Entrevue
Georgina Orellano
Puta y feminista
gara-2023-06-12-Entrevista
Fotografía: Rodrigo Van Zeller

«Nos criminalizan a las putas para que volvamos a los trabajos precarios de los que huimos»

La siguiente entrevista recoge un diálogo entre Itziar Ziga y Georgina Orellano, trabajadora sexual, militante feminista y secretaria general del sindicato de prostitutas AMMAR, donde abordan el feminismo y la prostitución.

Mientras entrevisto a Georgina Orellano en medio del Raval, llamado El Chino antes de que llegara la población china a buscarse un futuro, escuchamos a la Guardia Urbana atosigar a chavales magrebíes que probablemente nacieron en Barcelona. Se me olvidó preguntarle cuántas veces ha sido detenida, dudo que lleve la cuenta. En Argentina, las leyes anti-trata han servido para que la Policía desahucie violentamente a las trabajadoras sexuales de sus casas, arrebatándoles todo lo conseguido. Todo menos la solidaridad puta: se avisan entre ellas para enfrentarse juntas a los allanamientos. Georgina es trabajadora sexual, militante feminista y, desde 2014, secretaria general del sindicato de prostitutas AMMAR, que tiene 6.500 putas afiliadas, nada menos.

Ante semejante asedio policial, colonial, capitalista y misógino, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires mantienen una Casa Roja donde las trabajadoras sexuales pueden encontrarse, comer juntas, recibir atención psicológica, formación política, asesoría legal, talleres de teatro, ducharse, conspirar… Paseando con ella por esas callejas de Ciutat Vella que tienen muescas centenarias de los tacones de las putas, varias compañeras la reconocen. Es aguerrida, luminosa, certera, divertida e impresionante. Como todas las callejeras y perseguidas, tiene visión perimetral 360º. En verano volveremos a tenerla por aquí y, para octubre, la Editorial Virus publicará su autobiografía política, ‘Puta feminista’. He mantenido la voz de Georgina, negándome a españolizarla. Disfrutad entregándoos a ella.

Estás harta de que lo primero que te pregunten es cómo caíste en la prostitución, como si fuera la mayor de las desgracias. Empecemos por la fundación del sindicato AMMAR, que fue en los calabozos.

AMMAR, el sindicato de trabajadoras y trabajadores sexuales de Argentina, nace entre finales de 1994 y principios de 1995, cuando un grupo de compañeras que ejercían prostitución en la calle se fueron encontrando de manera permanente en los calabozos, en las comisarías, porque iban presas por la vigencia de edictos policiales que criminalizan el ejercicio del trabajo sexual en espacio público. El primer enemigo que nos dimos cuenta que teníamos que combatir era la Policía y nuestra primera reivindicación fue dejar de ir presas y trabajar en libertad. Así se gestó nuestra historia, porque las más perseguidas y las más castigadas por las fuerzas de seguridad hemos sido siempre las putas callejeras.

Casi treinta años de revuelta sindical puteril en Argentina, ¿por dónde empezasteis?

Lo primero de lo que tuvimos que dar cuenta para nuestra lucha fue algo que a nosotras nos cuesta mucho y que es producto del estigma social: poder hablar en primera persona del trabajo sexual, sin que nos señalen, nos cuestionen, sin que nuestra visibilidad termine llevando incluso a mayores situaciones de violencia contra nosotras. Pero decidimos que teníamos que salir a contar esto, esto que nos hace la Policía la gente lo tiene que saber. Tuvimos que pensar en muchas estrategias, sobre todo porque nadie quiere dar la cara. Las primeras marchas de AMMAR las hicimos con antifaces, con caretas, con pelucas, no queríamos que nuestras familias se enterasen de a qué nos dedicábamos. Las primeras marchas fueron a las comisarías donde nos llevaban presas y, después, cuando comenzó el proceso de politización, entendimos que teníamos que ir a exigirle al Estado, a quienes habían diseñado esa ley que aplicaban de manera tan desigual, violenta y selectiva las fuerzas de seguridad. Además de las marchas, empezamos a pedir reuniones con los diferentes legisladores y lesgisladoras, para que reciban al colectivo de las trabajadoras sexuales, para que las compañeras les cuenten las situaciones inhumanas de maltrato policial, para que también cuenten el pago de coimas (sobornos) que exigen las fuerzas policiales para que nos dejen trabajar… Estos fueron nuestros primeros procesos de sindicalización.

