Raimundo FITERO
DE REOJO

Monumento al átomo

Cuando escribo Bruselas, ¿qué quiero decir? ¿Qué entiende quien me lee? ¿Cuántas nociones de Bruselas habitan en mi memoria y en el acumulado de experiencias políticas de varias generaciones? Desde el majestuoso monumento al átomo que viene de los años sesenta a la fuente del Manneken Pis en la Grand Place, esta ciudad donde se comen diariamente toneladas de mejillones ha ido metiéndose en nuestra cotidianeidad por todos lo asuntos de legislación europea y ese turbulento mundo burocrático de élites funcionariales, junto a cientos de eurodiputados y demás servidumbres que propicia la existencia de un avispero de oportunistas, comisionistas y asesores sin escrúpulos.

Las noticias nos advierten de que Bruselas ha puesto una multa a Apple de 1.800 millones de euros por prácticas desleales y, a la vez, que crecen los asesinatos y ajustes de cuentas entre clanes del tráfico de drogas especializados en cocaína y crack. Lo de multar e intentar controlar a estas multinacionales es algo que se va fraguando con muchas contradicciones, pero que abren ventanillas para que los usuarios vayamos comprendiendo nuestra función de comparsas de un negocio sin límites. Pero lo de los clanes de traficantes me colocan en el mejor de los mundos del espionaje industrial, del consumo recreativo o profesional de alcaloides, de las circunstancias que hacen que esa ciudad con prospecto turístico muy recargado y conservador, esa en estos instantes una capital del átomo como símbolo de la casta funcionarial con tarjetas oro para combatir el aburrimiento.