Tras las huellas de Leopoldo Zugaza y amigos
Leopoldo Zugaza Fernández (1932-2022) es de esos personajes que parecen salidos de una novela de Pío Baroja. Directo hasta lo descarnado, es una de las figuras que han marcado la historia cultural de Euskal Herria. Fue el promotor de la Azoka y sus huellas siguen frescas en Durango.
En la librería Hitz, en la calle Artekale de Durango, junto a la entrada hay un espacio de lectura con una mesa, unas sillas de mimbre y una cafetera. Hasta hace muy poco, en este espacio solían estar de tertulia Leopoldo Zugaza y José Julián Bakedano; el primero, editor, activista, dinamizador e impulsor de iniciativas culturales; el segundo, cineasta e investigador, compañero y escudero del quijotesco Leopoldo –a cuántos quijotes les hubiera gustado acercarse a lo que él consiguió hacer realidad– en muchas de sus aventuras. ¿De qué hablaban en aquellas tertulias? «De literatura, de historia... lo que más le gustaba a Leopoldo era la historia, y también de cosas que hacer, porque tenía muchos proyectos antes de irse», responde Bakedano. En este txoko Leopoldo Zugaza concedió la primavera pasada también la que sería su última entrevista, publicada ahora en el último número de la revista ‘Astola’ –estará a la venta en la Azoka–, una publicación especializada en la historia del Duranguesado que edita la asociación Gerediaga. «No esperas que una persona que llega en silla de ruedas y tiene 90 años solo te hable de proyectos de futuro», se sorprende el fotógrafo y coordinador de la revista Txelu Angoitia.
En los retratos de Angoitia, en riguroso blanco y negro, como la imagen que nos ha cedido para este reportaje, se ve a una persona ya anciana, pero su mirada y sus palabras no lo son en absoluto. Hay curiosidad en esos ojos, vestigios de esa fuerza interna que, principalmente entre la década de los 70 y los 90, empujó a Leopoldo Zugaza a convertirse en uno de los principales protagonistas en la promoción y difusión de la cultura en Euskal Herria. La lista de sus logros –«decía que solo había conseguido el 95% de lo que se proponía», puntualiza Bakedano– es impresionante: fundador de Gerediaga Elkartea en 1965, creador de la Azoka de Durango un año más tarde, de la ikastola Kurutziaga, de Hitz, la primera librería de su pueblo, editor de libros, gran impulsor de la vanguardia artística vasca a través de su trabajo de ‘guerrilla’ tanto en instituciones como de forma amateur, fundador de museos... Una barbaridad; pero, ojo, no lo hizo solo: «Todas las cosas que he hecho han sido trabajos en equipo. Yo creé Gerediaga, soy el único que queda de los fundadores del cineclub Fas y de Euskarazaleak. Soy el único que queda vivo. ¡Y eso sí que es malo! Echo en falta a muchos amigos con los que he compartido ilusiones culturales», confesaba en la entrevista de ‘Astola’, en una de sus escasas concesiones a la nostalgia. Porque sí, le faltaba mucha gente, sobre todo su mujer, Carmen Miranda –«la adoraba», dice Bakedano–, o Jesús Astigarraga, otro de sus cómplices. Carmen murió el 4 de noviembre de 2021; un año más tarde, el 2 de ese mismo mes, Leopoldo; y cinco días más tarde, Jesús. En 2020, en plena pandemia, se había ido la etnógrafa Gurutzi Arregi.
Bakedano: «Era un activista». «Yo a Leopoldo le veía como un ideador de instituciones y promotor de las mismas, a la vez que tenía un gran bagaje intelectual. Era un activista. Yo le definiría como algo que se lleva poco entre los vascos: es un hombre de acción y un hombre cultural a la vez». Aunque bastante más joven que su amigo, José Julián Bakedano (Durango, 1948) ha sido compañero de viaje y, sobre todo, de final de vida de Leopoldo Zugaza. Cineasta y crítico, es autor de una obra cinematográfica principalmente experimental, rodada en los años 80 exclusivamente en euskara –incluye el Ikuska 9–, desde 1968 está unido al festival Zinebi (entonces Festival Internacional de Cine Documental y de Cortometraje de Bilbao, del que fue delegado general o miembro del comité de selección y al que ahora va a disfrutar de las películas). También dirigió la Cinemateca del Museo de Bellas Artes de Bilbo, cuando la creó Leopoldo en los 80, fue miembro fundador del Museo de Arte e Historia de Durango y, en 1990, del Festival de Cine y Deporte de Bizkaia.