Hablas de que os han llegado a mantener presas 30, 60 e incluso 130 días por ejercer la prostitución.

Sí. La normativa que aún sigue vigente en Argentina contra nosotras, lo que acá en el Estado Español se conoce como Ley Mordaza u ordenanzas municipales, allá se conocen como códigos contravencionales y artículos de faltas, que implican multas, implican horas de trabajo comunitario en asociaciones de la Iglesia católica, apostólica y romana, y también implican días de arresto. Se penaliza lo que llaman prostitución escandalosa o prostitución peligrosa. En algunas provincias, actualmente, nuestras compañeras van presas hasta 30 días: en Salta, en Jujuy, en Mendoza, en San Juan… En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ejercer la prostitución en la calle es una contravención, se criminaliza la oferta sexual ejercida de manera ostensible, se penaliza tanto a la trabajadora sexual como al cliente, aunque el 98% de las actas van contra nosotras. Los clientes hacen acuerdos económicos para que esas actas no lleguen a sus domicilios, así la Policía encontró una nueva forma de sostener su caja. Cuando se nos encuentra culpables a nosotras de ostensibilidad, para no ir presas, debemos pagar la multa depositando el dinero en Caritas o realizar trabajo comunitario, que puede ser de 70 a 200 horas, en el roperito comunitario o en el comedor de la iglesia, o limpiando la iglesia, o lavando la ropa…

Georgina con Livia Motterle, antropóloga y feminista pro-sexo, y Margarita Carreras, prostituta y activista, en el histórico bar de chaperos La Concha.

Labores feminizadas y precarizadas. Vamos, que por trabajar para sosteneros, como casi todo el mundo, os castigan a trabajar gratis.

Esta es también una forma de aleccionar a las compañeras. Muchas compañeras trans vuelven con mucha culpa, algunas dejaron de maquillarse, o se sacan las pestañas para que el cura no se enoje, hay algunas que van vestidas como chonguitos, como varones, ocultando la identidad de género en la que se sienten representadas. Nosotras pensamos que no es casualidad que se nos mande hacer trabajo comunitario en organizaciones afines a la iglesia, que sostengamos el culto con nuestro trabajo, teniendo que lavar nuestras culpas. Como lo que hicimos estuvo mal, tenemos que servirle a Dios, y servirle a Dios es dejar de trabajar un montón de horas en la esquina para ir a trabajar gratis en las iglesias y sufrir violencia y discriminación.

¿Cómo fue vuestro primer encuentro con el feminismo?

Nosotras desconocíamos los debates que se daban hacia el interior del movimiento feminista, no teníamos ni idea de las perspectivas abolicionistas de la prostitución. Fuimos con esa inexperiencia, porque la información no está al alcance de todas las personas. Lo primero que nos llamó la atención es cómo nos nombraban: mujeres en situación de prostitución. Para nosotras, ya de entrada, era muy violento que se creara una categoría sin haber sido consultadas las propias trabajadoras sexuales donde había un borramiento de nuestra propia identidad. Era el único taller donde se imponía una categoría que no nos contenía y en la que no nos sentíamos representadas. Esto fue en 2010, y nos topamos con un espacio que no estaba preparado para escuchar las voces de las putas. Había un montón de cosas que nos decían que no entendíamos bien, como que no podían seguir escuchándonos lo que estábamos contando, que era ni más ni menos que nos habíamos organizado en una comisaría para no ir más presas. Ellas decían que no podían seguir escuchándonos porque era avalar el sistema prostituyente, avalar el patriarcado. Nos interrumpían todo el tiempo. Y cuando ellas hablaban, teníamos que soportar un montón de violencia, que nos intentaran trabajar la culpa y la vergüenza. El límite fue cuando se metieron con la maternidad nuestra. Nos retiramos, y durante muchos años estuvimos muy peleadas con los feminismos.

