El reto de los barrios desfavorecidos en Francia
Los atentados yihadistas perpetrados en París durante el mes de enero han puesto de manifiesto, entre otros aspectos, la segregación socioeconómica, urbana y étnica que caracteriza la sociedad gala y especialmente los barrios desfavorecidos de las principales ciudades francesas. El Primer Ministro, Manuel Valls, ha hablado incluso de «apartheid territorial, social y étnico» para designar la situación que padecen estos suburbios y sus habitantes. En este sentido, los disturbios urbanos que tuvieron lugar en 2005 y debían dar lugar a un «plan Marshall de los barrios desfavorecidos» no han surtido efectos reseñables al no conseguir evitar un deterioro de la situación.
En ese contexto, la lectura de la obra «Refaire la cité: l'avenir des banlieues», escrita por los sociólogos Michel Kokoreff y Didier Lapeyronnie, se antoja ineludible. De hecho, este libro aborda un tema que ocupa «un lugar especial en el imaginario social y la vida política en Francia». En efecto, los suburbios desfavorecidos concentran los males endémicos de la sociedad gala y son objeto de numerosos temores tales como la delincuencia, el tráfico de drogas, los disturbios urbanos, el islamismo, el machismo, los jóvenes privados de futuro o las incivilidades. En ese sentido, la marginación urbana y social de los residentes de estos barrios es una realidad, como muestran todos los indicadores: el desempleo y la pobreza han aumentado notablemente a lo largo de los últimos años, debilitando la participación y el tejido social; las dificultades escolares, los problemas sanitarios y la inseguridad ciudadana han aislado estos barrios; la discriminación racial y la segregación han redoblado los factores propiamente sociales de la relegación; los estereotipos que pesan sobre la vida de estos habitantes cuestionan la pertenencia de los suburbios desfavorecidos al espacio común y a la comunidad nacional.
Si estos autores reconocen la pobreza, el desempleo y la relegación que prevalecen en estos barrios, inciden sobre la exclusión política de sus habitantes. De hecho, la población residente en estos barrios carece de representación política y de capacidad de expresión. En la mayoría de los casos, es percibida negativamente y otros actores se expresan y actúan en su nombre. Más aún, «las políticas llevadas a cabo estos últimos treinta años contribuyen a empeorar la situación. Aíslan los territorios en dificultad y confinan sus habitantes en la acumulación de problemas. Sobre todo, encierran la población en la pasividad e invalidan sus capacidades de acción». Como consecuencia de ello, esta población estigmatizada organiza sus propios espacios urbanos de manera alternativa, a veces en torno a la religión o a la delincuencia. Los habitantes de estos barrios perciben las instituciones como inútiles e incluso peligrosas, dado que los mantienen al margen. Como lo subrayan Kokoreff y Lapeyronnie, «las tensiones entre las instituciones y el resto de la sociedad pueden expresarse por la indiferencia y la abstención, pero también por la aversión, la agresividad y la violencia».
En este sentido, estos sociólogos consideran que el problema central de los suburbios desfavorecidos es menos social y de seguridad que político, en la medida en que se refiere a las relaciones entre grupos sociales y a la construcción simbólica de estas relaciones. Si no niegan la amplitud de las desigualdades sociales y urbanas así como la importancia de los mecanismos de segregación y de discriminación racial, inciden sobre el hecho de que estas dimensiones se inscriben en lógicas propiamente políticas.
De este trabajo documentado y riguroso, realizado por dos especialistas reconocidos de los suburbios urbanos en Francia, pueden extraerse cuatro conclusiones principales.
En primer lugar, la realidad de los suburbios desfavorecidos ha cambiado notablemente en las últimas décadas, así como la mirada que se tiene de ellos. Desde hace más de treinta años, la sociedad francesa no para de replantearse la cuestión de los suburbios difíciles, aunque les efectos acumulativos de los problemas sociales generen un círculo vicioso. De hecho, el desempleo masivo incrementa la precariedad y la pobreza de las familias y contribuye a la desestructuración de los sectores humildes. El fracaso escolar de los jóvenes obstaculiza cualquier perspectiva de futuro y los condena a la delincuencia y al tráfico de drogas. El peso de los estereotipos y la pregnancia del estigma refuerzan la marginación de los barrios desfavorecidos y de sus habitantes. La crisis económica que se inicia en 2008 ha amplificado estos procesos, dado que el empobrecimiento se ha compaginado con el repliegue. Además de amplificarse, la articulación de los problemas sociales se ha modificado, provocando una guetización de estos barrios. Los tráficos ilícitos y las pandillas de jóvenes se han intensificado; la utilización de armas de guerra se ha convertido en algo corriente; la convivencia entre grupos sociales se ha deteriorado; las intervenciones brutales de la Policía se han normalizado, generando el temor y la exasperación de los habitantes. Y la mediatización de estos hechos ha empeorado notablemente la imagen de estos suburbios.
En segundo lugar, la cuestión social sigue siendo fundamental para comprender el sufrimiento de los habitantes de estos barrios, ya que solicitan ante todo trabajo, protección social, seguridad ciudadana e igualdad de oportunidades. Desean que el sistema educativo favorezca la movilidad social y que, de manera general, los servicios públicos funcionen. Pero la toma en consideración de la miseria, de la dominación y de la precariedad no debe conducir a despolitizar la problemática de los suburbios desfavorecidos. En este sentido, Kokoreff y Lapeyronnie consideran que la explicación no es solamente social, sino que es igualmente política, en lo que se refiere a la doble tensión existente entre experiencia del desprecio y solicitud de respeto, sensación de injusticia y deseo de reconocimiento.
En tercer lugar, las políticas públicas implementadas a lo largo de las últimas tres décadas han fracasado globalmente. Desde hace diez años, la oscilación entre las políticas represivas y de renovación urbana no ha surtido los efectos deseados. Incluso puede decirse que han sido contraproducentes ya que han reforzado la criminalización y la vulnerabilidad de estos barrios. La escasa participación de sus habitantes es buena prueba de ello dado que estas políticas han sido elaboradas y llevadas a cabo sin consultar a los habitantes e incluso contra ellos. «La gestión tecnocrática o urbanística de la crisis de los suburbios desfavorecidos ha contribuido a despolitizarla».
En cuarto y último lugar, se produce una forma de empoderamiento en estos barrios. Varias experiencias intentan a la vez devolver el poder a los habitantes de los suburbios desfavorecidos y concederles recursos adicionales de cara a favorecer su participación en la vida económica, social y cultural. En lugar de pensar la acción pública según un esquema vertical que va de arriba a abajo, conviene, según Kokoreff y Lapeyronnie, desarrollar unos dispositivos que surjan de la sociedad civil. En lugar de la concertación y de sus simulacros, sería conveniente propiciar la constitución de grupos, conocedores de la realidad local, que se erijan en interlocutores ineludibles. En otras palabras, sería preciso implementar unas políticas públicas basándose en los habitantes de estos barrios que intentan organizarse y hacer escuchar su voz.
En ese sentido, la eficacia de una política pública en dirección de los barrios desfavorecidos debe ser integral, ambiciosa y duradera. Sin esos tres elementos, es poco probable que se consiga reintegrar a los habitantes de estos barrios en la comunidad social como ciudadanos que gozan plenamente de sus derechos.