Bakedano habla despacio, frases certeras, un cigarro tras otro y recuerda perfectamente las fechas. Y los hechos. «Leopoldo era autodidacta. Hizo primero de Ingenieros, pero vio que no era lo suyo y se dedicó a atender las empresas de su familia. Intentó también ingresar en la Escuela Oficial de Cine de Madrid, pero no le admitieron. Su padre era veterinario pero también empresario, tenía los autobuses de Vitoria-Durango, la línea de Urkiola era una de ellas, y tres garajes. Luego Leopoldo creó con Jesús Astigarraga Expocamsa, una empresa de materiales de construcción, donde luego se ubicaría la librería Hitz», explica.
En aquel Durango tan clasista –«en la plaza de Ezkurdi había tres zonas de paseo los domingos: por uno, paseaban los aldeanos y los obreros; por otro, los tenderos y funcionarios, y por el más cercano a Fray Juan de Zumarraga, los jauntxos, los millonarios y los políticos»–, en aquel Durango de la posguerra marcado por los bombardeos, en un franquismo el que «el euskara se hablaba de puertas para adentro» –«yo lo sabía de pequeño, Leopoldo no»–, ser joven, y con inquietudes, debía de ser duro.
¿Cómo se conocieron? Él era un estudiante de cine en Madrid; Leopoldo, casado ya con Carmen Miranda (Galdakao 1937-Durango, 2021), había iniciado su trayectoria de agitador cultural. «Yo era vecino de Leopoldo, en la calle Montevideo, y nuestras familias tenían amistad. Solía ir los domingos a su casa a tomar café y empezó a hablar de una asociación cultural que se llamaría Gerediaga, porque se había abierto una ley del franquismo que permitía inscribir asociaciones culturales. Así surgió. Leopoldo es el promotor y el autor de la idea». La biografía de Zugaza es difícil de resumir, tal era su actividad y curiosidad... y su capacidad de liderazgo. «Las ideas de los proyectos las tenía de motu proprio, pero luego encontraba a la gente que podía colaborar y era bueno creando equipos. Si no, era imposible hacerlo uno solo».
La idea de la Azoka y los líos. «En aquella época Durango era un desierto cultural», explica Bakedano. Año 1964, con la nueva ley, se funda la asociación Gerediaga. Allí, entre los fundadores, estaban Leopoldo y Carmen, Jesús, José Julián, Gurutzi... Gerediaga nacía para dinamizar aquel desierto, impulsando exposiciones de artistas vascos emergentes o, un año después, al crear la Feria del Libro y del Disco Vascos, para dar a conocer la producción literaria y discográfica de Euskal Herria y, a la vez, con el objetivo de convertirse en un lugar de encuentro y de dinamización. «Los de Gerediaga no creían en la feria; el único que creía en ella fue Leopoldo», puntualiza Bakedano, y relata aquellos viajes del matrimonio Zugaza Miranda en coche por la geografía de Euskal Herria convenciendo a los todavía exiguos editores para que asistieran a una feria en los soportales de Santa María, donde los stands los llevaban voluntarios. En 1973, relata el cineasta, se produce una división interna: un grupo de Gerediaga pide las cuentas de la Azoka a Leopoldo y su grupo. «Se negaban a darlas, porque la feria la habían financiado ellos. Se votó despacharles, salió que sí, pero a Leopoldo no le despacharon». Eran tiempos agitados aquellos. Años después, en 2015, los fundadores fueron homenajeados por Gerediaga.
Un apunte: cualquiera no se hubiera atrevido a echar a Zugaza. «Leopoldo era directo, no disimulaba. Mucha gente le tenía miedo», suelta con una medio sonrisa Bakedano. Su actividad y la del grupo de sus amigos-compañeros-agitadores no paró, al contrario. Con un grupo de padres fundaron la ikastola Kurutziaga (1968), y Jesús Astigarraga, entonces aparejador del ayuntamiento, y Zugaza pusieron en marcha las Salas Municipales de Cultura de Durango (1970) que, durante dos décadas, acogieron y se convirtieron en referencia de la creación de vanguardia de este país. Las dinamizaron los dos amigos y Basilio Arana y, en aquellas nuevas salas de Ezkurdi, también se ofrecía el servicio de fonoteca, estudio y lectura.