Cualquier mujer salta como una demonia si se le tacha de mala madre, sobre todo cuando se hace desde el poder. Es un golpe bajo patriarcal, como tú dices…

Como mujeres sabemos lo que nos genera culpa, sabemos lo que nos duele, y a veces tiramos de las herramientas que nos ha enseñado el patriarcado, lamentablemente, reproduciendo mayor estigma hacia otras compañeras, y dividiendo en estas dos categorias: las santas versus las putas. Ellas eran las buenas sindicalistas, nosotras éramos las malas. Ellas eran las buenas feministas, nosotras éramos las malas. Ellas eran las buenas trabajadoras, nosotras éramos las deshonestas. Ellas eran las que ejercían trabajos dignos, nosotras las que ejercíamos trabajos indignos... Todo esto lo fuimos soportando, porque entendíamos que teníamos que resistir, porque lo que estaban diciendo estaba atravesado por muchos prejuicios, por estereotipos, sobre todo por mucho desconocimiento. Pero no pudimos soportar cuando se metieron con nosotras como mamás, cuando dijeron que pobres de nuestros hijos… Esto nos atraviesa a nosotras las putas de otra manera. Nosotras no tenemos nada, nosotras no vamos a tener a una abuela que se muere y nos deja un piso, no tenemos caja de ahorros económicos donde nos podamos apoyar, el apoyo que tenemos nosotras las putas es desde nosotras y la fuerza que nos dan nuestros hijos. Todas las veces que salimos a trabajar, nos aferramos a nuestros hijos porque, justamente, tenemos que traer ingresos a nuestra casa para darles de comer y para que no les falte todo lo que nos faltó a nosotras. Fue un golpe bajo, sobre todo por cómo la maternidad nos atraviesa tan fuerte a las que venimos de sectores más empobrecidos, y por cómo algunas tienen más herramientas por haber accedido a lecturas para desandarse de la construcción de la maternidad romántica, pero eso no lo tuvimos todas.

Es infame cómo siempre se os ataca con la pregunta, ¿te gustaría que tu hija fuera puta o tu hijo putero?

Las primeras veces que nos lo decían, nos dejaban pensando, ¡cómo pueden preguntarnos esto en un espacio feminista! Recuerdo a feministas históricas abrazando a una mujer que se reconocía como sobreviviente de la prostitución, que rompió a llorar cuando nos hicieron a nosotras esa pregunta, y ellas le decían: vos quédate tranquila porque tus hijos sí van a estar orgullosos de vos. Fue tan violento. Entonces les dijimos: nuestros hijos también van a estar orgullosos de nosotras, primero porque no nos callamos, porque nos organizamos cuando ustedes quieren que terminemos aisladas y solas. Hablamos un montón con otras compañeras de otros sindicatos, y les empezamos a hacer la misma pregunta. Las que trabajaban en un taller textil o los albañiles ultraexplotados nos contestaban: no, para eso yo me rompo el lomo, para que mi hija y mi hijo el día de mañana puedan ir a la universidad y puedan trabajar de lo que les gusta y no de lo último que les queda. Pero lo que se le cuestiona a la trabajadora sexual no se le cuestiona a ninguna otra persona, la maternidad no se le cuestiona a las empleadas del hogar. Ellas luchan también por sus derechos laborales y, si les preguntas si quieren que sus hijas terminen limpiando baños, te van a decir: no, yo quiero que mi hija pueda tener opciones de trabajo menos explotadas que las que tuve que atravesar yo, por eso lucho.

