Josu MONTERO
Escritor y crítico literario

Olfato

Mucho te los tienes que acercar a las narices y aspirar con ganas para que te alcance en estos tiempos el olor de los libros, esa mezcla de celulosa y de tinta, con un fondo incluso de sólida maquinaria de imprimir.

En un indefinido antaño los libros olían nada más abrirlos y hojearlos, sin necesidad de perseguir su olor tal como sucede hogaño; no solo sucedía con los libros de texto recién estrenados, que casi parecía que todo el arduo saber que encerraban entraba en ti por las narices sin ni siquiera comenzar el curso, sino cualquier clase de libro, era abrirlo y respirarlo; tal creo que me aficioné a la literatura por vía olfativa.

Cuando visito hoy una librería lo hago con el secreto deseo de que nada más abrir uno de los volúmenes que nos ofrece me invada su embriagador aroma de tinta y papel recién nacidos, lo que sucede en tan contadas y felices ocasiones que apenas compro ya libros.

Pero es que todo resulta hoy inodoro, no solo los libros, tampoco huelen los tomates, las manzanas ni las pieles; así que tal parece que lo que ha de oler nada huele y que lo único que huele, y mal, es lo que en puridad nada habría de oler por inorgánico y digital, esto es, pantallas y redes y nubes del ciberespacio.