EDITORIALA

Batallas imposibles en trincheras indefendibles

A raíz de un tuit de Covite en el que denunciaba un «homenaje en el barrio de Zorroza al etarra Jon Urcelay Imaz, asesino de Martín Duran Grande», el alcalde de Bilbo, Juan Mari Aburto, anunció la retirada del monolito que recordaba al miembro de ETA. Jon Urzelai Imaz murió el 11 de septiembre de 1974, un año antes de la muerte de Franco, en una emboscada. Los servicios de información franquistas tenían el piso de ETA localizado y la Guardia Civil esperó allí a que llegara el comando para acribillarlos. En la refriega murieron el mencionado guardia civil, Martín Duran Grande, y el militante de ETA, Jon Urzelai. Era 1974, tres años antes de la amnistía que supuso un punto final para poder perseguir a los mandos policiales que decidieron ejecutar a Urzelai en vez de juzgarlo.

Covite es libre de decidir su estrategia y de intentar marcar la agenda. En su voluntad de mostrar la maldad de ETA, están narrando todas sus acciones, señalando su crueldad pero dando una imagen de la relevancia que ha tenido esa organización en la vida política vasca y española. Ellas sabrán qué quieren transmitir. La impunidad de la violencia del Estado les permite hacer un discurso tramposo en algunos puntos, pero es legítimo. Además, son víctimas y merecen respeto. Lo que no es legítimo es que las instituciones vascas asuman un relato falso, parcial y que no tiene relación con los derechos humanos, sino con el proyecto político españolista.

En un país cuyas instituciones financian un memorial que homenajea a torturadores franquistas que murieron a manos de ETA, al entender que eso los convierte en víctimas y merecen recuerdo, no tiene mucho sentido que se persiga la memoria de los militantes que lucharon contra el franquismo. Nadie puede saber dónde hubiera acabado Urzelai en el devenir político vasco, pero en el momento de su muerte a manos de la Guardia Civíl estaba luchando contra una dictadura. Con las armas, no hay por qué ocultarlo. Su muerte, impune, merece ser recordada por los demócratas. Creyéndose sus propias mentiras, algunos políticos vascos plantean batallas que nunca podrán ganar y se colocan en trincheras indefendibles.