Alessandro RUTA

Clinton-Lewinsky, el futuro estaba allí, hace 25 años

Hace un cuarto de siglo estallaba uno de los mayores escándalos políticos de la historia reciente: en las crónicas lleva el nombre de la becaria, pero no la del político entonces más poderoso del planeta, que ya había tenido casos similares.

Imagen del político y la becaria de la biblioteca presidencial Bill Clinton.
Imagen del político y la becaria de la biblioteca presidencial Bill Clinton. (Europa Press)

Por un lado, el hombre más poderoso del planeta; por otro, una joven de 22 años que estaba de prácticas en un stage. El presidente de Estados Unidos y una becaria. El culmen de la pirámide política y estratégica mundial y una ayudante: Bill Clinton y Monica Lewinsky.

Aunque ya sería suficiente decir «Lewinsky» para enfocar el tema. Exactamente hace un cuarto de siglo, el 21 de enero de 1998, aparecía en los primeros medios un globo que iría inflándose e inflándose hasta ocupar el día a día de todo el planeta. Lo que estalló al inicio, con las primeras declaraciones públicas, fue casi una telenovela, pero acabaría incluso en un impeachment, un proceso para destituir al presidente estadounidense de su cargo.

Sexo, poder, miles y miles de páginas, horas de programación, documentales y hasta una serie de televisión en streaming (‘American Crime Story - Impeachment’) han convertido este caso en un clásico moderno.

EL HOMBRE DE ARKANSAS

«I did not have any sexual relationship with that woman, miss Lewinsky», «No tuve ninguna relación sexual con esa mujer, la señorita Lewinsky». Esta es una de las frases mas simbólicas de la década de los 90, un periodo de sombras escondidas detrás de muchas luces.

La Historia «acababa de terminar», según la célebre (y tan manoseada) definición del politólogo Francis Fukuyama. Es decir, con la caída de la Unión Soviética había que reconsiderar todo el «siglo breve» 1914-1991. Quedaban menos piezas en la mesa de ajedrez y la mas poderosa, con diferencia, era sin duda Estados Unidos, con un presidente joven, simpático y exitoso: Bill Clinton.

Demócrata, claro ganador en 1992 contra el viejo George Bush (padre), casado con una mujer que se llamaba Hillary, y con una hija, Chelsea, que siempre les acompañaba, era el vivo retrato del formalismo y de la típica familia americana, plasmada en unos cuantos libros o películas. Con apenas 46 años, el futuro estaba en sus manos.

El mundo empezó a conocer el estado de Arkansas, este territorio donde el nuevo presidente había sido gobernador y donde había nacido, además, en un lugar llamado Hope, «Esperanza». Una aldea bucólica, sin gran cosa que visitar pero con mucho petróleo y una raza de jabalí muy típica, los razorbacks.

Tierra de cantantes populares como Johnny Cash y también del general Douglas MacArthur, que fue uno de los responsables de las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial, según el escritor y periodista satírico HL Mencken Arkansas era «el estado américano mas feo [...] líder en bautismos al aire libre y linchamientos». Hasta la década de los 40, en Arkansas el 78% de la gente vivía en caseríos o pueblos con menos de 2.500 habitantes.

Ahora por fin se convertía en lugar famoso gracias al hombre más poderoso del mundo: William «Bill» Clinton. Casi en todas las fotografías célebres entre los años 1992 y 2000 el presidente era el protagonista, empezando por el acuerdo firmado en Oslo en 1993 entre israelíes y palestinos: Yitzhak Rabin a la izquierda, Yasser Arafat con su kefiah a la derecha, y en el medio, sonriente, el hombre de Hope, que en el tiempo libre se dedicaba a tocar el saxofón.¿Cómo olvidar también las guerras que machacaron los Balcanes? La antigua Yugoslavia y luego Kosovo, entre 1992 y 1999. En Pristina, capital de este nuevo estado, una de las calles principales se llama Boulevard Bill Clinton, y hay también una estatua de tres metros de altura del antiguo presidente de Estados Unidos.

Con capacidad de decisión, guapo, Clinton aparecía como un modelo para todos los políticos de izquierda que buscaban gente capaz de imponerse a las fuerzas de derecha. Tony Blair sería el ejemplo mas evidente de secuela, también en el comportamiento sexual según algunos testimonios.

EL DESPACHO OVAL

En su monumental autobiografìa ‘My life’ (‘Mi vida’), Bill Clinton utiliza el nombre «Lewinsky» 34 veces en mas de mil páginas y de tres kilos de peso de libro. Lo hace en uno de los últimos capítulos, que se abre con esta frase: «Cuando empezó 1998 no tenía ni idea de que iba a ser el año más absurdo de mi presidencia, repleto de humillaciones personales».

Efectivamente, 1998 arrancó con las secuelas de algunas investigaciones de años anteriores sobre las maneras (pésimas) de portarse de Clinton con las mujeres: contactos muy estrechos, tocamientos, actitudes machistas en general.

