El patrimonio ilusorio
En menos de un mes, la efímera calzada romana y el inesperado, cuanto sorprendente poblado neolítico descubiertos en proximidad de Trespuentes, serán devueltos al olvido, relegados por raudales de tierra, indiferencia y raíles, como tantos otros vestigios de nuestro pasado.
Por desgracia, un patrimonio enterrado es como una existencia silenciada. Un recuerdo que quedará reflejado sólo en informes y en unos compendios de arqueólogos diligentes, pero ajeno al conocimiento y al disfrute popular.
Me disculpo de antemano por parecer pretencioso y rebatir el criterio de quienes son expertos en la materia, pero creo que mi obligación como servidor público es expresar las dudas y los deseos de la gente de la calle que en este caso coinciden plenamente con los míos.
En las visitas de la semana pasada, los arqueólogos responsables de las excavaciones, recalcaron por una parte la importancia del descubrimiento del poblado neolítico, subrayando el buen estado de la calzada romana cuya existencia, por cierto, era notoria. Por otra, manifestaron que calzadas romanas hay en unos cuantos sitios y, si bien el poblado neolítico sea el primero en ser descubierto en la CAV, lo recomendable sería, tras realizar las investigaciones correspondientes, volver a tapar todo con el fin de garantizar su conservación, como se suele hacer en la gran mayoría de los casos.
Puedo concebir que para un arqueólogo que ejerce en territorio nacional o incluso internacional, hallazgos de estas características pueden llegar a ser una rutina y que no se aprecie singularidad en el descubrimiento de «otro» tramo de calzada. Pero la pregunta que nos surge es: ¿qué opina de todo esto la gente del lugar donde se produjo dicho hallazgo? He tenido la oportunidad de hablar con muchos vecinos incrédulos ante la decisión de volver a sepultar unos restos que sienten como parte de su historia, de sus vidas anteriores. Algunos, apenados por no tener la posibilidad de enseñar a sus propios hijos y nietos lo que hubo un tiempo bajo nuestros pies.
He visto en la mirada de muchos de los vecinos de Iruña de Oca el resentimiento de quienes, durante décadas, han soportado la implantación de infraestructuras «incómodas» para los municipios vecinos, como cárceles, canteras, empresas de armas y contaminantes. No conciben que unos hallazgos que concurrirían a invertir esta tendencia y a poner en valor nuestra comarca se desaprovechen de tal forma, igual que ocurre con Iruña Veleia, una joya infravalorada y con irrisorias inversiones o el puente de Trespuentes, que actualmente no merece ni siquiera una clara titularidad pública.
No olvido el aspecto de la conservación, los ciudadanos de a pie somos más considerados que la compañía de gas que arrasó con parte de la calzada sin ni siquiera comunicarlo o la cantera cercana, que voló un dolmen de importancia considerable… Estamos convencidos de que la salvaguardia del patrimonio en este caso podría ser compatible con el mantenimiento de al menos una parte de los hallazgos. Cualquiera que haya visitado excavaciones en otros lugares de España o de Europa, han podido ver algún resto arqueológico perfectamente conservado y protegido bajo cristales de seguridad que permiten su disfrute y que no implican un gasto inasumible para unas administraciones pública. ¿De verdad parece irrazonable plantear que una porción del poblado y un tramo de calzada queden a la vista bajo estructuras acristaladas?
Se trata de una decisión política que quizás choque con otros intereses o tal vez denote una falta de pasión o, simple y llanamente, «no quieren».