EDITORIALA

En lugar de justo reconocimiento, escarnio

Estamos ante un muro que no nos dejarán derribar». Son las palabras de la familia del orbaizetarra Mikel Zabalza, muerto por torturas en 1985. La noticia del ascenso del responsable inmediato de su detención y custodia hasta lo más alto del escalafón de la Guardia Civil ha hecho desaparecer la esperanza que había ido acumulando en su lucha de largos años, «llena de obstáculos», por esclarecer lo ocurrido. Una esperanza especialmente acrecentada el año pasado a raíz del reconocimiento de su familiar como víctima de violencia de motivación política por parte del Gobierno de Lakua. Palabras que expresaron ayer el sentimiento de esa familia en su comparecencia pública.

Junto al reconocimiento de Lakua, esos familiares y mucha más gente creyeron ver algo tan deseable y justo como un amplio consenso en la búsqueda de la verdad, la justicia y la reparación. Pero se han encontrado con algo más que con la tradicional discriminación de ciertas víctimas. No solo no llegó el reconocimiento del Gobierno español, sino el escarnio por parte del mismo. La práctica que no se corresponde con el discurso. Una práctica consistente no solo en permitir la tortura, sino también en alentarla. Cuando la tortura no se persigue, el torturador tiene conciencia de impunidad; si además se premia, se incentiva. Durante décadas un gobierno tras otro han presentado los escasos procesamientos y muchas menos condenas por torturas para argumentar su excepcionalidad. Sin embargo, si algo prueba esa escasez es todo lo contrario. Tiene una explicación más allá de la percepción y la convicción social, por ejemplo, en las condenas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos al Estado español por no investigar denuncias de torturas. A no ser que esas sentencias hayan sido guiadas por el legendario «manual».

El ascenso de Arturo Espejo no es inaudito; de hecho, dos días después de su conocimiento este diario informaba de otros dos ascensos análogos; pero es muestra del desprecio a unas víctimas, desprecio oficial de motivación política. Muestra de una práctica tan habitual como la tortura y que una y otra vez «borra todo tipo de esperanza».