Arturo PUENTE
Periodista
JOPUNTUA

Una de mercenarios

Al final no era un golpe de Estado sino una huelga en una subcontrata. Pero, bromas aparte, lo que pasó el fin de semana pasado en Rusia, cuando una columna de la empresa militar privada Wagner tomó la ciudad de Rostov del Don y comenzó a avanzar hacia Moscú, hiela la sangre. No solo por la imagen de terrible caos interno en una potencia nuclear, que también. Pero, sobre todo, por el sorprendente salto de escala de lo que hasta ahora habían sido los ejércitos mercenarios modernos.

Las empresas militares privadas han existido siempre y, en tiempos recientes, proliferaron con la ayuda de la administración norteamericana tras el 11-S. Blackwater, ahora Academi, se hizo mundialmente famosa por su participación en Irak y Afganistán, actuando en ocasiones con patente de corso para no cumplir los estándares legales de la guerra. Muchas razones se han aducido para la subcontratación de servicios militares de este tipo, pero lo principal es que actúan como empresas pantalla. Permiten hacer a los ejércitos nacionales lo que ellos no podrían de forma oficial.

Sin embargo, lo que hasta este momento habíamos visto siempre era que estas empresas respetaban, digámoslo así, el orden de mando respecto al país que las amparaba. Una lealtad que se quebró en el caso de Yevgueni Prigozhin, cuando envió a sus hombres a penetrar no solo en territorio ruso sino en algunas de las principales instalaciones operativas de las Fuerzas Armadas rusas.

Más allá de lo llamativo de la falta de respuesta armada a la iniciativa de Wagner, lo que ocurrió el pasado sábado fue un ejército privado tomando vida propia y enfrentándose a la estructura del Estado gracias al que recluta, se financia y, en definitiva, existe. ¿Veremos en el futuro ejércitos mercenarios desafiando soberanías de países del primer mundo? ¿Veremos, incluso, ejércitos mercenarios que defiendan su propia soberanía? ¿Quizás también su territorio o su población? A veces no somos conscientes de lo cerca que estamos de los escenarios más distópicos.