José Félix AZURMENDI
Periodista
GAURKOA

Reflexiones inocentes

De momento, una coalición de jeltzales y socialistas es más fácil que la de cualquiera de los dos con EH Bildu. Cuando los primeros pactan, todo el mundo sabe que es porque les viene bien a los dos y no va a significar que se amen tiernamente, ni que estén renunciando a sus principios, ni a sus votos: pescan en caladeros diferentes, van unos por merluzas, y los otros a la anchoa; unos a Gran Sol, los otros, a capturas de bajura. Conviven. El PNV no puede pactar con EH Bildu porque (todavía) comparten caladero: si a uno le va bien, el otro queda perjudicado. EH Bildu, no puede pactar con los socialistas, por principios y en principio. Los socialistas no pueden entrar a gobernar con la izquierda abertzale, porque se le echarían encima los medios de comunicación españoles, sus tertulianos, los poderes fácticos, que se decía antes, y lo que es peor, las vacas sagradas de su partido. Con el PP, sí; ya lo hizo.

Le oí un día a Xabier Arzalluz, en el entorno de Lizarra-Garazi, que era consciente de que, si aquello salía bien, el partido que presidía perdería poder, pero el país ganaría. Estaba dispuesto a ello, porque tenía visión histórica y era abertzale. También le oí decir que a los voluntarios de ETA habría que encontrarles una inserción laboral y social adecuada a su pasado, basozainak por ejemplo: no eran tantos y las Diputaciones podían permitírselo. Me dijo Luis Mari Retolaza, poco antes de su fallecimiento, que sabía que gente de la izquierda abertzale le detestaba y que ETA, según decía Mayor Oreja, había intentado matarle; sabía eso, pero no se imaginaba la sociedad que él quería sin la parte de ella que esa izquierda abertzale representaba. En el PNV siempre hubo una corriente que lamentaba no poder llegar a acuerdos con los abertzales de izquierda, y otra que prefería llegar a acuerdos con cualquiera antes que con ellos. También en la izquierda abertzale había quienes tenían al PNV como el enemigo mayor, y hubieran preferido acordar con cualquiera antes que con él. Hoy, tras un final que nadie imaginó así, no existe ETA y la política se ha casi normalizado, a la espera de que todos los presos de motivación política estén en casa, y que sea posible analizar el pasado y publicar los respectivos relatos sin mentiras ni silencios, sin amenazas de tribunales.

Sin remontarnos a Indalecio Prieto, al que los dirigentes jeltzales del exilio detestaban, las relaciones entre dirigentes del PNV y del PSOE fueron, más que afectuosas, oportunas. Sus respectivos proyectos, creencias y maneras distaban mucho de aspirar a la convergencia: en tiempos electorales republicanos anduvieron incluso a tiros, sobre todo en Bizkaia. No hay más que leerle a Manuel Irujo o a Jesús Insausti, y no digamos al eibarrés Matxari, para comprobar lo que pensaban los jeltzales de sus socios socialistas. Hay, sin embargo, un adversario socialista más reciente, más ideológico y más significativo del nacionalismo vasco y del PNV, en el que convendría reparar. Se trata de José Ramón Recalde. Sostenía él en agosto del 2006 que el Estatuto vasco vigente y las leyes que lo desarrollaron supusieron una claudicación de los no nacionalistas en aras de la concordia. Lo había enunciado previamente como «la hipoteca por la que cedimos la gestión política a acreedores usureros como han demostrado serlo los socios nacionalistas». Decía de ellos que «Sí, eran los monopolizadores de nuestra sociedad vasca, más que los violentos que intentaron destruirla».

Cuando el fin de ETA se intuía probable, escribió Recalde que los ciudadanos debían ver como un triunfo el abandono de las armas, pero que el precio de la paz no podía pasar por el de las concesiones al nacionalismo. Era de la opinión entonces de que el objetivo de acabar con el monopolio del poder por parte del PNV se trataba de «una exigencia democrática fundamental, objetivo independiente de la capitulación de ETA». Para él, el previsto fin de la violencia de ETA aliviaría la convivencia entre ciudadanos, pero no resolvería todos sus problemas, que incluso podrían agravarse, hacerse más «ásperos» que «cuando el frente aparecía nítido entre violentos y no violentos». Distanciándose de la versión federalizante del Estado que hacía su amigo Pasqual Maragall, se lamentaba de que «quienes defendemos fórmulas federales hemos tragado fórmulas nacionalistas que nunca nos habían convencido». Nunca.

No sé si los socialistas vascos de hoy opinan lo mismo de estas cuestiones, pero sus intelectuales no parecen estar muy alejados. Y vienen estas cuestiones a cuento de que se esté aventando en los medios de comunicación la idea de que los socialistas de la CAV, ahora que en la Foral parece que se derrumban algunos muros y se superan vetos, pudieran ponerse de acuerdo con EH Bildu para desplazar al PNV del Gobierno de Gasteiz. Que cualificados representantes de Sortu hablen de tiempos nuevos y cambios de ciclo, y de que lo que parecía imposible se esté haciendo realidad, contribuyen a alimentar esta idea. También algunas reacciones nerviosas de no menos cualificados representantes del PNV parecerían no descartarlo. Todos descartan por lo visto que el PNV pudiera llegar a acuerdos con EH Bildu. O a EH Bildu con el PNV. La cuestión merecería al menos una reflexión, ahora que van a ser rostros nuevos y biografías sin lastre las encargadas de dirigir sus respectivas estrategias y de diseñar el futuro de una sociedad que todos reconocen distinta, una sociedad que ya es distinta.