Paula Jones era el nombre más conocido: una empleada en el Gobierno del estado de Arkansas cuyas acusaciones fueron el pistoletazo de salida para descubrir el lado oscuro del presidente.

En primera fila estaba el fiscal Ken Starr investigando también los supuestos chanchullos de la fundación Whitewater de la familia Clinton, Hillary incluida.

Pero sería una minucia respecto a lo que trascendería sobre su trato con Monica Lewinsky, con la cual el presidente habría mantenido sexo ni más ni menos que en el Despacho Oval, es decir, el centro del poder de Estados Unidos y, por consecuencia, mundial.

Unas llamadas privadas entre esta exbecaria de la Casa Blanca, de repente trasladada al Departamento de Defensa del Pentágono, y una antigua compañera de trabajo, Linda Tripp, abrieron de golpe la caja de Pandora que ya estaba bastante llena.

¿Era un secreto a voces aquella relación entre el presidente y Lewinsky? ¿Quién era esa joven de las que no había más imágenes que dos o tres que no cesaban de rodar en los informativos, y un par de vídeos donde se la veía abrazar a Clinton en encuentros públicos? Una «férrea clintoniana», así la definían los medios de comunicación, una graduada con notas sobre- salientes, sonriente, de pelo negro y largo y grandes ojos, una de las miles y miles de colaboradoras en un equipo de trabajo tan grande como la Casa Blanca.

Monica había entrado en junio de 1995 de prácticas (sin recibir ningún sueldo) en el despacho de Leon Panetta, jefe de Gabinete del presidente. Según lo que logró reconstruir la cadena CNN, ya en noviembre de aquel año Clinton y Lewinsky se habían convertido en amantes con frecuentes visìtas de Lewinsky al Despacho Oval, el ombligo del Poder, que los chistes más cutres reconvirtieron en «Despacho Oral».

A partir de ahí empezaron a ocurrir cosas raras, porque la joven fue (¿voluntariamente?) trasladada a otro despacho en el Pentágono. La razón, según fuentes de la Casa Blanca en “The New York Times” «una actitud inapropiada y poco madura de Lewinsky».

En el Pentágono, donde Monica se quedaría hasta diciembre de 1997, empezaron las llamadas (grabadas) con Linda Tripp y las consiguientes confesiones. Hasta el estallido del escándalo, cuyo inicio se puede ubicar el 21 de enero de 1998, cuando una serie de redes informativas dieron la noticia. La frase «No tuve ninguna relación» sería pronunciada el 26 de enero.

QUÉ ES TENER SEXO

Se desató una avalancha hasta el 19 diciembre de aquel año, cuando el presidente de Estados Unidos sería juzgado con la formula del proceso de destitución llamada impeachment por sus perjurios y por haber obstaculizado la justicia. No por la relación adúltera, algo que, según decían, no interesaba a los parlamentarios estadounidenses y a los jueces supremos.

El casus belli eran las mentiras de Clinton, que en el juzgado seguía afirmando que no había tenido sexo con Monica Lewinsky a pesar de los testimonios recogidos por el fiscal Starr. «No es una cuestion de sexo, sino de mentiras», era la afirmación común compartida, pero mientras, expertos y «técnicos» debatían sobre la forma de la relación sexual y su grado... y las supuestas manchas de esperma de Clinton en el vestido azul de Lewinsky.

En ese marco se pudieron leer incluso reflexiones sobre la religión baptista profesada por el presidente, según la cual una relación de tipo oral no era considerada como sexo si no había otro tipo de penetración. La batalla jurídica se desencadenaba en este contexto e iba favorecida por las elecciones de medio mandato de verano de 1998.

El resultado del impeachment terminó siendo favorable a Clinton, segundo presidente de EEUU que era juzgado de esta manera después de Andrew Johnson en 1868 y antes de Donald Trump (dos veces).

El llamado «escandalo Lewinsky», como si la culpa fuera exclusiva de Monica, sacudió de manera intensa a la sociedad americana. Monica, hoy día una mujer de casi 50 años, es militante feminista, pero su figura pública después de aquella historia absurda fue desapareciendo, dejando solamente su apellido para la eternidad como símbolo de algo turbio, siempre listo para convertirse en un chiste machista sobre sexo y poder.

Además stage, es decir, hacer prácticas sin casi recibir sueldo, irrumpió como sinónimo de la de manera habitual de trabajo para miles y miles de jóvenes, a menudo una mera explotación maquillada de «oportunidad».

«He pensado seriamente en suicidarme, sobre todo cuando el FBI insistía en buscar testimonios por mi parte -admitiría Lewinsky en 2018 en un documental sobre su historia con Clinton-. Yo estaba enamorada de él y me duele que no me haya pedido perdón todavía».

Aquel episodio fue símbolo de un tipo de poder que se creía infalible y que por contra acabaría casi en la lona, precedente en cierto modo de muchos casos posteriores. Un poder que no se da cuenta de sus actos, reflejado también en esta frase: «Lo de mi marido con Monica Lewinsky no fue un abuso, porque ocurrió todo de manera consensuada». Es letra y música de Hillary Rodham, señora Clinton, hace cinco años.