Iker BIZKARGUENAGA
CÓMO AFECTA A NUESTRA SALUD LO QUE COMEMOS, BEBEMOS Y RESPIRAMOS

El reto de medir el impacto de la exposición a material tóxico

En el organismo del ser humano hay unas 300 sustancias químicas que no existían hace un par de generaciones, y en muchos casos su efecto en la salud aún está por concretar. No es una tarea fácil, pues sus consecuencias suelen ser a largo plazo, pero es imprescindible saber adónde nos conduce todo lo que entra en nuestros cuerpos.

Como ocurre en este peñón ceilandés, millones de aves marinas viven rodeadas de plástico que ingieren de forma involuntaria y en grandes cantidades.
Como ocurre en este peñón ceilandés, millones de aves marinas viven rodeadas de plástico que ingieren de forma involuntaria y en grandes cantidades. (Lakruwan WANNIARACHCHI | AFP)

Un equipo de investigadores que ha analizado aves marinas que habían comido plástico accidentalmente ha descubierto que sus microbiomas intesti- nales parecen haberse transformado, de modo que los ejemplares con más plástico en sus intestinos también tienen más bacterias potencialmente dañinas, incluidos microbios resistentes a los antibióticos, así como otros que pueden descomponer el plástico. No es un descubri- miento menor, entre otros motivos porque los seres humanos también ingerimos este tipo de material -se han encontrado microplásticos en la sangre, en la placenta y en heces humanas-, pero aún no se ha logrado detallar los efectos concretos de esa ingesta en nuestra especie.

Lo mismo ocurre con otras sustancias tóxicas que comemos, bebemos o inhalamos sin que se conozcan las consecuencias de su entrada en nuestro organismo.

LA IMPORTANCIA DEL EXPOSOMA

Siendo esto así, después de que los habitantes de Filadelfia (Pensilvania, Estados Unidos) vaciaran de agua embotellada las estanterías de los supermercados porque una fuga en una planta química vertió material tóxico en un afluente del río Delaware, fuente de agua potable para 14 millones de personas, y cuando el mes pasado un tren que transportaba materiales peligrosos descarriló en East Palestine (Ohio, EEUU), liberando una cantidad desconocida de sustancias químicas en el medio ambiente, “Technology Review”, publicación digital vinculada al Massachusetts Institute of Technology (MIT), ha abordado el modo en que la ciencia está intentando conocer cómo afectan todos estos contaminantes a nuestro cuerpo.

Lo hace en un extenso artículo donde se recuerda, en primer lugar, que se llama «exposoma» al conjunto de factores ambientales y de exposición a los que estamos sometidos desde el momento que nacemos hasta que nos morimos. Es un término acuñado hace un par de décadas por el director de la Agencia Internacional de Investigación sobre Cáncer, un epidemiólogo molecular llamado Christopher P. Wild, y que hace referencia a los factores externos, tanto si los encontramos en nuestra dieta como en nuestro entorno, que tienen un impacto en nuestra salud. Por ejemplo, se estima que la genética explica en torno al 25% de las enfermedades crónicas, sin embargo, el 75% restante estaría determinado por factores externos, es decir, por nuestro exposoma.

Este es un campo enorme, que abarca desde el efecto de la dieta de una embarazada en el feto hasta el impacto del racismo estructural en la salud de las personas, pero la publicación del MIT se centra en comprender nuestra exposición a los contaminantes. Recaba para ello la opinión de Carmen Marsit, epidemióloga molecular que dirige el Hercules Exposome Research Center de la Universidad Emory de Atlanta, quien explica que una vez que una sustancia química entra en el organismo no permanece mucho tiempo en su forma original. Por ejemplo, las enzimas del hígado o los ácidos del estómago pueden descomponerla, de modo que los científicos han aprendido qué productos de descomposición deben buscar para calcular la exposición de una persona a determinadas sustancias químicas.

«Cuando las fábricas liberan sustancias químicas en el medio ambiente, estas van a transformarse», insiste Marsit. Las sustancias químicas pueden reaccionar, por ejemplo, con las bacterias, la luz solar o con otras sustancias químicas del aire, sobre todo si se queman. Y estas reacciones producirán nuevas sustancias químicas, con otras características y propiedades.

