EDITORIALA

La insaciable desvergüenza sionista

La visita de Benjamin Netanyahu a EEUU es una provocación hacia los organismos que vigilan el cumplimiento de los tratados internacionales en materia de crímenes de guerra y derechos humanos. Esta es la primera vez desde el 7 de octubre que Netanyahu abandona Israel, y la primera vez que viaja al extranjero desde que el fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional (TPI), Karim Khan, solicitó una orden de arresto contra él por crímenes de guerra, acusándole de bombardear indiscriminadamente y de utilizar el hambre como arma. En aquel momento, la Administración Biden criticó que el TPI equiparase al Gobierno de Israel con Hamas -contra cuyos líderes también realizó acusaciones y pidió medidas Khan-, y defendió que la Corte no tenía jurisdicción sobre Israel, a pesar de que Palestina sí que es miembro del Tribunal, por lo que sí puede juzgar estos hechos. Netanyahu fue más allá y se quejó de que EEUU no sancionase al Tribunal de La Haya, tal y como había hecho antes Donald Trump.

Esta es, precisamente, una de las características de la política exterior sionista: es insaciable, ningún apoyo le es suficiente, da la impunidad por garantizada y no tiene lealtad alguna. En realidad, además de aliados, sí que tiene amigos, como es el caso de Trump y de la internacional ultraderechista. Ahí se sitúan las visitas de Javier Milei o Santiago Abascal. Netanyahu no tiene reparos en darles su apoyo, incluso quebrando las normas básicas de la diplomacia. La visita a EEUU responde a sus intereses, al margen de otro tipo de cálculos.

El genocidio al que está sometiendo Israel a Gaza sería inviable sin el apoyo del Gobierno norteamericano. Su dinero y su armamento están siendo utilizados para llevar a cabo crímenes de guerra que, además, legitiman con su discurso. Biden ha asumido de forma ciega esa alianza, y antes de sus vahídos, eso fue lo que puso en duda que pudiera ganar a Trump. Kamala Harris deberá ser más cauta si quiere ampliar su base en estados clave donde la izquierda, la comunidad musulmana e incluso una parte de la judía están comprometidas con el alto el fuego y la negociación. En una pugna tan reñida, alimentar al socio de tu enemigo es un gesto suicida.