Kepa ARBIZU

Jack White, todo al azul

El nuevo disco del genial compositor procedente de Detroit, tras una publicación inesperada y una primera distribución realizada al margen de los canales tradicionales de la industria musical, se presenta como un trabajo, “No Name” (Third Man Records, 2024), que recupera una contundente puesta en escena de naturaleza orgánica, sobria y rotundamente eléctrica.

El compositor estadounidense Jack White.
El compositor estadounidense Jack White. (David JAMES SWANSON)

La aparición de The White Stripes no solo significó toparse con una particular y excitante banda sonora con la que atravesar la frontera hacia el siglo XXI, fue también la confirmación de que estábamos ante un proyecto que conocía a la perfección los secretos para convertir los ritmos y melodías añejas en un artefacto de actualidad y que derrochaba la necesaria actitud para sacudir y llamar la atención mediática. Disgregada la pareja, Jack White se ha encargado de dar continuidad a dicho proceder. Y es que si Pablo Picasso delimitó parte de su obra entorno a una ‘‘época azul’’, no iba a ser menos el estadounidense, quien ha teñido su estética de ese mismo color para identificar una carrera en solitario que ha abierto las fronteras musicales como un dique que deja pasar todo tipo de influencias para ser recogidas y aderezadas con su propio y singular talento.

Una versátil condición que el 2022 se encargó de exponer, a través de la edición de dos discos, ‘‘Fear of the Dawn’’ y ‘‘Entering Heaven Alive’’, ambos extremos, el vanguardista y el tradicional, de ese proceloso mar inventivo. Dualidad que sembraba la incógnita respecto al espacio sonoro que ocuparía su continuador en ese amplio horizonte creativo, interrogante resuelta a través de la sorpresiva aparición de ‘‘No Name’’; primero como un inesperado tesoro donado a un número reducido de compradores en la tienda de su propio sello, y luego, el 2 de agosto, ocupando las habituales rutas de distribución.

Señalar este nuevo repertorio como recuperador del espíritu expuesto por The White Stripes, por mucho que canciones como ‘‘That’s How I’m Feeling’’ así den fe, es una realidad incompleta para un contenido que se revela como otro otro ejercicio abracadabrante que en esta ocasión ha sacado de su chistera un truco de huracanada consistencia. Porque el sigilo con el que se abre el disco, por medio de ‘‘Old Scratch Blues’’, tarda escasos segundos en transformarse en una armadura de riffs que llevan la carga hercúlea del mejor hard rock empuñado por Led Zeppelin o Black Sabath. Nervio eléctrico, siempre determinado por esa pasión por jugar con la distorsión, que se alía en ‘‘Bless Yourself’’ con un incendiario fraseo digno de Rage Against the Machine, haciendo de hogar para esos pétreos compases que parecen nacidos con la prioritaria misión de enardecer a las masas.

FORTALEZA MOLDEABLE

Regado de un verbo de irreverente contenido, que igual rapea en ‘‘Archbishop Harold Holmes’’ para depositar su ácido veneno sobre la capacidad curadora de las creencias divinas como necesita acompañar a ‘‘Missionary’’ con dos rombos o expone negro sobre blanco en ‘‘It’s Rough on Rats (If You’re Asking)’’ la involución a la que está sometida la sociedad, el repertorio, si bien luce -con sobriedad pero bajo un ceñido talle- musculatura, no es menos relevante su capacidad de adaptación. Ductilidad que permite germinar episodios entre atmósferas psicodélicas, como la existente en ‘‘Terminal Archenemy Endling’’, o desatar la tormenta a través del punk arraigado a la escuela angelina, es decir especialmente revolucionada, de ‘‘Bombing Out’’.

Es verdad que Jack White no necesita grandes campañas de publicidad para congregar a sus seguidores al menor atisbo de que se barruntan novedades en su ecosistema. Pero eso no deslegitima un quiebro a la rudimentaria maquinaria promocional que probablemente contenga un mayor sentido artístico que una declaración de principios. Porque nada mejor que la simbología trazada por un disco aparecido en un primer instante ‘‘sin nombre’’ ni autor para calibrar su espíritu orgánico y rudo, representando su determinación por aupar la esencia por encima de cualquier otro atributo ajeno al campo creativo. Una realidad que es fiel reflejo de que, a sus casi cincuenta años de edad, seguimos estando frente al mismo genio burlón de siempre, capaz de atravesar un laberinto de espejos que reproduzcan su imagen bajo múltiples formulaciones o de renacer majestuoso cada vez que enchufa la guitarra para liberar toda la pasión eléctrica.