Para analizar la exposición a distintas sustancias sólo se necesita una pequeña cantidad de sangre, entre 100 y 200 microlitros, que puede someterse a un par de pruebas de laboratorio, donde técnicas como la cromatografía de gases, la cromatografía de líquidos y la espectrometría de masas sirven para separar sustancias químicas y metabolitos individuales de una muestra de sangre y pueden proporcionar una lista bastante detallada de las sustancias químicas a las que podría haber estado expuesto cada sujeto. De hecho, en una sola prueba se puede comprobar la exposición a miles de sustancias distintas.

Este tipo de pruebas, que aún no están a disposición del público, se están perfeccionando, y los investigadores están buscando formas de analizar más productos químicos, algo que es importante porque continuamente se desarrollan nuevas sustancias. Además, las empresas no suelen tener que someterlas a rigurosas pruebas de seguridad antes de utilizarlas.

«Salen al mercado casi todos los días», afirma Martsit, quien apostilla que necesitan «entender qué son y qué es lo que se libera, antes incluso de poder medirlos».

LARGO PLAZO Y EFECTO ACUMULATIVO

Con todo, desentrañar los efectos de estas sustancias sobre la salud humana va a requerir mucho trabajo, dedicación y paciencia. «A menudo intentamos comprender el impacto de la exposición crónica a niveles bajos de contaminantes», afirma, también a “Technology Review”, Ian Mudway, quien desde el Imperial College de Londres investiga los efectos de la contaminación atmosférica en el organismo. «Es como cuando se habla de los cigarrillos -añade-; uno no te mata, pero el efecto acumulativo a largo plazo de la carga tóxica hace avanzar las enfermedades».

Añade que es realmente complicado calcular la exposición a largo plazo de una persona a sustancias químicas a partir de su sangre o de otros tejidos corporales, y explica que la mayoría de las mediciones sólo indican la exposición a corto plazo.

Algunos investigadores están trabajando en sensores que pueden controlar la exposición de una persona a una serie de sustancias químicas a lo largo del tiempo, pero ni Mudway ni Marsit los utilizan. En parte, porque proporcionan una información muy limitada. Por ejemplo, un monitor de calidad del aire puede indicar el nivel de determinadas partículas o el caudal de aire de una habitación, pero no dirá si esos contaminantes entran en el organismo ni cómo lo hacen. Eso dependerá de variables como la frecuencia respiratoria, el metabolismo y la cantidad de piel expuesta al aire, factores que, afirma Mudway, «adquieren una importancia crítica».

Las pruebas más sensibles están por el momento restringidas a laboratorios de investigación, pero incluso si las clínicas pudieran realizar pruebas de exposición sería difícil saber qué hacer con los resultados. Sobre todo, porque aunque cada vez sabemos mejor cómo medir nuestra exposición a diversas sustancias, queda mucho camino por recorrer para entender cómo pueden afectar a nuestra salud.

EL CASO DEL PLOMO

«Podemos medir muchas de estas exposiciones, pero para un gran número de sustancias puede que ni siquiera sepamos cuál es el nivel seguro» de exposición, afirma Marsit. Y es que estas estimaciones, incluso para los contaminantes relativamente conocidos, pueden ser erróneas. «Tendemos a establecer un nivel seguro, pero en realidad acaba siendo mucho más bajo», apostilla.

Ya ha ocurrido con el plomo. Aunque los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU afirman que «no hay un nivel seguro» de plomo en la sangre de los niños, esa misma institución sí establece un valor de referencia de plomo en sangre (BLRV) para ayudar a determinar cuándo los niveles son suficientemente altos para requerir intervención médica. En 2012, este nivel se fijó en 5 microgramos por decilitro de sangre (5 µL/dL), pero en 2021 se redujo a 3,5 µL/dL, después de que investigaciones demostraran los efectos nocivos incluso de niveles bajos de plomo en el cerebro, el corazón y el sistema inmunitario de los menores.

Y a medida que surjan nuevos hallazgos este límite podría reducirse más.

Entender el exposoma puede parecer un reto imposible, ya que, como indica Mudway, implicaría comprender el impacto de «todo, en todas partes y en todo momento». Pero mientras tanto, algunos equipos se centran en analizar grupos de personas especialmente vulnerables a enfermedades y buscan averiguar qué papel desempeña su exposición a ciertas sustancias. Y otros estudian el efecto de contaminantes concretos en el laboratorio.

Con todo, las pruebas que miden la exposición química mejoran cada día y parece cuestión de tiempo alcanzar el objetivo. De hecho, al final puede que el reto sea convencer a los contaminadores de que dejen de verter tantas sustancias nocivas en el medio ambiente, en nuestras vidas.