Disfrazarse de gitanos y otras (malas) costumbres de carnaval
Este año, como los anteriores, hemos decidido que nuestra hija no participe en la celebración de la festividad de Caldereros.
Mucha gente conoce esta fiesta, pero muy poca se ha parado a pensar en el signo racista de la misma. Hace ya cuatro años que Ricardo Hernández, activista gitano, arrojaba luz sobre el tema. En una entrevista para "elDiario.es", afirmaba: «Los caldereros son una fiesta previa al carnaval, que se viene celebrando desde el siglo XIX en Gipuzkoa para conmemorar la llegada de húngaros, zíngaros y gitanos que llegaban por los Pirineos (...) La gente que participa no es consciente, en general, de que se disfrazan como una comunidad, los gitanos, que tienen una historia muy larga de persecución racista. Por un lado me divierto, pero luego, a lo largo del año, los ignoro e incluso los desprecio».
Las festividades no son inocuas, sino que cuentan con un gran poder simbólico. Qué fiestas se celebran, quiénes y de qué modo participan, quiénes quedan al margen… son preguntas que como sociedad nos interpelan. Por ejemplo, desde hace décadas se ha desarrollado un profundo debate acerca de la participación de las mujeres en muchas tradiciones, lo que ha provocado cambios sustanciales en nuestras fiestas y espacios de ocio. Una celebración no es positiva o válida per se, ya que nuestras costumbres suelen reflejar el orden social dominante y a menudo ayudan a perpetuar injusticias históricas.
Los Caldereros, a pesar de su condición carnavalesca, no son una excepción. De hecho, forman parte del tristemente conocido fenómeno del Black Face (cara negra, en inglés), tradición racista por la cual personas blancas se caracterizan como negras, con el objetivo de burlarse de ellas.
En la celebración de Caldereros, las personas no gitanas hacemos uso de nuestros privilegios cuando decidimos «disfrazarnos de gitanos», un pueblo que acarrea a sus espaldas una larga historia de hostilidad, persecución, e incluso genocidio. Además, se trata de una decisión unilateral, ya que no es fruto de ningún pacto o acuerdo con nuestros vecinos gitanos y gitanas. Por todo ello, aunque no se haga con esa intención, esta festividad supone un ejercicio de violencia sobre una parte de la sociedad que, como explica Hernández, durante el resto del año es invisibilizada y denigrada.
Creo que nuestros hijos e hijas, entre quienes se incluyen niños y niñas gitanas, se merecen recibir otra imagen, otros inputs, sobre el pueblo gitano que el de unas figuras folclóricas con caras sucias de las que nos disfrazamos en carnaval. Que les «disfracemos de gitanos», sin ningún tipo de reflexión crítica al respecto, no ayuda al conocimiento mutuo ni a la convivencia.
En cualquier caso, más allá de otros argumentos, considero que lo fundamental de este asunto es el hecho de que muchos gitanos y gitanas guipuzcoanas viven la celebración de caldereros como una flagrante falta de respeto. Ya va siendo hora de tomarnos en serio su indignación.