Raimundo FITERO
DE REOJO

La obscenidad de cada día

Remilgos, complejos y cintas de vídeo no reproducibles. Calificar a algo de obsceno no se hace desde una supremacía moral, sino desde una perspectiva estética cargada de una ética no instrumental. Por eso me parece obsceno el tratamiento dado, por ejemplo, a las declaraciones de ese ser que una vez bailó sobre miles de escenarios llamado Rafael Amargo y que está siendo juzgado por ser un presunto traficante de ciertas drogas. La obscenidad es colocar a alguien tan visiblemente desfasado en el relato de los acontecimientos noticiables de un día cualquiera. Juntar las noticias relativas a la masacre israelí en Gaza, la confusión deliberada de la guerra en Ucrania, las comparecencias judiciales de parte del consejo de ministros del deleznable Aznar con este individuo, casi en el mismo rango, se hace con claras intenciones de despistar, de entretener.

Porque se trata, insistimos, en entretener, no en informar, y si además de entretener alguien se puede enriquecer a partir de un hecho tan impactante como es el asesinato y descuartizamiento de una persona, el asunto es más que obsceno, criminal. Que empiece el juicio a Daniel Sancho, autoinculpado por el asesinato de Edwin Arrieta y se aproveche el momento para estrenar un documental en una plataforma sobre el caso, en el que su padre Rodolfo Sancho ha cobrado por intervenir, empieza a ser repugnante. Insistir en dar noticias diarias de este juicio es un acto de intoxicación general a todos los órganos de la sociedad. Esto sí que es un caso particular convertido por las cadenas de televisión en un asunto obsceno por su tufo clasista.