Mi madre no durmió en su cama durante diez años, cuidando a unos viejitos, para sostenernos y pagarme a mí la carrera de Periodismo…

Es que existe todo un conjunto de trabajadores y trabajadoras, no solo las putas, que salimos a ser recontraexplotadas en este sistema... Nosotras empezamos a contestar a los ataques de estas feministas abolicionistas desde la clase social. Yo desearía que mi hijo no tenga que trabajar de nada, pero lo cierto es que todos tenemos que trabajar de algo. Desde ahí empezamos a responder a algunas de estas injurias, no solamente reapropiándonos de ellas, también riéndonos, con la herramienta de la alegría, con la alegría puta. Y ya cuando me decían, ‘tú quieres que tú hijo sea el prostituyente del futuro’, yo respondía, con verborrea: ‘cuando mi hijo sea grande, yo le daré las herramientas para que él pueda estudiar, y él decidirá si quiere ir a la universidad, porque también tenemos esta cosa de que todas las mejores personas salen de la universidad’. Lo que no quiero es que mi hijo sea policía, ni abolicionista de la prostitución, que sea sindicalista, que escuche, que no juzgue. No quiero que mi hijo sea parte de reprimir a otros trabajadores cuando luchan por sus derechos, que sea mano de obra barata de la extrema derecha, del fascismo, de la oligarquía, no quiero. Y cuando la gente escuchaba eso, quedaban rápidamente del lado de la puta, se daban cuenta de que la pregunta era malintencionada, que escondía pánicos morales y pánicos sexuales, y que aparte hay otros grandes problemas de los que el feminismo no se hace cargo. Mientras, a las putas nos quieren censurar y cancelar para que no hablemos, porque no, no vaya a ser que las mujeres pobres escuchen nuestro discurso y quieran dejar de limpiar los hogares y se vayan a parar a una esquina. A estas feministas no las veo preocupadas cuando las mujeres pobres entran en la escuela de la Policía, y yo es lo que no quiero.

Georgina Orellano e Itziar Ziga, entrevistada y entrevistadora, se sacan un selfie por las calles de Barcelona en un momento de su encuentro.

Parece como si solo las prostitutas os encamaseis con el patriarcado. Es un cuestionamiento muy tramposo que os lanza el feminismo abolicionista.

Nos encontramos con un montón de prejuicios por batallar. Por ejemplo, estas feministas empezaban a contarnos los pactos que tenían con sus maridos, con sus novios, con sus amantes, y nos hablaban de que había otra manera de ver la sexualidad, mucho más libre, que había una manera de salirse de lo que el patriarcado espera de nosotras, que si habían probado el poliamor... Nos molestó un montón, primero, porque nosotras estamos también atravesadas por un montón de prejuicios: por ser puta tú no tienes todo resuelto en tu plano sexual. Y, aparte, porque nosotras vemos el trabajo sexual como un trabajo, no está en juego mi sexualidad cuando estoy discutiendo sobre trabajo sexual, están en juego las condiciones laborales, está en juego la clandestinidad, la criminalización. Nosotras dijimos: no venimos a este espacio para que ustedes nos cuenten los pactos que tienen con sus novios feministos, no nos interesa. Venimos a contarles que nos llevan presas. Todo bien, les felicitamos por sus acuerdos poliamorosos, pero la discusión sobre el trabajo sexual no es de liberación sexual, no lo es y no lo va ser nunca, porque las putas no estamos organizadas para luchar por algo por lo que ni siquiera luchan desde los feminismos, que tanto les cuesta hablar de deseo y placer, que tanto les cuesta nombrar la palabra concha (coño). Nosotras no vinimos a resolverle todo a ustedes, dejen de exigirnos que estemos sexualmente liberadas, no sean hipócritas, no nos gusta la hipocresía. Porque parece ser que los únicos machistas de esta sociedad son los clientes de las putas, y sus novios varones son ahora los que están pensando la nueva construcción de la masculinidad, son los nuevos varones atravesados por el feminismo. Y no es lo mismo un chavón de 40 años que tuvo acceso a herramientas de reeducación que un varón pobre que a los quince años tuvo que salir a trabajar en la cosecha, por supuesto que voy a entender que este repita un montón de parámetros. Y estos tipos que están en la academia, que recién ahora empiezan a dar estos cursos de nuevas masculinidades, lo que quieren es seguir cogiendo gratis.

