EDITORIALA

Toda la energía que libera Korrika será necesaria en este momento crucial para el euskara

Korrika avanza por las carreteras y calles de Euskal Herria, dejando a su paso un regusto eufórico entre los y las euskaltzales. No es para menos, porque la sensación de estar en el lado virtuoso, razonable, divertido y carismático de la vida no es lo más común para esta comunidad. Como hablantes y defensores de una lengua minorizada, a pesar de los innegables avances, no suelen vivir situaciones envidiables. A veces, el hecho de saber una lengua más no puntúa, les penaliza o incluso les convierte en sospechosos.

La vivencia de Korrika es diferente en lo que fue Saltus y lo que es Ager, por así decirlo; en los arnasgunes y en las urbes; en los barrios altos y en los bajos; a un lado y al otro del Bidasoa; o en las instituciones y en las calles. La lucha en defensa de la lengua y la cultura vasca tiene genealogías y tradiciones diversas. A base de pura fuerza social, Korrika y AEK han logrado derribar algunos muros. Por sí mismo, eso tiene casi tanto valor como la propia carrera popular.

La percepción sobre la salud del euskara, sobre su situación y su futuro, está sujeta a debate, y altera los compromisos que las instituciones, las familias políticas y la ciudadanía están dispuestas a acordar.

Es necesario acertar en los diagnósticos y proponer compromisos adecuados. Hace falta redefinir consensos y conflictos, sin hacer trampas, ni al solitario ni en el juego político.

CONSENSOS SIMULADOS, CONFLICTOS LATENTES

En principio, todo el mundo comparte la sentencia «se adaptarán -las políticas, la educación, el empleo público, la financiación…- a la realidad sociolingüística de cada lugar». En el debate sobre la Ley de Educación de la CAV, por ejemplo, nadie ponía en duda esa máxima. Pero la lectura que se hace de esa frase es radicalmente distinta. Unos entienden que una realidad más frágil implica un mayor esfuerzo, con más recursos y una monitorización sostenida, mientras que otros ven en esa realidad una opción para no invertir y desentenderse de la lengua vasca.

La identidad política condiciona el compromiso con el euskara. Es inútil negarlo, hay que gestionarlo. Por definición, el nacionalismo vasco ha tenido un mayor compromiso histórico con la supervivencia del euskara y la cultura vasca, mientras que el unionismo ha oscilado entre el negacionismo y la desidia, con importantes excepciones personales y locales.

Es Korrika, pero también es periodo electoral, y el PSE se mostrará como representante del españolismo, de los que no quieren saber nada del euskara. Conceder a la minoría derecho a veto es un error.

UN PAÍS A LA CARRERA EN DEFENSA DE SÍ MISMO

Un diagnóstico certero es condición necesaria para lograr el avance que el euskara necesita si quiere sobrevivir y desarrollarse, es decir, para garantizar su futuro. La realidad es tan diversa y tozuda en cada sitio que se corre el riesgo de reducirla. Con ambición y realismo, habrá que adaptarse al terreno y a las capacidades propias y ajenas. Un buen diagnóstico no garantiza una estrategia eficaz, pero ayuda. Hay que definir fórmulas y plazos, discursos y alianzas.

El euskara no va a dejar de ser una lengua minorizada, pero puede ser mayoritaria en una parte de sus territorios. En otros sitios corre el riesgo de que otras lenguas le sobrepasen. Los retos que eso implica son distintos de los de fases anteriores, mucho más en el contexto de aceleración exponencial que se vive ahora. Desde el ámbito de la demografía y la ciudadanía hasta el de la tecnología, hay que espabilar.

Mientras tanto, adaptándose a los ritmos de varias generaciones, entre jadeos y al grito de «hemen gaude euskararen alde!», Korrika libera las hormonas políticas necesarias para que la sociedad vasca se muestre orgullosa de sí misma y ante el mundo.