Koldo LANDALUZ
EL PRIMER DÍA DE MI VIDA

Siete días en el limbo de lo real

Tomando como claras referencias dos títulos tan significativos como “A vida o muerte”, rodada en el 46 por Michael Powell y Emeric Pressburger, y “¡Qué bello es vivir!”, filmada el mismo año por el maestro Frank Capra, el italiano Paolo Genovese ha plasmado en imágenes un peculiar puzzle de emociones en el que cohabitan el drama, la comedia negra y lo fantástico. Dos personas adultas, una adolescente y un niño coinciden en morir el mismo día en Roma. A las puertas de una especie de limbo, un atípico ángel laico los mantiene en un estado ajeno pero presente de su vida cotidiana durante siete días. De esta forma, los cuatro son capaces de escuchar todo lo que dicen sobre ellos e incluso asisten a sus respectivos entierros, pero no pueden interactuar con su entorno. El objetivo de quien los mantiene en semejante situación es que reflexionen sobre los motivos que les llevaron a acabar con sus vidas y, de paso, descubrirles cómo transcurren las del resto sin sus presencias. En definitiva, lo que el extraño ente quiere es que encuentren un nuevo sentido a sus vidas.

ENTRE LO DIVINO Y LO HUMANO

El todoterreno Toni Servillo, quien fue capaz de encarnar al mismísimo Berlusconi en la grotesca “Silvio (y los otros)” -filmada por Paolo Sorrentino en 2018-, asume el rol de demiurgo de esta propuesta basada en la novela escrita por el propio director, y figura entre los más relevantes de todo el irregular conjunto, debido a que su rol cuenta con algunas aristas que lo alejan de lo divino y lo colocan en tesituras mucho más humanas. El filme rezuma buenas intenciones, pero se enquista a mitad de camino debido a que los diálogoso y situaciones encuentran acomodo en terrenos sensibleros y barrocos, en los que se suceden reflexiones en torno a la condición humana en los enloquecidos tiempos actuales.