Estado de excepción sin golpe militar
Desde hace varios años vengo afirmando que el Neoliberalismo solo se sostiene eliminando el control democrático sobre los poderes concentrados. Para lograr esta situación fue necesario que distintos dispositivos desencadenaran en distintos segmentos de la población un odio sistemático a toda la cultura política que había constituido la referencia histórica de lo que se denomina el proyecto nacional y popular.
Esta operación exigió que durante años se fuera transformando el humor social a partir de un cambio subjetivo que posibilitara la emergencia de sujetos capturados por un imaginario impenetrable para la argumentación, el debate y el análisis político. En este sentido, la instrumentación ejercida de un modo tenaz y persistente del término Corrupción fue determinante.
Gracias al psicoanálisis se sabe que el sujeto siempre puede sentir que algo esencial se le ha hurtado, que ha sido engañado, robado y estafado por un Otro. Estos sentimientos son constitutivos de la vida del sujeto y, cuando se va destruyendo el tejido social, encuentran un campo propicio para desarrollarse y desplegarse. Por supuesto, la Pandemia colaboró de una forma definitiva para la expansión del sentimiento de estafa y la manipulación de la misma.
Luego, los dispositivos neoliberales se encargan a través de su extensa fila de colaboradores de otorgarle nombres propios a ese Otro y de promover un odio ilimitado hacia las personalidades de la política que sea necesario destruir.
La situación extrema se produce y se obtiene cuando eso se dirige al propio Estado y a su propia Constitución. En otros términos, entonces sí se logra el robo total: la transferencia de recursos de los más explotados a los grupos del Poder.
Cuando se llega a este punto, el Neoliberalismo se realiza de un modo absoluto, como aquella forma del capitalismo que expropia a la gran mayoría del pueblo de su soberanía contando con un gran apoyo por parte del mismo.
De esta manera, el neoliberalismo funciona como una dictadura sin golpe de Estado, que a partir de ese punto empleará al Estado para administrar el aparato represivo y ahora sí, con sus distintos protocolos de regulación.
El interrogante crucial cuando se llega a esta situación es, por un lado, la pregunta por el cuantum de opresión que la población puede soportar y, por otro, cuáles son las fuerzas políticas que separándose de su modo de existencia anterior estarán en condiciones de afrontar la tremenda novedad de la situación.
Es necesario aclarar de que no se trata de nuevos nombres propios ni tampoco de fuerzas políticas nuevas, pero sí de construir una posición que discursivamente sea claramente distinta del pasado del que proviene.
Cuando se puede llegar a imponer un Estado de excepción de apariencia democrática es fundamental que las fuerzas emergentes cumplan con una doble función: por un lado, deben tener una actuación de recomposición y reconstrucción del tejido político, pero a la vez deben mantener una tensión irrevocable, sin ceder sobre la situación, en su confrontación con el espacio que se propone destruir a la democracia y el pueblo que la habita.
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