El cineasta da un dato: «Hay algo importante que no está en los curriculums que se han publicado: Leopoldo organizó una antológica itinerante de Balerdi que pasó por el museo de San Telmo, Durango, el Museo de Bilbao, la Ciudadela de Iruñea y la Biblioteca Municipal de Madrid, en 1974. Fue el gran descubrimiento de Balerdi para el público».
‘Fichado’ por la Caja de Ahorros Vizcaína (luego BBK) como responsable del departamento de Cultura, y después como vicepresidente del Museo de Bellas Artes de Bilbo, Zugaza agitó, abrió y modernizó estas instituciones a la vez que apoyó con todas sus fuerzas al arte vasco. En paralelo –no se sabe ni cómo le daba tiempo–, desarrolló una importante labor como editor de libros, creó Arteder, la primera muestra de arte contemporáneo del Estado, y, convencido de la necesidad de descentralizar la cultura para llevarla a los pueblos en lugar de solo a las capitales, fundó el Museo de Arte e Historia de Durango (1986), el Museo de Euskal Herria de Gernika (1991) y el Photomuseum de Zarautz (1993, junto a Ramón Serras). También fue el impulsor de la única edición de Bilera 87, inspirada en los encuentros de fotografía de Arlés. Los datos y fechas son los recopilados por el historiador Mikel Onandia para el Museo de Bellas Artes de Bilbo, y se pueden consultar en su web. La relación sucinta de lo hecho por Miguel Zugaza ocupa más de dos folios. Le dieron varios premios, como el Gure Artea... «pero no los suficientes», remata José Julián Bakedano.
Hitz, la librería. «Leopoldo y José Julián son gente que no le da importancia a las apariencias, son cool sin saberlo ellos mismos. No sé si se me entiende, pero yo los veo así. Otros quieren ser ‘lo más’ en literatura, en música, en lo que sea, pero ellos eran cool por sí mismos», opina Gaizka Olabarri, actual propietario de la librería Hitz. Durango, hay que reconocerlo, no es un caso típico: tres librerías solo en el casco antiguo en una localidad que no llega a los 30.000 habitantes no es lo habitual en estos tiempos en los que van desapareciendo absorbidas por las compras digitales.
Hitz está en Artekale, frente a donde se ubicaba la Hitz original. Por las mañanas, desde que se jubiló en 2011, Nekane Bereziartua echa una mano a Gaizka Olabarri. Con solo 15 años Nekane empezó a trabajar en Expocamsa que, no lo dice, pero debía de ser una absoluta locura, con visitas de artistas como Oteiza, los jefes de viaje preparando siempre alguna movida: primero fue una empresa de material de construcción, luego aquello se convirtió en una mezcla de construcción y una galería de arte especializada en grabados, y finalmente desembocó en librería, la primera de la localidad. Nekane recuerda a Leopoldo como «un hombre muy trabajador, muy inquieto, de muchas ideas», y dice que con ellos «lo aprendí todo». Nekane, tras llevar adelante durante décadas la librería, de la que terminó siendo propietaria, dio el relevo a Gaizka. Para él, «Nekane es el alma de la tienda».
La propiedad intelectual, eso sí, la debía de tener Leopoldo. «Cuando le llamaban sus hijos por teléfono, él decía: ‘Aquí estoy, en nuestra librería, ¿dónde voy a estar?’. Yo noto su falta, porque su sabiduría era impresionante. Creo que no conoceré a una persona como esta. Era un sabio; para mí es un personaje histórico de primer nivel. Me recordaba mucho a Oteiza en sus últimos años y creo que lo que consiguió fue por ese mismo carácter que tenía».
Todos los días compraba un libro, se lo leía y lo comentaba. «Los que más le gustaban eran los libros sobre bibliografía. En literatura, los relatos cortos y también le gustaban los libros ilustrados. Tenía un ojo impresionante, detectaba enseguida los libros buenos. Si eran ilustradores de aquí, siempre los compraba. ‘¡Esto hay que tener!’, decía».
¿Y en política? Era un alma libre. «Nacionalista para lo de aquí, abierto para el mundo», dice Bakedano. «Conoció a un montón de personajes históricos, como Juan de Ajuriagerra o el lehendakari Agirre, a los que admiraba. Era amigo del alma de Jon Idigoras, porque hicieron la mili juntos... era de la vieja escuela. A los políticos de hoy en día los odiaba», añade Olabarri.
