«Carmen»: El factor determinante
La ópera de Quincena siempre es un acontecimiento en Donostia, musical, por supuesto, pero también social, sobre el que se pone mucha dedicación y aún más expectación. Para esta edición de Quincena, que lleva como hilo conductor los viajes y el exotismo, ‘‘Carmen’’ de Bizet aportaba ese aire sugerente y colorido tan apropiado, que se veía reforzado con un elenco nutrido de -queridos- nombres locales. En principio, tenía todo para ser un gran éxito, pero es curioso cómo un único factor determinante puede, si no dar al traste, al menos sí deslucir una gran representación.
Musical y vocalmente, la ópera funcionó a un buen nivel. Capitaneada por José Miguel Pérez-Sierra, la Euskadiko Orkestra sonó segura, enérgica y muy bien balanceada, respondiendo en todo momento a la atenta batuta de Pérez-Sierra, quien escogió unos tempi ligeramente vivos, manteniendo a músicos y cantantes atentos y con la energía alta, ofreciendo un conjunto vibrante y de calidad.
Rihab Chaieb construyó una Carmen con voz carnosa, de fascinante registro grave sin lastrar por ello el extremo agudo; la soprano tunecino-canadiense cantó la famosa Habanera inicial con oficio pero sin demasiada trascendencia -como sucede a menudo, en parte por los nervios de interpretar un aria tan conocida, en parte por no estar suficientemente metidas en el papel al ser la primera aria del papel-, pero recondujo rápidamente, ofreciendo un personaje coherente, expresivo y bien modulado.
Sorprendió -muy gratamente- el tenor ucraniano Dmytro Popov como Don Josè, con una voz mucho más oscura y corpórea de lo que se acostumbra en este rol, pero bien timbrada, de agudo fácil y sin aristas que, superada la extrañeza -y reticencia, admitámoslo- inicial, convenció.
Quien encandiló al público fue la soprano Miren Urbieta-Vega encarnando a Micaëla y, aunque ‘‘jugar en casa’’ siempre ayuda, es también cierto que últimamente todo lo que hace es un éxito; sin aspavientos y emocionante, cantó con brillo y delicadeza; en un estado de gracia en el que todo lo que toca lo convierte en oro, hay que elogiar y reconocerle un enorme trabajo y una carrera muy inteligente que está dando sus frutos.
Muy bien también el bajo-barítono Simón Orfila en el rol de Escamillo, con voz oscura y seductora; sin embargo, en los pasajes más graves se dejó escuchar un vibrato grande y pesado que frenó ligeramente su voz tanto en tempo como en emisión, haciéndola parecer algo cansada; curiosamente, en el registro central-agudo, este vibrato desaparecía, dando paso a una voz amplia, cómoda y fluida, mucho más fresca y resuelta.
Muy bien Marifé Nogales y Helena Orcoyen como Mercedes y Frasquita, con desparpajo, ligereza, riqueza tímbrica y estupendo empaste. Igualmente bien José Manuel Díaz y Aitor Garitano en los papeles de Dancaire y Remendado respectivamente, bien compenetrados en ese endiablado trabalenguas del segundo cuadro, ambos con voces seguras y timbradas, aunque de colores completamente opuestos.
Mikel Zabala y Juan Laborería como Zúñiga y Morales desempeñaron fabulosamente sus papeles, aunque tal vez ligeramente escaso de volumen Zabala; muy bien Laborería, con un color de barítono envidiable.
Los coros del Easo, cumplidores, participaron con entusiasmo y adecuado trabajo vocal, si bien es cierto que la escolanía cantó ‘‘excesivamente’’ bien; esto es: con un sonido y una emisión tan trabajadas que perdió un poco de ese frescor que aporta el sonido infantil
Hasta aquí, todo muy bien; sin embargo, la parte actoral quedó totalmente deslucida por una dirección escénica de Emilio López pobre y sin aspiraciones, que recurrió a manidas formaciones estáticas -la sempiterna doble diagonal para el coro-, un clamoroso desaprovechamiento de las reconocidas capacidades escénicas del elenco y pintó una Carmen sin seducción ni picardía, obvia -casi ofrecida- y plana.
Lástima, porque la escenografía de Carmen Castañón -parca en elementos pero muy bien escogidos- y la iluminación de Óscar Frosio funcionaban. Pero la ambientación, supuestamente situada en los años tras la Guerra del 36, resultó muy indefinida, intrascendente y algo incoherente con parte del vestuario. Sumado a la escasa línea dramatúrgica y a la pueril dirección escénica, este factor determinante dejó a medio gas la que pudo haber sido una gran ‘‘Carmen’’.