Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

Libertad de expresión total y absoluta

La muerte del cómico Paco Arévalo me proporciona la oportunidad de instalarme en la contradicción más serena. ¿Qué hacemos con las veces que hace unas décadas nos reíamos a carcajadas con sus chistes de gangosos o de mariquitas? Sí, cada una de nosotras, cada uno de los que hoy renegamos y señalamos a este cavernícola por sus ideas políticas, durante un tiempo admitíamos sin ninguna reticencia esos chistes sobre personas con discapacidades o con otras tendencias sexuales. Lo hacíamos sin remordimientos, no estábamos educados: ¿Éramos homófobos, sexistas, racistas y despreciábamos a los diferentes? De todo un poco.

He sido muy exigente al señalar el contenido de obras de teatro, canciones, series o películas. Un exceso de intolerancia, porque si bien algunos consideramos estas cuestiones como prioritarias, es cierto que, en ocasiones intentamos hacer una simbiosis extraña entre persona y creador. Y colocado el asunto en el plano de las formas, o de ese misterioso concepto de calidad, hay grandes artistas en todos los órdenes culturales que son personas alejadas de nuestro ideario y que hasta pueden ser en lo más estricto de sus comportamientos personas repudiables. No hay que poner ningún límite a la libertad de expresión. Ninguno. En absoluto.