La transmisión intergeneracional en política
Hoy en día, se constata una menor transmisión intergeneracional en el ámbito político, de modo que las ideas, los principios y los valores se transmiten, en menor medida, de una generación a otra. A ese respecto, conviene precisar que la transmisión no significa una actitud activa del emisor y una postura pasiva del receptor, ni tampoco un proceso de mera apropiación y asimilación por la nueva generación, sino una dinámica de interpretación, remodelación, aceptación o rechazo. En ese sentido, la transmisión es un fenómeno complejo en constante evolución en el cual los más jóvenes juegan un papel activo, reflexivo y crítico. A pesar de ello, una visión anticuada de la transmisión prevalece hoy en día, lo que conduce a las antiguas generaciones a ser particularmente cautelosas a la hora transmitir sus convicciones políticas a los más jóvenes por no querer imponerlas, y a las nuevas generaciones a rechazar cualquier influencia de sus mayores en nombre de su libertad individual inalienable.
Esta situación es indisociable de las mutaciones acontecidas a lo largo de las últimas décadas en varios ámbitos. Por una parte, sobre todo en Hegoalde, mientras el franquismo fue asociado a la represión, la imposición y la prohibición, la democracia lo era a la libre determinación, de modo que cualquier inculcación e instrucción era percibida negativamente. Por otra parte, el modelo familiar tradicional basado en la autoridad de los padres sobre los hijos y un claro reparto de roles, a menudo de carácter tradicional, ha dejado lugar a una familia afectuosa, protectora y solidaria donde la imposición es sustituida por la negociación y en la cual la sugerencia reemplaza la obligación. Sucede algo parecido en el ámbito educativo, donde la clase magistral impartida por un profesor, detentor del saber y que exige una escucha y una disciplina de los alumnos, deja lugar a un docente animador carente de autoridad. Por último, el desarrollo masivo de las nuevas tecnologías y los cambios rápidos generados en el mundo laboral hacen que las nuevas generaciones consideren que tienen poco que aprender de las antiguas cuyas competencias y habilidades serían obsoletas y, por lo tanto, inútiles.
Todo ello provoca una deslegitimación e incluso una estigmatización de la transmisión intergeneracional que afecta igualmente a la esfera política. De manera más o menos consciente, en su afán de no ser asociados al modelo franquista, frecuentemente, los más ancianos se reprimen a la hora de transmitir a sus hijos y nietos sus visiones de la política e incluso sus vivencias personales. En ese sentido, en numerosas familias, las prohibiciones, las humillaciones e incluso las torturas sufridas durante la dictadura no son objeto de un relato pormenorizado, de modo que se produzca una pérdida irreparable en la transmisión de la memoria familiar donde la «pequeña historia» se une a la grande. Simultáneamente, numerosos jóvenes, por desconocimiento, por falta de interés o porque no se atreven a abordar ciertas cuestiones con sus allegados, no preguntan a sus familiares ni se informan de manera autónoma. Ese desconocimiento no es ajeno al escaso apego que muestran ciertos jóvenes hacia determinadas ideas, valores y principios que fueron claves para sus antepasados y que estructuraron sus vidas.
La consecuencia de todo ello es doble. Por un lado, existe un desfase creciente entre las convicciones y prácticas de las antiguas generaciones, fuertemente marcadas por la franquismo, el conflicto político y armado y la lucha por la consecución y posterior preservación de ciertas libertades, lo que explica su implicación en las movilizaciones por el derecho a decidir, la aproximación y liberación de los presos vascos o la defensa de la lengua vasca, y las nuevas generaciones acostumbradas a la democracia parlamentaria, a las libertades públicas, a los derechos civiles, políticos, sociales y culturales, que apenas han conocido el conflicto armado, y que no han tenido que luchar, en la misma medida, por la consecución de derechos fundamentales. Esto hace que se alejen de la política, como lo indica el alto nivel de abstención en los diferentes escrutinios electorales, se muestren críticos hacia los partidos políticos, prioricen su implicación en asociaciones y ONG, y prefieran movilizarse a favor de temáticas sociales, medioambientales o humanitarias. Por otro lado, las convicciones de algunos jóvenes son especialmente frágiles y volátiles.
Si la distancia intergeneracional es propia de todas las épocas, dado que las nuevas generaciones intentan distanciarse de las anteriores incidiendo en las diferencias y subrayando sus especificidades, existe un verdadero riesgo de ruptura intergeneracional por falta de transmisión. Consciente de ello, el movimiento nacionalista vasco de Iparralde ha lanzado el proyecto Bagira que debuta con la transmisión histórica llevada a cabo por los protagonistas que han construido dicho movimiento a lo largo de las últimas seis décadas. De ese modo, se trata de dar a conocer la historia del movimiento, compartir las trayectorias de sus diferentes componentes, extraer enseñanzas del pasado, tomar la medida del momento presente y, sobre todo, transmitir esta herencia a las nuevas generaciones. Con ese fin, los promotores de Bagira han recurrido a testimonios de actores, intervenciones de investigadores, exposiciones, visitas de lugares emblemáticos, proyecciones de documentales, etc. Pero, lo relevante es que esta mirada al pasado pretende proyectarse en el futuro, dado que la finalidad última de dicho proceso es refundar el nacionalismo vasco de Iparralde para reforzarlo y sentar las bases que le permitan proyectarse en las próximas décadas para afrontar los retos venideros, que se trate del derecho a decidir, de la territorialidad, del euskara, de la protección del medioambiente, de la igualdad de género o de la justicia social.