Su última batalla: Vector Kultura. Hace justo un año, la documentalista Marian Díaz Gorriti recibió una invitación formal, por carta y en sobre perfumado. «El Instituto Bibliográphico Manuel de Larramendi y en su nombre Leopoldo Zugaza le invita a asistir a la reunión del equipo de dinamización Durango Vector Kultura que tendrá lugar el próximo martes 28 de setiembre». La reunión se pospuso un mes, porque ingresaron a Zugaza. «Estaba muy entusiasmado con mi libro y me dijo que en Durango hay gente muy solvente», explica esta documentalista duranguesa. Autora del libro ‘Bartolomé de Erzilla (1863-1898). La primavera del pianista’, que acompañan un cd y próximamente un vinilo, Marian Díaz Gorriti ha investigado y escarbado en la vida y obra desconocida de este compositor durangués, creador del villancico ‘Mesias sarritan’, del que se cumplen ahora precisamente 130 años. Una investigación en la que se retrata un Durango de salones en los que había música en directo, con peleas entre bandas de música liberales y carlistas, un Durango muy vivo, no en vano era uno de los pueblos más importantes de Bizkaia.
«Él quería activarnos, buscaba que fuera un grupo dinamizador. Nos convocó a una reunión a mí y a otros siete, en la que había un restaurador, otro historiador y Bakedano, y a mí me puso con la música. Pretendía que yo y mi hermana [Virginia Díaz Gorriti es musicóloga] consiguiéramos dinero para que otros hicieran algo. Pretendía que organizáramos cosas que ya hacen las instituciones, que ya están organizadas. Yo le dije: ¿Pero sabe usted, a mí me hablaba de usted, lo que cuesta hoy en día que alguien te de cien euros?».
Un año antes de su muerte y seguía con proyectos de futuro. Pero los tiempos han cambiado mucho desde aquel franquismo, ahora las costumbres y la sociedad son bien diferentes. Marian guarda la tarjeta que Leopoldo Zugaza le envió: «Se le veía que estaba acostumbrado a mandar. Se acordaba de todo, de la tesis de mi hermana, de la beca, se sabía hasta frases de su tesis y habían pasado décadas. Físicamente me parecía más torpe, pero la cabeza la tenía perfecta». Hace poco, Bakedano le llamó, era un recado de Leopoldo, preguntándole por quién había maquetado su libro. ¿Sería para publicar el catálogo de una exposición que tenía guardada en un cajón?
Miguel Zugaza: «Mi padre tenía algo de quijotesco». «Con Bakedano era una relación más que de amistad, era casi paterno-filial, de mucha confianza. A Julián no sé cómo le vamos a agradecer cómo le ha acompañado en muchas de sus quijotadas, porque aita era muy Quijote». Miguel Zugaza, actual director del Bellas Artes de Bilbo y durante años del Reina Sofía y del Museo del Prado, se parece mucho a su padre en lo físico. Nacido un año antes de la primera Azoka de Durango, reconoce que «a los hijos nos dio una institución para educarnos, que fue la ikastola; un privilegio». El hijo reivindica el papel de quienes apoyaron a su padre, de quienes estaban detrás, haciendo realidad sus ideas, como Jesús Astigarraga: «Eran casi almas gemelas. Jesús fue un hombre muy importante, porque era aparejador del ayuntamiento y muchas cosas que se pudieron hacer, como la sala de exposiciones de Ezkurdi, que fue una iniciativa muy pionera, fue por las ideas y el impulso de aita, pero quien lo hizo realidad y convenció a los arquitectos para que hicieran la sala de exposiciones fue Jesús Astigarraga».
«Lo que tenía aita era una convicción que te arrastraba. Me imagino que eso es el liderazgo: alguien que tiene una visión y que convence a la gente que está a su lado para que le acompañe en ese proyecto», reflexiona. Y, con su padre, la elegante Carmen que acompañaba a Leopoldo en todas aquellas aventuras. «Se ha sabido rodear de una guardia pretoriana imponente, como Gurutzi Arregi y ama. No hubiera podido hacer nada sin el empeño y la complicidad de mi madre. Estas eran personas que le dieron apoyo de verdad y han sido fieles hasta el final unos a los otros».
Eran gente de otra pasta. «Eran conscientemente amateurs, lo hacían por puro voluntariado», reconoce. Tal vez por la época que les tocó vivir, por la necesidad de ir creando país desde cero, estas generaciones tenían una cultura de asociacionismo muy arraigado. «Aita tenía una confianza enorme en lo que la sociedad, de forma individual o colectiva, podía aportar a lo común. Tenía confianza en que los individuos y la sociedad eran capaces de hacer cosas por sí mismos, sin necesidad de hacerlo todo a través de las instituciones».