Otra vez la puta y la víctima como el reverso trampa de las mujeres correctas: mientras crea que ellas se llevan lo peor del patriarcado y a los peores hombres, yo me creeré a salvo. Y ponerte por encima de la otra es lo contrario a aliarte con ella...

Claro, nosotras fuimos a buscar al encuentro feminista que ellas nos apoyen, veníamos de haber logrado un apoyo dentro del mundo sindical, donde tuvimos nuestros debates, pero nos dieron un lugar de pertenencia dentro de la clase obrera. Nosotras pensábamos: si el sindicalismo, que está atravesado por un montón de construcciones machistas, apoyó la organización de las trabajadoras sexuales, ¿cómo los feminismos no nos van a apoyar a nosotras cuando nos atraviesan las mismas violencias por haber nacido en cuerpos feminizados? Pensábamos que iban a ser nuestras aliadas, y nos dimos cuenta que no, que no nos apoyaban ni en algo tan básico como denunciar la violencia institucional y policial. No había ninguna sintonía, nos hablaban con palabras que no son parte de nuestro lenguaje cotidiano. Llegaron a nosotras dos compañeras antropólogas que hicieron un informe de cómo habían impactado las políticas anti-trata, y empezaron a tener debates con nosotras, conversaciones más amenas. Nos contaron que no había un solo feminismo, sino muchos, que nosotras habíamos tenido la mala suerte de encontrarnos con un feminismo hegemónico, que es el más escuchado, que se podía ser feminista y estar a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales: cuando nos dijeron esto, nos estallaron la cabeza. Nos enteramos de que había trabajadoras sexuales feministas, como la compañera Gabriela Leite y otras prostitutas brasileiras. De aquí nos llegó el ‘Manifiesto Puta’ de Bea Espejo. Nos empezaron a acercar lecturas, como ‘Teoría King Kong’ de Virginie Despentes o tu ‘Devenir Perra’… Accedimos a libros, que en nuestra vida era una imposibilidad total. Estas dos antropólogas, que fueron las primeras de muchas académicas que vinieron a estudiarnos y nos devolvieron algo, porque hemos sufrido mucho extractivismo de la academia sin devolución, nos dijeron que podían darnos charlas para que pudiéramos entender cómo se había originado el debate y la ruptura dentro de los espacios feministas sobre el trabajo sexual. De las primeras cosas que les preguntamos fue: qué es el abolicionismo y qué es el patriarcado. Y ellas nos preguntaron si en otra parte de nuestra vida que no fuera el trabajo sexual habíamos sido atravesadas por el sistema patriarcal, y nuestra respuesta era: todo el tiempo, sí.

Claro, el camino que hacemos todas para identificar el machismo revisando nuestras propias vidas...

Es cierto, las tareas del hogar eran siempre para las hermanas mujeres, el control social sobre nosotras, cómo las familias nos habían trabajado la culpa, cómo nosotras no podíamos hacer uso del espacio público porque lo primero que te decía tu familia es que si vos estabas a cierta hora de noche vestida de cierto modo, los vecinos iban a decir que vos eras puta. Ya perdías legitimidad y manchabas tu reputación. Crecimos siempre con este estigma, a mí me han dicho puta antes de serlo, como a casi todas las mujeres. Hicimos este ejercicio, intenta recordar cuál fue la primera vez que te dijeron puta. A la mayoría, la primera vez que nos dijeron puta fue en nuestra casa. ¿Y vos qué sentiste? Rabia, odié a mi madre, la primera que me dijo puta fue mi madre… nuestras madres proyectando en nosotras cómo teníamos que asegurarnos nuestro futuro teniendo marido y un sostén económico. Nos enojamos mucho con nosotras mismas, no con el abolicionismo, porque no habíamos tenido las herramientas para discutir con ellas en igualdad de condiciones. Así que, teniendo esas herramientas, sabiendo del marco jurídico de otros países, de los modelos de regulación, reglamentación, abolicionismo, volvimos a los espacios feministas.

