Mikel INSAUSTI
DONOSTIA
CRÍTICA: «EL SUPLENTE»

Es duro ser docente en un secundario de Isla Maciel

Desde la distancia no podemos saber sí realmente los institutos, o secundarios como los llaman en Argentina, son así en la periferia de Buenos Aires. Pero la ambientación del entorno, con sus exteriores que tanto recuerdan al barrio de la Boca por sus viviendas de chapa y madera, son de un realismo demoledor. Es el conurbano de Isla Maciel, una zona portuaria de Avellaneda habitada por familias de clase baja, cuyos hijos e hijas se enfrentan a una perspectiva de futuro incierta, que les lleva al absentismo escolar y a una mala relación con los planes educacionales en los que no creen. La pregunta que plantea la película de Diego Lerman es la de si un profesor de literatura, procedente de los círculos intelectuales porteños, puede aportarles algo que les sirva para enriquecer sus desposeídas vidas. “El suplente” (2022) no es una muestra más del cine social aplicado al subgénero estudiantil y, pese a que está emparentada con “La clase” (2008), habida cuenta de que Lerman le envió un primer montaje a Laurent Cantet, acaba siendo un estudio muy completo sobre la relación con los demás y del grado de implicación personal en los problemas colectivos. Y esto afecta tanto a la conexión entre profesor y alumnado, como a la que el protagonista mantiene en el área privada con su padre, con su hija, con se exmujer o con una compañera de trabajo. Se da la circunstancia de que la figura paterna es la que delimita su concienciación personal, debido a que representa el activismo del barrio al frente del comedor social, sintiéndose heredero de esa lucha contra la violencia y la droga que también han tomado las aulas del lugar donde se crió, y al que vuelve buscándose a sí mismo en el reflejo del espejo. El título en sí se refiere a las dudas de una persona que no quiere el protagonismo y prefiere permanecer en segundo plano, pero a la que le toca comprometerse por encima incluso de sus propias expectativas.