Raimundo FITERO
DE REOJO

Paradójica realidad

Belleza rima con pobreza. Gina Lollobrigida fue una de las actrices cinematográficas más rutilantes durante muchos años. Era una belleza salvaje que se fue canalizando dentro de los cánones más exquisitos de la época. La Lollo provenía de familia acomodada y fue a Roma a estudiar arte, pero acabó, por error según ella, como actriz. No cabe duda de que la belleza ha sido en algunas ocasiones un ascensor social. Las connotaciones de abusos de productores y demás buitres del negocio las descontamos, lo mismo que descontamos el que Plácido Domingo es un capo de la ópera y los datos que confirman su tendencia al abuso o algo más empiezan a ser abrumadores.

En uno de esos asuntos donde el cuerpo de las mujeres es tratado como pura mercancía en muchas ocasiones, pero que forman un discutible rubro económico, se acaba de dar una bella paradoja. En ese concurso que era propiedad de Donald Trump hasta hace unos años, que ahora es propiedad de una millonaria tailandesa transgénero, Miss Universo, ha aparecido Anna Sueangam-iam, también tailandesa, llamada la reina de la basura porque su padre malvivía de la basura, su madre era barrendera, y moraban en uno de los barrios más pobres de Bangkok, que ha ganado el premio al impacto social debido a que lucía un vestido formado por anillas de latas con incrustaciones de bisutería. Desde la pobreza a la más alta cumbre de la belleza condicionada por envoltorios y discursos que anulan toda posibilidad de evolución personal más allá de lo económico. Una forzada emancipación fruto de una paradójica realidad mercantilizada.