelo de los militares puede aumentar según las decisiones del Ejecutivo de Lula, sobre todo si recorta atribuciones y retribuciones, como sucedió con Dilma Rousseff.

Bolsonaro en Florida, un visitante incómodo para EEUU

La estancia de Jair Bolsonaro en Florida coloca a EEUU en una situación comprometida que evoca recepciones anteriores de caudillos y dictadores que han elegido este estado como residencia en el exilio, como el cubano Gerardo Machado hace casi un siglo o el nicaragüense Anastasio Somoza Debayle. Recientemente, se ha convertido en el estado adoptivo de Donald Trump. Aunque Joe Biden ofreció su «apoyo inquebrantable» a la democracia brasileña a la vez que invitó a Lula da Silva a la Casa Blanca, algunos congresistas reclaman que Washington vaya más allá y que expulse a Bolsonaro del país. «No se debe permitir que los terroristas y fascistas nacionales usen el modelo Trump para socavar la democracia» escribió el demócrata Joaquín Castro en Twitter. «Bolsonaro no debe tener el refugio que le ofrecen en Florida, donde se esconde para no rendir cuentas por sus crímenes», añadió. La Casa Blanca señala que no ha recibido una solicitud de Brasil al respecto, pero que la trataría «en serio».

El hijo del expresidente brasileño Eduardo Bolsonaro es cercano a Steve Bannon, el estratega de Trump que cuestionó el sistema de votación electrónica de Brasil, al igual que hizo Trump con el resultado de EEUU y que ha promovido la ideología ultra entre partidos europeos y americanos. Para Thomas Carothers, del Carnegie Endowment for International Peace, Trump ha elevado la negación electoral al rango de movimiento internacional, lo que en Brasil se suma a otros paralelismos con EEUU, como el papel vez más importante de la religión en la política.GARA