Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad
Entrevue
Hartmut Rosa
Sociólogo y filósofo
Hartmut Rosa.
Hartmut Rosa.
Iñigo URIZ (FOKU)

«Es necesario parar, el crecimiento nos ha llevado a niveles absurdos»

Hartmut Rosa es profesor de Sociología general y teórica en la Universidad Friedrich Schiller de Jena y director del colegio Max Weber. Considerado uno de los representantes de la nueva teoría crítica, entre sus obras destacan ‘Alienación y aceleración’, ‘Resonancia’ y ‘Lo indisponible’.

«Corremos desesperadamente por una escalera mecánica invertida», explica el filósofo y sociólogo alemán Hartmud Rosa (Lörrach, 1965). «Y si no corremos, decaeremos», apostilla. Nacido en la boscosa zona de la Selva Negra alemana, el pensador, uno de los máximos exponentes contemporáneos de la Escuela de Frankfurt, participó en un diálogo organizado por ‘Iruñeko topaketak 72/22’ junto al filósofo chino Yuk Hui, en el que reflexionaron sobre la aceleración del tiempo y la cuestión de la tecnología.

Precisamente, el estudio de los conceptos ‘aceleración’ y ‘resonancia’ ha vuelto a Rosa uno de los autores alemanes más leídos en el ámbito de la teoría crítica. Rosa sostiene que en el siglo XXI experimentamos una nueva forma de aceleración en todos los campos. Las economías capitalistas modernas deben crecer, acelerar, optimizar e innovar constantemente para mantener su status quo, y eso engendra formas de alienación graves y un desgaste colectivo que se traduce en desesperanza, falta de expectativas, estrés, ansiedad... «Nadie puede escapar» de la aceleración social, que Rosa define como una nueva forma de totalitarismo.

Su trabajo ha consistido en buscar un concepto contrario a esa alineación, en hallar «otra manera de estar en el mundo, otro modo de ser y estar», al fin y al cabo una filosofía «de la buena vida», que define como «resonancia» y que tiene que ver con conectar con algo, una persona, un libro o incluso una melodía. «Cuando estás en resonancia con algo, ese estado te cambia, ya no eres la misma persona», asegura.

Esa sensación de urgencia constante es algo habitual en esta época. Tenemos la percepción de que no llegamos a nada. ¿El tiempo pasa más rápido que nunca?

Esa es la pregunta que me empujó a investigar todos estos temas, y tiene que ver con la aceleración social. Yo me preguntaba por qué nunca tengo tiempo, si era porque no era bueno gestionando el tiempo. Luego me di cuenta de que todo el mundo tiene hoy en día ese problema, que es estructural. El tiempo, por supuesto, corre a la misma velocidad, lo que pasa que cada vez intentamos a hacer más cosas en el mismo tiempo. Mandamos emails y no cartas gracias a la tecnología, pero tenemos que gestionar más mensajes en el mismo tiempo.

Esa aceleración, afirma, no nos hace más felices, contribuye más bien a producir una creciente alienación. ¿Cuánta velocidad podemos soportar?

Vamos muchos más rápido de lo que pensaban que iba a ser posible en el siglo XVIII. Cuando se inventó el ferrocarril, los médicos que decían que era imposible que el cuerpo humano tolerara esas velocidades, que iba a destruir nuestro cerebro. Y es verdad que si no estamos acostumbrados a ir a una velocidad tan alta, nos mareamos. Pero los seres humanos nos adaptamos a todo.

«La cantidad de información que recibimos hoy habría hecho marearse a cualquier persona en los 50 o los 80»

 

La cantidad de información que recibimos hoy habría hecho marearse a cualquier persona en los años 50 u 80. No obstante, existen límites en nuestros cuerpos y tambien en la mente, ahí tenemos las altas de depresión o suicidio, y también hay límites ecológicos. Pero lo más importante es que has planteado la pregunta equivocada, porque no debemos preguntarnos hasta qué punto podemos aguantar, sino hasta qué punto queremos aguantar, y cómo podemos hacer todo eso compatible con la buena vida, con vivir bien.

¿Cuándo comenzó esta época que acelera el mundo y nuestras vidas cotidianas? ¿Ha sido el capitalismo el detonante?

Es una muy buena pregunta y difícil de responder. Algunos dicen que sí, que el capitalismo ha sido el detonante. Yo creo que es un cambio que se viene dando desde el cambio del sistema feudal al moderno. Todo tiene que ver con la estabilización dinámica, es decir, en nuestra sociedad moderna solo puede encontrase esa estabilización en la velocidad y la innovación. En el capitalismo lo vemos muy claramente. El capital se tiene que mover, acumular, y para que haya actividad económica alguien tiene que invertir dinero para conseguir más dinero. Hay una aceleración, un crecimiento constante.

