Dudas resueltas desde una actitud clasista
Sin revelar secretos, advierto de que el calor me ha convertido en un ser que se autodefine como clasista. O más: muy clasista. Y en asuntos culturales me he hecho súper activista y estoy luchando contra el populismo y la aristocracia elitista. Quizás se trata de una reacción canicular ante tanta demagogia con las programaciones a cielo abierto que tanto se prodigan y promocionan. Es cierto, se trata de una realidad contrastable: en verano, al caer el sol, estando sin obligaciones laborales inmediatas, acercarse a cualquier parque, plaza o recinto amurallado para ver un espectáculo de cultura en vivo, musical, danzística o teatral, es una magnífica opción. Diría más, es un ritual social que ayuda a la reafirmación individual y social. Lo que me asalta desde décadas es la duda de si esas posibilidades se deben contabilizar como actividad cultural o entretenimiento turístico. Más dudas se abren cuando personas que viven en una ciudad con una actividad cultural relevante relegan su disfrute a estos momentos veraniegos, tan sociales, tan de moda, tan de comentar después alrededor de una jarra de zurracapote. Es ahí donde opera mi clasismo cultural de manera rotunda. Pienso que la cultura no es solo para el tiempo libre, sino que nos hace libres todo el tiempo.