JAIME IGLESIAS
MADRID
Entrevue
Han Kang
Escritora

«Hoy en día nos comunicamos de una manera banal»

Es una de las autoras coreanas más reconocidas. A pesar de tener un bagaje como poetisa y cuentista y de haber publicado dos novelas previas, el éxito le llegó con «La vegetariana». En Occidente fue reconocida en 2016 cuando dicha novela fue traducida al inglés y galardonada con el International Man Booker. Acaba de publicar en castellano «La clase de griego».

(J. DANAE | FOKU)

A Han Kang (Gwangju, 1970) la fama le llegó de manera inesperada. Quizá eso justifica su extrañeza cuando tiene que hablar de una novela como “La clase de griego” que escribió hace más de una década y que acaba de ser traducida al castellano tras el éxito que tuvo en el mercado hispano su novela “La vegetariana” sobre las devastadoras consecuencias a las que debe de hacer frente una mujer que, en un momento dado, decide dejar de comer carne, una decisión individual que es también un acto de disidencia. La protagonista de “La clase de griego” debe también hacer frente al sistema cuando opta por renunciar al lenguaje hablado mientras busca una voz distinta desde la que redefinir su identidad.

Tanto la protagonista de este libro, como la de «La vegetariana» se caracterizan por sus renuncias. ¿Diría que se trata de dos actos de aislamiento voluntario?

En el caso de la protagonista de “La vegetariana” esa renuncia al consumo de carne y su deseo de ir, progresivamente, mimetizándose con una planta, puede que refleje un proceso de aislamiento voluntario pero también encierra un deseo de salvarse a sí misma. Es una mujer con una voluntad muy firme, cosa que la diferencia de la protagonista de “La clase de griego”. Aquí, efectivamente, vemos a una mujer que renuncia a expresarse oralmente pero que, al mismo tiempo, muestra su deseo por encontrar nuevas formas de comunicarse. No es que renuncie al lenguaje sino que está buscando un lenguaje nuevo que le sirva para recuperar la confianza en sí misma.

El lenguaje es una manera de comunicarse con el mundo y al renunciar a él, la protagonista parece no querer formar parte de la sociedad.

A pesar de que el lenguaje une a las personas también las distancia. No deja de ser una herramienta para expresar nuestras emociones y si estás emocionalmente herida, como la protagonista, tu discurso se resquebraja y el lenguaje que lo articula se revela estéril. Del mismo modo que hay momentos en los que nos cuesta reconciliarnos con el mundo, existen otros donde nos resulta difícil reconciliarnos con el lenguaje. Pese a estas dificultades, la protagonista no pretende quedarse aislada.

Sobre este personaje se proyecta la frustración de tantas mujeres que se ven silenciadas, ¿no?

En cierto modo es así. Hasta hace muy poco a las mujeres no se nos permitía alzar la voz y eso nos llevaba a asumir muchas renuncias. Por eso es tan importante que cada vez haya más mujeres escribiendo, expresando sus pensamientos y sentimientos. Me resulta conmovedor y muy necesario.

En el otro extremo está el profesor de griego, su pérdida de visión no es un acto voluntario pero se da la paradoja de que, en la medida en que se va quedando ciego, su capacidad para ver con nitidez la realidad aumenta.

Es un personaje que, en cierto modo, nos representa a todos en la medida en que cada vez nos cuesta más percibir las cosas con claridad hasta que llega un momento en que estamos ciegos. Creo que eso nos vuelve más vulnerables pero también nos hace ser más sensibles al contacto con otras personas pues necesitamos de ellas para percibir la realidad.

¿La relación entre ambos personajes es una metáfora sobre la incomunicación?

Es una metáfora sobre nuestra incapacidad para comunicarnos. La protagonista está directamente inspirada en mí. No es que yo perdiese la capacidad de hablar pero sí que hubo un momento en el que sentí que no tenía nada que decir y que, como tal, no iba a ser capaz de volver a escribir. Entonces pensé ¿Cómo se comunicaría aquel que no tiene nada que decir con alguien que va perdiendo su facultad para ver las cosas? Y, de repente, me vino una imagen a la cabeza; la imagen de una mano en la oscuridad que, mediante el tacto, va trazando letras en otro cuerpo, en otra piel. Pensé que esa era una forma de comunicarse muy cálida, muy íntima y que realmente toda comunicación debería ser así. Se dice que en las sociedades de hoy vivimos incomunicados, pero yo pienso que lo que pasa es que nos comunicamos de una manera banal.

En su novela hay una interesante reflexión sobre el griego antiguo. Apunta que las lenguas muertas son más precisas al describir la realidad que las lenguas vivas.

Cuando decidí que los dos personajes se conocieran en una clase de griego, él como profesor y ella como alumna, lo hice imbuida por el recuerdo de un editor al que conocí en 2001. Él había estudiado filosofía y griego antiguo y me dio a conocer la complejidad de este idioma. Años después, cuando planeé escribir esta novela, lo primero que hice fue ponerme a estudiar griego, aunque tampoco puede decirse que lo estudiara muy a fondo ya que lo único que hice fue comprarme tres manuales de gramática (risas). Pero me interesaron mucho los ejemplos que había sobre la multiplicidad de significados que atesora cada palabra. A pesar de ser considerada una lengua muerta, el griego antiguo posee una gran riqueza y esa riqueza no puede ni debe morir. A partir de ahí, me interesaba reflejar la paradoja de dos personas que se conocen estudiando una lengua muerta que, sin embargo, a ellos les hace sentirse muy vivos.

De hecho, «La clase de griego» es una obra que se nutre de paradojas. Por ejemplo, resulta curioso que en una novela sobre el lenguaje los silencios estén tan presentes.

Cuando escucho una obra musical tiendo a valorarla por el impacto que me produce ese silencio que sigue a su finalización. El silencio es algo muy pesado para alguien que trabaja con las palabras, pero a la vez es un concepto muy hermoso y muy difícil de transmitir al lector. Quizá la ventaja que tengo es que empecé escribiendo poesía y la poesía es muy similar a la música en el sentido de que las pausas y el silencio que sigue a la lectura de unos versos le da a estos su verdadera dimensión. Es una enseñanza que he tratado de aplicar como novelista.

No sé si esa reflexión sobre el poder de los silencios tiene reflejo en el carácter anónimo de los dos protagonistas.

No quise darles un nombre porque eso redunda en su sensación de aislamiento. Los protagonistas son dos seres bastante ordinarios que cuando sus cuerpos se encuentran adquieren una verdadera identidad. Es una idea que atesora una gran belleza.

Hay una reflexión sobre la violencia que invade nuestras sociedades a través de una minuciosa descripción de los paisajes urbanos por los que transitan los protagonistas. ¿Qué le inspira de este tema?

Más que de violencia, de lo que hablo es del choque que se produce entre los seres humanos. Los entornos urbanos promueven esos choques y también promueven ese anonimato que lleva a los personajes a una cierta soledad. Les cuesta relacionarse y es posible que eso a ojos del lector les reste humanidad, pero para mí esa humanidad acontece cuando estos seres se complementan a través del contacto físico. Y lo bello es que en medio de ese ruido y ese caos de los entornos urbanos, ese encuentro íntimo entre ellos acontece en silencio y en un ambiente calmado.