«Estamos siendo bombardeados por millones de propuestas ‘suflé’»
Maite Sota publica “Locura”, una novela negra -o dos, o dos en una- con tintes cervantinos que aborda temas como las enfermedades mentales o el propio estado del género negro. Publicada por Pamiela, gran parte de la trama se localiza en Hendaia cuya geografía, gentes e historia reciente son el paisaje de fondo de esta obra.
Tras obras como “Desnudas” o “El informe Ulises”, en “Locura” la escritora navarra hace una reflexión sobre la novela negra, incrustando en la trama otro relato que pone en cuestión algunos de los vicios, abusos y defectos actuales del género, además de abordar otros temas como la enfermedad mental, el envejecimiento o el deterioro cognitivo. La geografía, las gentes y la historia reciente de Hendaia -gran parte de la trama se localiza allí- constituyen el paisaje de fondo de esta novela.
Una novela como esta, que es varias novelas, que hace reflexiones sobre la novela negra... ¿parte de una experiencia personal, de un desencanto o una crítica respecto a ese género literario?
Leer y reflexionar sobre lo que leemos no solo son actividades en espejo, sino que, a menudo, seamos conscientes de ello o no, son simultáneas. Si por novela negra entendemos un género en el que, por encima de todo, se supone que prima la reflexión sobre la realidad social y la violencia que subyace en ella, estas deberían estar presentes. Por tanto, si quienes escribimos novela negra queremos ser honestos, debemos contextualizar bien nuestro relato en su momento histórico, político-social y territorial, aunque ello suponga adentrarse en terrenos pantanosos, que influyan en la viabilidad comercial de la novela. Con demasiada frecuencia la industria literaria nos exige que la honestidad se soslaye en pro de las ventas. Cada cual que acepte las reglas que quiera, esa es mi reflexión. Y sí, Lonsa Quijano, la protagonista de “Locura”, y yo compartimos el desencanto, el hartazgo y la sensación de tomadura de pelo que nos regalan algunas propuestas literarias, que encima pasan por ser el no va más de la literatura negra. Por eso, esta incansable lectora, que además es profesora de latín, se propone escribir una novela negra eliminando los vicios que ella detesta cuando los detecta en este tipo de relatos.
¿Cree que en la novela negra actual hay exceso de truculencia, que hay más muertos en las novelas que en la realidad, en detrimento de otro tipo de novela negra de carácter más social, o incluso más literario?
Creo que para ofrecer a los lectores una novela digna no hace falta pasarse de truculencia o ponerlo todo perdido de sangre. Se trata de hacer un ejercicio de reproducción objetiva de lo cotidiano en el que la crítica severa del contexto que rodea la historia tenga mayor peso que el misterio en sí o que el descubrimiento del culpable no sea el único fin de la novela, pudiendo ser, incluso, desenmascarado al comienzo del relato sin perder, por eso, interés. En Navarra no suelen ocurrir sucesos tan atroces como en esas novelas con excedente de sangre -yo las llamo novelas rojas-, pero todos podemos ser victimarios y víctimas a un tiempo, y no necesariamente lo uno es consecuencia de lo otro, ya que frecuentemente se dan al mismo tiempo. Por eso es un tema recurrente en mis novelas que verdugo y víctima compartan personaje. Este planteamiento no está reñido para nada con el entretenimiento, y hay autores que lo manejan con maestría, como Jon Arretxe, Eduardo Mendoza o Pierre Lemaitre. De hecho, desde mi punto de vista, esto es lo que marca la separación entre un tipo de novela cuyo fin principal es el pasatiempo, la llamada novela policiaca clásica, y la novela negra con un ADN más crítico.
«Locura» es también una novela cervantina, con esa otra novela intercalada, e incluso con los personajes, esa Lonsa Quijano, ese Santos/Sancho…
En “Locura” no solo planteo personajes con un diagnóstico psiquiátrico, y su estar en el mundo, como Santos Pulido, el amigo bibliotecario de Lonsa, sino que también retrato personalidades que se salen de lo normativo, de lo socialmente correcto. Caracteres peculiares, unas veces tachados de estrafalarios y, otras, de simplemente inadaptados. También hablo del envejecimiento y del deterioro cognitivo que pueden manifestarse de formas extrañas e irracionales. Por si no quedaba lo suficientemente claro con la crítica a la novela negra enlatada, está el otro gran tema, la cuestión mental. La protagonista, Lonsa Quijano es una lectora compulsiva y obsesiva que aparca sus rutinas para asumir la empresa de escribir una novela negra. Conforme se desarrolla la trama, lo que vive y lo que escribe se confunden de manera muy perturbadora, haciendo que su realidad se distorsione peligrosamente. Y para colmo, su padre le puso un nombre bastante incómodo. Desde luego, los guiños cervantinos se dejan notar.
¿Las novelas negras de hoy son las novelas de caballerías de antes?
No lo sé, pero puede resultar un planteamiento interesante, un hilo del que tirar cuando reflexionamos sobre el consumo, concretamente de literatura. Lo que más se vende, y por tanto se lee, son best seller, premios literarios, cosas escritas por influencers, libros de autoayuda y los títulos que la industria del marketing nos marca. Hace mucho tiempo que la novela policíaca británica fue desbancada por un tipo de narrativa negra, menos clásica y más social, a través de un discurso transgresor que criticaba los mensajes oficiales al tiempo que iluminaba aspectos de la realidad tradicionalmente no transitados. Hay autores que cultivan el género con verdadera lucidez, pero, al mismo tiempo, estamos siendo bombardeados por millones de propuestas “suflé” que nada tienen que ver con lo anterior. Son como los calcetines baratos, que huelen, les salen agujeros y se deshilachan en la primera lavada.
¿Cómo ha sido el proceso de escritura de las novelas, cómo ha alternado una con otra, las ha escrito al mismo tiempo, alternando una con otra?
En un principio, la propuesta era contar la historia de una profesora de latín, crítica y exigente, de personalidad bastante peculiar y lectora fanática, y de su interacción con las lecturas que no le habían satisfecho. La novela que Lonsa Quijano intentaría escribir sería un esbozo, una caricatura de resultado incierto y con toda probabilidad fallido. Sin embargo, conforme yo avanzaba en su aventura, la profesora estaba logrando escribir algo más que un ejercicio. Tuve que prestarle interés a su novela, titulada ‘El Château d’Abbadia’, y darle el protagonismo que se merecía. Han resultado dos novelas, una dentro de la otra, que se fueron escribiendo al mismo tiempo, de forma intercalada, puesto que se necesitaban, como una simbiosis; una no tenía razón ni podría subsistir sin la otra, y al revés.