Olaitz LAPARRA y Oskar ARANDA
Koordinadora antimilitarista Kakitzat
GAURKOA

Un(os) año(s) después

Parece que fue ayer cuando nos despertamos con la sorpresiva (o tal vez no tanto) noticia de que las tropas rusas habían traspasado la frontera con Ucrania con la intención de someter a sus vecinos. Rápidamente entraron en la cuenca del Donetsk pero también traspasaron la frontera que separa Bielorrusia con Ucrania para llegar a unos escasos 100 kms de Kiev. Pues ya llevamos un año de contienda bélica y a día de hoy, dejando al margen los mensajes propagandísticos de un lado y de otro lo que sí que podemos asegurar de manera fehaciente es que Rusia se ha anexionado un 20% de la superficie ucraniana, la que afecta al sudeste concretamente.

«La primera víctima de una guerra es la verdad», frase que parece se dijo en la I guerra mundial y más de un siglo después, las cosas no han cambiado, sino que se han radicalizado. La propaganda y la batalla del relato es un campo tan importante o más que el propio territorio desde el que se guerrea. Campo por cierto que tampoco ha sufrido excesivos cambios, la vida en el frente no difiere tanto de la «guerra de las trincheras» que se vivió en la primera gran guerra del siglo XX, y los voluntarios y voluntariados reclutas no luchan tecleando códigos en sofisticados ordenadores. Se pudren como hace más de 100 años en zanjas escarbadas para mantener la posición pertrechados con nidos de ametralladoras para que la picadora de carne continúe su productiva labor.

¿Entonces, hasta la fecha cuál es el coste que ha supuesto en vidas humanas esta contienda? Esta pregunta es imposible de responder. Contrastando fuentes, solo en militares vemos que los decesos varían desde las 20.000 vidas hasta el medio millón. Nadie reconoce las bajas propias, pero se vanagloria de las que ha causado a su adversario. Aún así la picadora de carne de la que hablábamos antes exige su parte del pastel sin entender de banderas, y se alegra al ver que mercenarios profesionales, barbudos chechenos corta orejas o brigadas abiertamente nazis se suman a este macabro baile.

Otra serie de datos sí que son contrastables. Por ejemplo, el número de refugiados que ha provocado la guerra: 6,4 millones de personas, de las cuales en torno a 6.000 han buscado cobijo en Euskal Herria. Aquí respondemos a la obligación de dar respuesta a la crisis humanitaria, pues la memoria nos recuerda que en el siglo pasado les toco a nuestros ancestros tener que huir de los horrores de la contienda bélica, al igual que sufrimos que la verdad fuese la primera víctima de la guerra cuando los alzados nacional-católicos propagaron (y así figura hasta el día de hoy en los libros oficiales) que Gernika fue pasto de las llamas por la acción de «los rojos». De manera que desde nuestra perspectiva es difícil determinar quién fue el responsable de masacres como la de Bucha, aunque tampoco sea lo primero que nos venga a la cabeza cuando pagamos de nuestros bolsillos el encarecimiento de productos como el gas o el diésel.

La guerra la vemos desde la distancia, a pesar de que en este caso sean familias rubias y católicas quienes la sufran. Nada que ver con lugares donde esas familias tienen mayor cantidad de melanina en la piel. Ahora sí que podemos vernos reflejados y eso azuza nuestras conciencias y nuestro deber de socorro. Tal vez por eso nuestros gobernantes no duden en mandar desde nuestros puertos toda dotación militar necesaria, o que países otrora neutrales estén a punto de unirse a ese grupo de matones que conforman la alianza atlántica. ¡Con lo sensatos que nos parecían esos nórdicos!

Y luego están los nuevos conceptos bélicos, como la guerra híbrida. Que sí, que vale, que está todo inventado y que no se diferencia prácticamente en nada a lo que en siglo pasado denominó como guerra fría. En este caso son los invasores quienes lo están sufriendo en sus carnes. El primer objetivo fue la prensa rusa, Rusia Today o Sputnik, primeros silenciados por la Europa garante de la libertad donde la libertad de expresión e información es sagrada y donde jamás sería tomado preso un periodista en un Estado miembro de la Unión (ya lo sentimos Pablo González, tú debes de ser la excepción que confirma la regla). Después vendrían las sanciones económicas, pero no solo a Rusia como Estado, sino que alrededor de 1.615 empresas rusas privadas también han sido sancionadas y los bancos rusos han sido asimismo expulsados del sistema Swift. Y para sorpresa de todo aquel que pensaba que el deporte era un espacio puro que no tenía que ser politizado, tanto atletas como equipos rusos han sido expulsados de la mayoría de las competiciones internacionales.

¿Todo esto justifica que las pérdidas en daños materiales en Ucrania hayan ascendido a 104.000 millones de dólares estadounidenses, siendo casas, carreteras, aeropuertos, escuelas u hospitales los lugares que han sufrido más ataques? No. Es parte de un contexto que nos lleva a señalar también que el gasto militar ruso ha llegado a los 69.000 millones de dólares estadounidenses (el 4,26% de su PIB) y que en Ucrania ha supuesto 5.920 millones de dólares estadounidenses (el 4,13% de su PIB). Una dramática fotografía de lo que ha supuesto un año de guerra.

Desde el antimilitarismo vasco tenemos que redoblar esfuerzos para conseguir parar esta guerra y otras, y exigir a los gobernantes que han duplicado el gasto militar que dejen de alimentar la maquinaria de guerra. Tenemos que interpelar a los partidos que han apostado por ese envío de tanques y otros tipos de armamento y también seguir diciendo que las guerras empiezan aquí y que aquí se fabrican. SAPA, ITP Aero, Sener o Aernnova ven que sus negocios de muerte se amplifican y esperan ganar más de 2.000 millones de euros. Malditos sean. Como maldito es Borrell, que siempre será recordado como el aguerrido y estúpido militarista que es.

Este viernes a las 11.30 en la plaza de convivencia de Bilbao (torres Isozaki) toca movilizarse desde el antimilitarismo para parar estar guerra.