Aquí, en los CIEs, las mujeres encerradas son mayoritariamente prostitutas, trabajadoras del hogar y jornaleras. Se castiga la visibilidad de las pobres y se pretende que no reivindiquen nada.

Con la criminalización de las clases más empobrecidas, a través de estas ordenanzas y leyes, se vuelve a tomar por parte de las fuerzas de seguridad el control de qué cuerpos sí están legitimados para transitar el espacio público y qué cuerpos molestan. Y los cuerpos que molestan son los cuerpos migrantes, son los cuerpos de pieles oscuras, son las travestis, son los cuerpos de los compañeros senegaleses, son los cuerpos de las putas y de las compañeras que venden café o tortas, por los barrios, por las estaciones de tren y bus… Está claro que quieren implantar un modelo de ciudades en los que solo puedan transitar ciertos sectores sociales que están legitimados para hacer lo que quieran en la vía pública: los blancos y las blancas. Hay una mirada muy colonialista y atravesada por la gentrificación, lo que me molesta lo quiero lejos, lo quiero en los márgenes, lo quiero oculto. Las putas que se vayan del centro de la ciudad, los lugares que piensan para nosotras son por los que no transita nadie, exponiéndonos a mucha más violencia e inseguridad. También con estas normas intentan que volvamos a los trabajos precarios feminizados, las putas pobres tienen que ir a hacer el trabajo que no quiere hacer nadie. Nos imponen multas que es imposible que paguemos, nos sacan del centro de las ciudades, criminalizan el trabajo sexual callejero como una forma de hacernos volver a las normas y a los trabajos precarios de los que huimos. Esta es parte central del debate sobre prostitución, esperan que la puta, por no poder pagar las multas y aterrorizada por tener que ir a trabajar a los bosques, va a decidir colgar la tanga como decimos nosotras y agarrará la escoba. Nosotras decimos: prueben con otra cosa, prueben con escuchar a las putas pero también a las compañeras que trabajan en los ámbitos domésticos, prueben con mejorar las condiciones. Si el empleo de casas particulares tuviera mejores condiciones laborales, capaz que sería una opción viable para que muchas putas quieran ir a ese trabajo. Pero también hay algunas personas que no nos vamos a ajustar más a la norma del sistema capitalista porque hay otra forma de trabajar y de sobrevivir, como no tener un patrón, por ejemplo. Las putas elegimos la calle porque no tenemos patrón ni horarios impuestos. No nos tienen que cambiar a nosotras, sino las condiciones del mercado laboral que son tan injustas, tan insalubres. Cómo puede venir el Estado a decirnos a las putas que nuestro trabajo es indigno cuando tantos trabajos cada vez implican más explotación y la gente sigue siendo pobre, cuando con tu salario ni siquiera cubres la despensa básica familiar. Si estoy trabajando dieciséis horas diarias dejando mi vida, dejándome las costillas, para que otro se llene de dinero, para eso me voy con los vendedores ambulantes y con las trabajadoras sexuales, porque hay otras formas de gestionar mi economía. Nosotras con el trabajo sexual podemos llevar a la escuela a nuestros hijos, parar un par de horas para volver a limpiar nuestras casas, ir al sindicato, porque nuestro trabajo implica menos carga horaria. Claro que no es el mejor trabajo del mundo, porque no existe ningún trabajo que sea mejor que otro, y no existen los trabajos feministas.

Georgina y la trabajadora sexual y activista trans Nicole Elektra Insogna se encuentran en Robadors, calle del puterío barcelonés que alojó el mítico antro queer La Bata de Boatiné.

Aquí hay cada vez más mujeres que pretenden hacer del feminismo su opulento medio de vida, desde nuestros privilegios blanco-europeos, claro.

