«No poseo una gran imaginación, pero tengo capacidad de observación»
Nacido en Rennes, en 1966, tras poner fin a la trilogía de títulos dedicados a glosar las miserias del mercado laboral (“La ley del mercado”, “En guerre” y “Un nuevo mundo”), acaba de estrenar “Fuera de temporada”, un filme intimista sobre los amores perdidos y el paso del tiempo donde subyace una mirada política.
Conversador apasionado, a Stéphane Brizé le gusta que reconozcan la singularidad de su mirada en cada nueva película que rueda aunque se trate de filmes aparentemente alejados en tono y estilo. En su nuevo largometraje, “Fuera de temporada” vuelve a reflexionar sobre la vulnerabilidad de los fuertes y la fortaleza de los débiles a través de la figura de un actor de éxito (interpretado por Guillaume Canet) que se retira a un spa de lujo buscando reconducir una existencia que se le antoja vacía.
De «Fuera de temporada» se ha dicho que es un filme de ruptura respecto de sus películas anteriores. Sin embargo, los dos protagonistas me parecen muy próximos en espíritu a los de sus películas precedentes. ¿Está de acuerdo?
Yo parto de que los periodistas no se equivocan, así que si esa es tu percepción … ¿Quién soy yo para decir lo contrario? (risas). Ahora en serio, me gusta hacer películas abiertas a la interpretación del público. En ese sentido siempre doy más vueltas a lo que deseo ocultar que a lo que deseo mostrar en mis películas, porque eso que no muestro es lo que le permite al espectador asumir un papel activo a la hora de completar el relato. Supongo que eso es lo que confiere un aire de familia a todas mis películas por mucho que, aparentemente, sean distintas las unas de las otras. Sin embargo, detrás de cada una de ellas estoy yo y yo puedo ser muchas cosas. Puedo ser un cineasta con una mirada abiertamente política como la que proyecté en “La ley del mercado” o “Un nuevo mundo” y también ser un cineasta intimista capaz de rodar un filme como “Fuera de temporada”. En todo caso, por responder a tu pregunta, creo que si algo define a mis personajes es la melancolía.
¿Diría que esa melancolía es reflejo de una cierta frustración?
En cierta medida puedes interpretarlo así. Casi todos los protagonistas de mis películas son personas que han tenido unas convicciones muy firmes, que han creído fuertemente en algo y que, de repente, sienten que todo se derrumba alrededor suyo. El protagonista de “Fuera de temporada”, por ejemplo, es un actor de éxito que siempre creyó que la fama y el reconocimiento eran la vía para alcanzar la felicidad y la libertad, pero que a sus 50 años se siente vacío y se da cuenta de que para lograr ambas metas debe empezar a buscar en otra parte.
No sé en qué medida se siente personalmente vinculado con el personaje interpretado por Guillaume Canet ya que, tanto usted como él se dedican al mundo del cine. ¿Su frustración es la suya?
Digamos que ese vacío que siente el personaje a pesar de haber alcanzado el éxito es algo que he vivido en primera persona, pero no creo que sea necesario dedicarse al cine para experimentar una sensación así. En ese sentido, me siento igual de representado en Mathieu que en Alice. No puedo aportar la misma respuesta para ambos protagonistas pero siempre hay algo mío en todos mis personajes, con lo cual puedo reconocerte que esa carga de frustración que atesoran ambos es la mía. Las tres películas que rodé con Vincent Lindon sobre la degradación del mercado laboral fueron inspiradas por la indignación que sentí en aquellos momentos. Hoy, casi nueve años después, aquella indignación se ha convertido en hastío y en desilusión y creo que esa mirada está en “Fuera de temporada”. Como director no poseo una gran imaginación pero sí que tengo cierta capacidad de observación.
Una de las cosas de las que habla en «Fuera de temporada» es de la necesidad de compartir nuestra fragilidad. ¿Por qué cree que nos cuesta tanto mostrar nuestro lado más vulnerable?
