Alfonso ARANBURU, Javier ZULAIKA, Aniceto RUBIO y Juanjo CELORIO
Miembros de Gerrarik ez Euskalherria
GAURKOA

La OTAN preside la UE

La naturalización de la guerra está servida. El secretario general de la OTAN actúa en sus comparecencias como si fuera (tal vez lo sea realmente) el presidente de la Unión Europea. La apuesta por el belicismo y el militarismo está servida. Y lo que es peor, aprobada e impulsada por todos los agentes políticos intervinientes, medios de comunicación, incluidos. Incluso los llamados «grupos progresistas» (socialdemócratas y otros) otorgan su aval a una insensata estrategia de confrontación con Rusia, ocupando y/o reforzando las fronteras limítrofes con efectivos y medios militares asociados a la Alianza Atlántica. Cabría preguntarse, una vez más, cuál sería la reacción de EEUU si asediaran de igual forma sus territorios colindantes. Es tal la impunidad autolegitimada que hasta definen el mar Báltico como «Mar de la OTAN».

La injustificable invasión y destrucción de Ucrania por parte del Ejército ruso, bajo las órdenes de su presidente Vladímir Putin, no va a neutralizarse ni reconducirse hacia acuerdos de paz incrementando la tensión político militar mediante el envío de armas y ejércitos a las áreas en conflicto y sus espacios colindantes. La adhesión al bloque militar OTAN de Suecia y Finlandia (ofreciendo de facto sus territorios como base y refuerzo de la presencia militar de la alianza atlántica) no hace sino escalar aún más en la opción belicista. Se crean nuevos lenguajes para camuflar lo evidente, retorciendo por ejemplo el término «defensa». Se denomina «fuerza de defensa» a la OTAN, «industrias de defensa» a la industria armamentística, «presupuestos de defensa» a los presupuestos destinados a la guerra, «estrategias de defensa» a las estrategias belicistas, etc.

Se envían armas «solidarias» sobre el terreno, se aumenta el gasto militar en todos los países a costa de extraer los fondos destinados a la protección social y a afrontar las consecuencias del cambio climático. Se aumenta la producción de armas y se destinan fondos públicos a financiar directa o indirectamente a las empresas de armamento, manteniendo desde el Estado la máxima opacidad sobre las mismas y sus negocios comerciales con la muerte. El mundo al revés. La normalización de lo anormal. La legitimación de la guerra según quién la ejerza.

El Gobierno y presidente del Estado Español apoyan entusiásticamente este rosario de despropósitos políticos militares, presentándolos además como logros al situar a nuestro país en el club de fans de la OTAN y sus estrategias políticos militares. Ello nos induce a prever que esta tendencia, a nuestro juicio irresponsable y errónea, va a mantenerse. El conocido mantra «Si quieres la paz, prepara la guerra» no se sostiene en la realidad. La historia lo demuestra. Quienes preparan la guerra llaman a la guerra, y al final la materializan en el centro o las periferias, haciendo que otros se maten. No se convoca así a la paz. Ese término tan manido por unos y otros para justificar el empleo de la violencia armada contra países, personas, culturas y pueblos.

Ciertamente, la guerra en Ucrania no es la única. Hay más guerras que asolan otros países considerados «periféricos» en los que se asesina y destruye con armas «de defensa» fabricadas aquí, muy cerca de donde vivimos, financiadas en parte con nuestro dinero y selladas con la garantía de nuestro silencio. El label de calidad que otorga la impunidad.

Sin embargo, la guerra en Ucrania acerca a nuestros acomodados espacios de confort una realidad indeseada, trufada de recortes sociales, límites energéticos, aumento de precios de productos, que nos afectan directamente. Convirtiendo además esa guerra como excusa inapelable para justificar medidas económicas de austeridad y desvío de recursos a otros ámbitos necesarios (algunos de extrema urgencia como los del cambio climático), que probablemente poco tienen que ver con la guerra en sí, si no con estrategias político-económicas previas al conflicto armado desatado en Europa del Este y expandido a numerosos países, incluido el nuestro. Porque colaborar en una guerra mediante envío de armas y efectivos a los espacios bélicos convierte en parte de la misma a quien lo hace. Esta guerra que nos ocupa contiene un elemento poderosamente diferenciador, la amenaza del empleo de armas nucleares. Una amenaza real que puede activarse inesperadamente de forma indiscriminada, llevando a la humanidad a escenarios sin retorno. Esta guerra además forma parte de un perverso engranaje de ambiciones geoestratégicas por el control global entre EEUU y China que, con alta probabilidad, podría abrir nuevos escenarios bélicos arrastrando al mundo a un conflicto global por los sistemas de alianzas instaurados. Las declaraciones explícitas contra China en los últimos días y semanas señalan tendencias inquietantes al respecto.

Por todo lo expuesto no podemos sino expresar nuevamente la imperiosa necesidad de que la población civil tomemos la palabra y el coraje de actuar en contra de la guerra como método de resolución de conflictos y reivindiquemos la paz mediante el diálogo y la negociación. Ya ha habido demasiada muerte y destrucción para nada. Es hora de parar esta escalada militarista. Es tiempo de armarse de argumentos para desarmar las estrategias belicistas. Es hora, en definitiva, de que la población transite del silencio a la acción, del asentimiento disciplinado ante el discurso único al pensamiento crítico y alternativo ante lo que se nos presenta como irrefutable.

No en nuestro nombre. No con nuestro dinero. No con nuestros impuestos. No con nuestros votos. No legitimamos la guerra en ninguno de sus ámbitos y procesos. No justificamos a ninguno de sus perpetradores.