Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

Condiciones

En horas bajas, mi pensamiento sobre el hecho teatral involuciona. Sin capacidad para asimilar la cantidad ingente de buenas voluntades, esfuerzos sin recompensa suficiente y visualización de una burbuja de mediocridad avalada por las legiones de seguidores en redes pelágicas invisibles y sin certificación ecológica ni sanitaria, mi vida se vuelve una queja a la nada. No me cabe un desacuerdo más con la mayoría. Me excluyo de la manada. A lo mejor la manada ya me había excluido y no me había dado cuenta.

Las voces que habitan mi cavidad craneal convierten mi posibilidad de entendimiento de la realidad en un imposible debido al coro desafinado y contradictorio que no cesa. Estoy por la libertad absoluta, creo firmemente que cada ser humano tiene el derecho de hacer teatro, bailar, componer música, escribir, pintar, hasta cocinar o hacer macramé, pero cuando cada expresión liberadora de esa capacidad se vende como un producto profesional, me sale el viejo gruñón, quizás vencido de envidia o de sinrazón, y me coloco en un territorio de desafección y defensa de una imposible pureza o categoría selectiva. Porque algunas almas cándidas luchamos por mejores condiciones, y nos entendieron mal. Las condiciones no eran cantidad, sino de calidad. No era sumar, sino sublimar, buscar la excelencia. Y este discurso se ha agotado. Es una ilusión, una antigualla, quizás un delirante episodio de senectud.