Pues porque estamos dominados por un pensamiento de corte liberal donde todo se mide en términos de rendimiento; en un contexto así, mostrarte vulnerable te penaliza socialmente. Y no hablo únicamente de entornos laborales, basta con ver cómo funcionan las redes sociales para darte cuenta de que la gente no busca tanto compartir experiencias como lograr reconocimiento por parte de los demás. Pero igual que nos esforzamos por mostrar esa fortaleza y esa seguridad, deberíamos hacer lo mismo con nuestros miedos y nuestras dudas. Si fuéramos capaces de mostrar nuestra fragilidad seríamos personas más completas. Esa es un poco la idea que me inspiró la realización de “Fuera de temporada”, porque un mundo donde se nos niega la posibilidad de mostrar nuestra vulnerabilidad es un mundo que no acaba de funcionar.
¿Y no tiene que ver también algo al respecto el miedo a ser juzgado? En algún momento de la película parece que sea justamente ese miedo el que paraliza al protagonista.
Por supuesto que hay un miedo a ser juzgado, un miedo cada vez mayor alentado por la necesidad de gestionar la imagen que damos de nosotros mismos. Pero eso no es exclusivo de los que nos dedicamos al cine. Vuelvo al tema de las redes sociales: se trata de herramientas que la gente utiliza para mostrar lo mejor de sí, nunca sus defectos, nunca sus miedos. Estamos creando seres humanos incompletos y eso inevitablemente nos lleva a la tragedia.
Viendo el panorama político que hay ahora mismo en el Estado francés se me ocurre que un problema adicional de cara a mostrar nuestro lado más vulnerable es el hecho de que la empatía cotiza a la baja. En un contexto así ¿cómo se siente un cineasta como usted? Porque si hay algo que define su trabajo es justamente su capacidad para ponerse en el lugar del otro.
¿Que cómo me siento? Pues absolutamente devastado y también asqueado. No puedo decir que los resultados electorales del pasado domingo me pillasen por sorpresa. Somos muchos los que llevamos años y años vaticinando un escenario como el que ahora se abre en Francia, hablando sobre ese delirio colectivo que ha llevado a la extrema derecha a las puertas del gobierno. Y lo peor es eso, constatar que por mucho que tú hagas, que por mucho que tú digas, hay una mayoría de personas que no quiere escuchar, que no quiere ver, que están cómodos en su sordera y en su ceguera. Visto así ¿qué sentido tiene que yo haga películas como las que hago? A veces pienso si no soy un tonto útil al que le dan un dinero para que haga sus peliculitas permitiéndole con ello lavar su propia conciencia y la de los cuatro progres que suelen ir a verlas de cara a reafirmarse en sus convicciones. Sé que es horrible pero he llegado a sentirme así, como si mi trabajo no tuviera el más mínimo sentido. Sé que ese voto masivo a la extrema derecha refleja una ira, una cólera, y que ha surgido de la desesperación y del desencanto, porque este mundo en el que vivimos hace tiempo que ha dado la espalda al individuo y a sus necesidades más elementales: garantizarle un trabajo, un hogar, una educación, una sanidad… Y siembre ha habido buitres y oportunistas acechando en espera de que ese desencanto fuera a más para colar a la ciudadanía respuestas simples ante cuestiones complejas. Y ahora ha llegado su momento, el momento de arrasar con todo, con lo malo pero también con todo lo bueno que hemos construido.
Frente a esa amenaza yo no reivindico un mundo ideal de paz y armonía, lo único a lo que aspiro es a tener una sociedad donde los derechos humanos se respeten, donde puedan convivir blancos y negros, católicos y musulmanes, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, homosexuales y heterosexuales, ricos y pobres. Un mundo, en definitiva basado en la aceptación de las diferencias y en el reconocimiento del otro. Pero a lo que se ve los seres humanos somos tan cretinos que es difícil que algo tan básico como la empatía pueda llegar a darse.