Mis hijas son inclusivas
Es una pregunta común y habitual a la que yo también respondo: ¿Usted tiene hijos? Pues no, no tengo hijos. Tengo hijas. Y cuando estoy con mis tres hijas, no somos nosotros quienes estamos sino nosotras las que somos, las cuatro.
Según la machirula Real Academia de la Lengua, no importa que sobre el escenario haya una docena de niñas, la sola presencia en una esquina de un niño de espaldas ya es suficiente razón para que el pie de foto hable de «ellos», de los «niños» en escena. Cuando España ganó el mundial de fútbol femenino, Jorge Vilda, exentrenador de las 23 jugadoras, gritó eufórico: ¡Somos los campeones del mundo! Veintitrés mujeres se convertían en «los campeones» para que el entrenador se evitara la vergüenza de pasar por «campeona».
Una niña no siempre sabe si se habla de ella cuando se habla de «niños», una mujer no siempre sabe si se habla de ella cuando se habla de «hombres», y el «contexto» no siempre aclara las dudas.
Aunque la gramática me repruebe, es ella la que tiene el problema, no yo, y así el lenguaje inclusivo les resulte intolerable yo no voy a desaparecer a mis hijas ni a ignorarlas para ayudar al castellano a resolver sus viejos problemas con el género.
(Preso politikoak aske)