A algunas feministas de las que estuvieron discutiendo durante muchos años con las putas les decíamos: ustedes se vuelven a sus casas, con su trabajo registrado y bien pagado, y les preocupa la cuestión del techo de cristal, pero esa no es la realidad de todas las mujeres. Y nosotras volvemos a la esquina, donde tenemos que lidiar con la Policía, con el estigma y con la falta de derechos laborales. Una de las que más se oponía a escucharnos, Fabiana Tuñez, acabó siendo la primera ministra del área de la mujer en un gobierno de derechas, de Mauricio Macri, ¡y en un acto público dijo que él era el primer varón feminista reconocido!

¡Impresionante!

Nos vienen con esos cuentos de hadas, con programas para aprender a coser, a hacer manicuras, a ser peluqueras, masajistas… nosotras preguntamos, ¿cuánto vamos a ganar? Y empiezan ‘vamos a reconocerles los viáticos para que ustedes no gasten con el transporte’. Nosotras lo que aprendimos fue a contestarles, públicamente, que queremos ganar lo mismo que ganan ellas.

En AMMAR sois tan malas, que andáis juntas y revueltas con las trans...

Las mujeres cis trabajadoras sexuales con las mujeres trans trabajadoras sexuales tenemos una identificación clara, que es la de clase. No le damos tantas vueltas, compartimos esquina y comisaría con las compañeras trans, no nos hemos encontrado en los seminarios de feminismo. Vivimos en los mismos barrios, compartimos los cumpleaños, la Navidad, el año nuevo, porque a muchas de ellas sus familias las expulsaron. Hay una hermandad, nosotras no entendemos la ruptura del feminismo mujeril con las compañeras trans. No podemos concebir nunca un feminismo que deje atrás a esa compañera que pasó lo mismo que pasé yo, un feminismo que deje a las travas fuera. El feminismo tiene que ser con ellas, tiene que ser con las negras, con las compañeras del pueblo originario, con las migrantes, con todas las despojadas del feminismo blanco mujeril porque, además, las relegadas del feminismo blanco mujeril somos siempre las más castigadas por el sistema. El feminismo o es para todas, o no es para nadie.

Para terminar, voy a hacerte la primera pregunta que no te he hecho, pero al revés. ¿Qué ha supuesto para Georgina Orellano pasar de ser una puta clandestina a ser tan visible y tan potente como la secretaria general de AMMAR?

Estoy muy agradecida de lo que me dio el sindicato, de lo que me dieron las putas, por haberme sacado la culpa y la vergüenza. Gracias al sindicato, pude decirle a mi familia a qué me dedicaba. Recuerdo perfectamente la tarde en que les dije a mis compañeras: este fin de semana voy a armarme de valor, le voy a decir a mi madre a qué me dedico. Ellas me agarraron de la mano y me dijeron: si te dice que no, vos sola no te vas a quedar. Ahora mi mamá lo sabe, mi hijo que es adolescente lo sabe. Yo soy lo que soy porque el sindicato me atravesó la vida, y algo que tengo que agradecerle es dejar de tener vergüenza por ser pobre. Yo me mataba trabajando porque pensaba que valía si el piso en el que vivía era en un barrio pudiente, siempre y cuando la ropa que vestía mi hijo era de marca, mandándolo a una escuela privada y no a la escuela pública a la que yo fui. Me estaba gastando mucho dinero para sostener una mentira, yo no iba a ser nunca parte de esa clase, y esa clase me iba todo el tiempo a desmerecer por el lugar del que yo vine. Y me di cuenta de que yo no valía por el dinero que tenía, revisé toda mi vida. Dejé de vivir en barrios caretas, vivo en un barrio precario donde me encuentro con gente de mi color y con gente a la que le pasa lo mismo que me pasa a mí. Mi hijo va a una escuela pública donde se pudo encontrar con otros hijos de putas, donde no son temerosos de tener que responder que mi mamá está parada en una esquina, que mi mamá está en el sindicato de las trabajadoras sexuales. Y, sobre todo, la pertenencia de clase: yo no soy empresaria del sexo, yo no quiero ser la puta más cara del sistema, yo quiero que todas las putas podamos tener jubilación. Entre las putas hay solidaridad de clase y zorroridad puta, se sabe. Y espero que sirva de inspiración a muchas.