Amaia EREÑAGA
BILBO

Oskar Kokoschka, la profunda belleza de la subversión y el activismo

En un retrato, fechado en 1917, Oskar Kokoschka mira serio mientras señala con una mano dónde fue herido por bayoneta en la primera Gran Guerra. En otro, pintado veinte años más tarde, parece que dice: «Aquí estoy yo». Titulado «Autorretrato de un artista degenerado» (los nazis lo catalogaron como «degenerado»), lo pintó en Praga poco antes huir a Londres. El color de este artista rebelde, comprometido y radical llena el Guggenheim de Bilbo.

«El manantial» (1922-1938), con la muñeca que hizo construir tras romper con Alma Mahler.
«El manantial» (1922-1938), con la muñeca que hizo construir tras romper con Alma Mahler. (Monika DEL VALLE | FOKU)

La gran retrospectiva inaugurada hoy dedicada al pintor de origen austriaco Oskar Kokoschka (1886-1980), titulada “Un rebelde en Viena”, es la propuesta del Guggenheim bilbaino hasta el mes setiembre. Y resulta impactante. Está repleta de capas de pintura y de historias de compromiso, guerra, modernidad, ruptura y deseos de paz. También nos permite acercarnos a un artista que creó un corpus artístico revolucionario como activista político y artístico. OK, así firmaba, no se quedó quieto.

La retrospectiva procede del Musée d'Art Moderne de París, donde se ha podido ver hasta ahora, y ha sido comisariada por Dieter Buchhart y Anna Karina Hofbauer, quienes esbozan las etapas artísticas de una de las figuras centrales de las artes plástica europeas del siglo XX. Enfant terrible en la Viena de principios de siglo, Oskar Kokoschka, tenía el respaldo de Gustav Klimt e influyó en colegas como Egon Schiele. Era inquieto, comprometido, rebelde, humanista.

La biografía que nos dibujan sus cuadros es apasionante, tanto como debió de serlo este hombre: aparece su tormentosa relación con la compositora Alma Mahler -tras su ruptura, mandó hacer una muñeca con el rostro de Alma y la pintó luego en un cuadro que resulta turbador-; también su paso por el ejército austriaco en la Primera Guerra Mundial, como pintor de guerra; o las heridas que sufrió y la más traumática, la mental, que hizo que tuviera que recibir tratamiento en el sanatorio de Dresde. Al salir de allí, explotó en una etapa sumamente fructífera: exploró el color, lo modeló usando sus dedos, la palma de su mano... «Fue uno de los artistas más radicales y un visionario que lo cambió todo. Toda su vida se fue reinventando y siempre aportaba algo nuevo», en palabras de los comisarios.

Siempre inquieto, apoyado económicamente entonces por el galerista Paul Cassier, entre 1923 y 1934 viajó por toda Europa, el norte de África y Oriente Próximo... pero, de pronto, el mundo se paró: su mecenas se suicidó y llegó la crisis de la Bolsa en 1929. La Viena que encontró a su vuelta estaba devastada por el auge del fascismo y Oskar Kokoschka se marchó a Praga, donde se enamoró de nuevo, y se siguió revolviendo al ver cómo los nazis iban cercando Europa.

Arte combativo

No se quedó quieto ni callado: daba conferencias, escribía artículos... Marcado por los nazis como “artista degenerado”, tuvo que huir a Inglaterra. Eso sí, nunca más quiso volver a vivir en un país donde se hablara alemán, se negaba.

El matrimonio llevó una vida modesta -nadie le conocía- y su arte se convirtió entonces en más combativo si cabe, repleto de alegorías, militante. Finalizada la guerra, y ya con la ciudadanía británica, llegó su consagración internacional con una exposición itinerante entre 1948 y 1949 por EEUU que terminó en el Moma de Nueva York. Instalado ya en la ciudad suiza de Villeneuve, regresó a los maestros antiguos, a la Grecia antigua. Y la volvió más moderna, más radical, impactando en los futuros artistas de los años 70 y 80. «Hasta su muerte Kokoschka siguió defendiendo firmemente el potencial subversivo de la pintura como herramienta para la emancipación y la adquisición de conocimiento», en palabras de los comisarios de esta exposición intensa.