Txema GARCÍA
Escritor y periodista
KOLABORAZIOA

¿Qué nos jugamos en Urdaibai?

Duele el planeta, la casa en que vivimos, «aita ta amaren etxea», la única que tenemos y debiéramos cuidar. Duele la selva amazónica que de forma silenciosa, o no tanto, matamos a diario. Duelen los océanos inundados de plásticos; las cumbres más altas llenas de desperdicios abandonados, los bosques que talamos, los ríos convertidos en cloacas, el aire que respiramos a diario de contaminantes viciado.

Duele también que los lugares más hermosos del planeta sean asaltados por hordas de turistas consumidoras de paisajes destinados a perder su primigenio encanto. Y duele, aún más, que no sepamos en toda esta carrera depredadora qué es lo que nos estamos jugando.

El afán destructivo hacia la Naturaleza no parece tener límites en el marco de esta nueva era digital y de consumo exacerbado en la que ya hemos entrado. Y no será la Inteligencia Artificial precisamente la que nos salve del colapso. Tampoco los gobiernos del mundo que, o bien siguen colaborando activamente con quienes destruyen todo a su paso, o se limitan a realizar declaraciones rimbombantes que no cambian nada o, aún peor, dejan hacer y miran para otro lado.

Aquí, en nuestra propia casa, las agresiones al medio ambiente van adquiriendo proporciones cada vez más alarmantes. En todos los ámbitos. Por tierra, mar y aire y en todos los hábitats de Euskal Herria. Ya no hay territorio libre de amenazas, a salvo de la codicia de las élites económicas. Da lo mismo que sean planes de instalación de macroproyectos eólicos y fotovoltaicas, que puertos deportivos, TAV, nuevas autovías o subfluviales... todo ha entrado en su radio de acción depredador.

Ahora, la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, el último santuario de biodiversidad que nos quedaba, ha entrado de lleno en su punto de mira. Y, o reaccionamos con contundencia, o dejamos que lo destruyan. El Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Bizkaia ya están en ello con todos sus recursos, que son muchos y variados: manipulación informativa, modificación de normativas a contrarreloj, cambios de planes de ordenación urbana, de restricción del dominio público-marítimo...

¿Qué nos jugamos en Urdaibai? Muchas cosas, pero la más importante de todas: la Vida. No es la Amazonia, pero es lo más parecido que tenemos en nuestra tierra. Y la rapiña se cierne sobre ella. Unos gobernantes locales sin escrúpulos se han puesto al servicio de unos magnates foráneos que entienden el Arte como mera especulación y negocio. Y nos quieren montar un nuevo Museo Guggenheim, con dos sedes, una en Gernika y otra en Murueta, justo en el lugar más sensible de la Reserva.

Sí, nos jugamos la Vida, con mayúsculas, en este territorio de Busturialdea. Una comarca a la que tanto la Diputación Foral de Bizkaia, como el Gobierno Vasco y el propio partido gobernante, el PNV, con la inestimable ayuda del PSE, han abandonado durante décadas hasta llevarlo a su actual estado de declive.

Sí, nos jugamos de partida más de 140 millones de euros de dinero público que el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia quieren entregar en bandeja a una entidad −la Fundación solomon R. Guggenheim− ajena a los intereses de este pueblo, que va a comerciar con nuestro paisaje y que, además, todavía no ha tenido el más mínimo decoro de explicar públicamente qué es lo que pretende, aunque sea muy fácil imaginarlo.

Nos jugamos, no solo en esta comarca, pero también en ella, la posibilidad de implementar otro modelo de desarrollo ecosocial que ponga el énfasis no en el lucro privado de las élites, sino en el beneficio de las y los ciudadanos, no en intereses privados sino comunitarios.

Nos jugamos preservar nuestro medio ambiente y nuestros recursos naturales y que nuestro paisaje no se convierta en el slogan o en el marketing de una multinacional que hace del arte una mera transacción comercial, orientada además, a imponer un neoimperialismo cultural «made in USA».

Nos jugamos otro modelo de gobernanza y de transparencia de nuestras instituciones, que verdaderamente tenga en cuenta tanto a la población concernida como a los creadores y al mundo de la cultura en general y no se deje llevar por los cantos de sirena de poderes transnacionales.

Nos jugamos también la preservación de nuestra identidad como pueblo, que el euskara no sea una simple tarjeta de visita ni un adorno decorativo, ¡señor Vidarte!

Nos jugamos poner freno a un modelo de turismo depredador y masivo causante, por donde quiera que se extiende a lo largo y ancho del mundo, de muchos males y que aquí también ya ha empezado a mostrar sus más peligrosos perfiles: incrementa el precio de las viviendas, expulsa a los vecinos de sus casas, malgasta recursos necesarios, arrasa con las culturas del lugar, mata el comercio local, incrementa los precios, solo crea trabajo precario, destruye el patrimonio...

Nos jugamos, por último, nuestra credibilidad como pueblo capaz de generar recursos sin necesidad de dependencias exteriores, abierto a la colaboración, pero en igualdad de condiciones, ni como rey ni como vasallo de nadie.