Y esa aceleración se extiende a todos los campos.

Antes el conocimiento pasaba de generación en generación y se conservaba, pero, hoy en día, en el mundo académico, hay que incrementar, no solo se trata de preservar. Hay que empujar los límites e ir más allá. Y lo mismo en el mundo del arte, hay que hacer algo nuevo constantemente. En el mundo de la política, las elecciones se basan en la competencia, es decir, vota a mi partido y tendrás más trabajo, más sanidad, siempre más. El capitalismo desempeña un rol muy importante, pero todo comenzó en el siglo XVIII.

Pero un trabajador o trabajadora quiere más empleo, mayor salario, un apartamento donde vivir. ¿No habrá que renunciar a eso, no?

Todos queremos una mejor vida, y nos sentimos frustrados porque no conseguimos lo que nos han prometido, y echan la culpa a los inmigrantes, por ejemplo. Hay gente que no tiene comida que echarse a la boca o un sitio donde dormir, pero ellos no se benefician de la estabilización dinámica. Aún así, en Alemania, todos los partidos políticos prometen crecimiento. ¿Cómo vamos a crecer más? ¿Necesitamos mas coches? ¿Más aviones? ¿Más teléfonos móviles? Pero, sin duda, lo mas interesante es el asunto de los alimentos: hay millones de personas que pasan hambre, pero no pueden permitirse el lujo de comprar la comida que producimos en Occidente, donde hay demasiada gente obesa. No necesitamos esa comida y encima manipulan los alimentos para que el estómago no mande al cerebro la señal de que estamos llenos. Pero Liz Truss y el Gobierno alemán dicen que necesitamos crecimiento. No soy un profeta del decrecimiento, pero creo que necesitamos por lo menos parar este crecimiento que nos ha llevado a niveles absurdos.



Esa aceleración es la causante, según explica, de la crisis ecológica y financiera, de la crisis de representatividad. Sin embargo, ¿es posible ralentizarlo todo?

He llegado a la conclusión de que la aceleración no es el problema principal, sino el modo de agresión en el que vivimos. Somos agresivos con la naturaleza, a la que explotamos y contaminamos; cada vez hay más agresión entre los partidos políticos y somos cada vez más agresivos hacia nosotros mismos. Todas las culturas tienen sus propias interpretaciones sobre qué significa estar en el mundo. En la sociedad moderna, esa interpretación pasa por controlarlo. Y encima queremos ampliar los horizontes. En concreto, Bezos o Musk quieren hacerlo hasta los confines del universo. Lo que nos empuja a seguir adelante es esa promesa de conseguir más, pero también el miedo, que es un motor que dice que, si no hacemos todo eso, vamos a perder nuestro sitio en la sociedad.

«Es necesario reducir el miedo en la sociedad y para ello podemos establecer la renta básica universal»

 

¿Qué debe cambiar?

Es necesario reducir el miedo en la sociedad, y una cosa que podemos hacer en ese sentido es establecer la renta básica universal. Tú vas a cobrar una cantidad cada mes sí o sí, vas a cobrar un mínimo para poder existir en el mundo, y cambiar el chip y el significado de lo que es tener una buena vida, que tiene que conectar con la resonancia, no con tener más cosas. Eso implica un cambio muy profundo en nuestro marco cultural e institucional. ¿Qué debe cambiar? Es un poco como alguien en la Edad Media preguntando qué hacer para llegar a la modernidad. No es una sola cosa, es un cúmulo de cosas pequeñas.

Esa idea de resonancia como algo que conecta, como algo que ofrece una sensación diferente, ¿no nos la ofrece un coche anunciado entre bellas praderas o un hamburguesa del Mac Donals?

La observación es muy acertada. El capitalismo se basa en el consumo y en ese deseo de conseguir resonancia. Es decir, voy a comer esa hamburguesa y me voy a sentir vivo, y si como un manzana, me sentiré conectado con la naturaleza. El capitalismo coge mi deseo de resonancia y lo convierte en un coche, pero no funciona, no se puede fabricar. Me compro un coche y no consigo la resonancia porque es una promesa falsa. ¿Qué hago? Sigo comprando, así funciona el capitalismo, nos tiene que decepcionar y de hecho siempre acaba haciéndolo. Yo todavía compro CDs, sobre todo porque quiero conseguir esa resonancia, pero al final no me siento satisfecho.

¿Y la extrema derecha? ¿Ha conseguido conectar?

Lo mismo ocurre con el populismo de derechas. En 2016, Donald Trump, en su discurso en el que anunció su candidatura, hablaba de los olvidados de Detroit, de los olvidados del cinturón oxidado. Ahora yo soy su voz, decía, y les prometía resonancia. Pero era una promesa falsa, porque no quería devolverles su voz sino ser su voz, ustedes cállense.