Iñaki IRIONDO

Aznar busca ilegalizar Sortu y el PNV, que baje la cabeza y le dé la razón

La manipulación de las palabras del presidente de Sortu, Hasier Arraiz, y sobre todo las reacciones políticas, son más que una anécdota, dibujan un peligroso tablero de juego en el que se entremezclan intereses que en poco ayudan a la normalización del país.

El titular de «El Mundo» resultó tan efectista como adulterado: «Arraiz afirma que la decisión de matar en democracia fue `acertada'». Una interpretación libérrima de lo que en realidad el presidente del Consejo Nacional de Sortu había dicho en una charla en Bilbo, a preguntas de un militante de la izquierda abertzale. La respuesta textual aparece en la página siguiente. Arraiz afirmó que «hace 35 años la izquierda abertzale hizo una elección que consideramos hoy más que nunca acertada: no participamos en un juego que no tenía nada de democrático y nos hemos dedicado todo este tiempo a poner sobre la mesa las contradicciones de ese supuesto juego democrático». Pero «El Mundo» prefirió escribir: «La decisión que tomó la izquierda abertzale `hace 35 años' -que ETA siguiera matando tras la Constitución- fue `acertada', afirmó el máximo responsable de Sortu». La determinación personal de incluir a ETA o a la violencia en una frase en la que no figuraba no fue privativa de «El Mundo». También «El Correo» redactó que «HB `hizo una elección acertada' al no tomar parte en las instituciones y respaldar la violencia».

Lo escrito podría pasar como el ejemplo de la laxitud creativa con la que algunos medios interpretan los límites del respeto a la verdad, la deontología profesional y hasta los límites de la libertad de expresión (o manipulación). También da la medida del compromiso de cada empresa editorial con el futuro normalizado del país y de su definición más como agitador político interesado que como medio de información veraz.

Y la agitación tuvo el efecto deseado. Políticos siempre prestos a atacar a la izquierda abertzale saltaron de inmediato a valorar, no las palabras de Hasier Arraiz, sino la versión contaminada por los intereses unionistas que dos periódicos habían servido en bandeja.

El ala más ultra del espectro político salió rauda a pedir la ilegalización de Sortu. El parlamentario de UPyD en la CAV, Gorka Maneiro, revindicó para sí la medalla de haber sido el primero en responder, y lo hizo pidiendo a la Fiscalía que «tome note» y actúe «de la forma más diligente» porque Arraiz «da por bueno su apoyo histórico a ETA», lo que supone hacer apología del terrorismo de ETA e implica que «Sortu incumple claramente la ley». Por lo que debería ser ilegalizada.

Maneiro se jactó además de haber dicho «cosas que nadie dijo». Salvo en la petición de ilegalización, lo cierto es que el portavoz del PP, Borja Sémper, no le anduvo muy lejos. El matiz no es pequeño, pero empieza a parecer que solo depende de la correlación de fuerzas internas en el PP.

Porque José María Aznar lleva tiempo demandando la ilegalización de Bildu, allá donde encuentra la oportunidad de sacar el tema. Y titulares como los leídos el pasado martes permiten unos primeros escarceos como el de Covite que, según aseguró, remitió a la Fiscalía del TSJPV una denuncia penal contra el presidente de Sortu, Hasier Arraiz, al que acusa de «justificar y reivindicar» la actuación de ETA.

Un sector de la derecha española viene reivindicando insistentemente la necesidad de que el fin de la actividad armada de ETA se escenifique con un final «con vencedores y vencidos». Y no hablan en términos metafóricos, como puede entenderse en otros discursos que abundan en el escenario político y mediático, sino que lo hacen en una concepción estricta y hasta castrense de sus palabras.

Y, en estos momentos, hay dos elementos que hacen muy difícil el discurso de la victoria para estos sectores cuya cabeza más alta es un José María Aznar que ha regresado a primera plana para vender su enésimo libro de memorias. Uno es la excarcelación de decenas de presos vascos -muchos de ellos elevados a la categoría de iconos por sus propios enemigos- que estas semanas están volviendo a casa con motivo de la aplicación de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo. El otro punto que amarga el discurso triunfal que le gustaría dictar a FAES es la representación institucional lograda por EH Bildu en base al apoyo popular.

Lo expresó con nitidez Aznar apenas hace mes y medio en Donostia. Para él, hacer justicia consiste en «entender que unos merecen vencer y otros merecen ser derrotados. Es, en suma, que nosotros ganamos y que ellos pierden». Pero tiene el problema de que observa que «la victoria de la democracia española y la derrota incondicional» de ETA es aún una «tarea inacabada». Le falta poder «impedir que el terrorismo encuentre en sus socios políticos el oxígeno que le permita sobrevivir a su derrota operativa».

De ahí que el expresidente español esté abogando cada vez con mayor nitidez por la ilegalización, reclamando que se cumplan también las sentencias de Estrasburgo contra «grupos como Batasuna y Bildu» para no darles una victoria política. «Cuando estamos intentando ganar una guerra, como hemos ganado la guerra contra ETA, no podemos perder las consecuencias políticas de esa victoria y humillar de manera absolutamente inaceptable a las víctimas», declaró Aznar en una reciente entrevista.

En este contexto, las maniobras para la criminalización del presidente de Sortu, con las consecuencias que ello podría traer en cadena, dejan de tener un carácter anecdótico, más aún cuando se producen en un ambiente muy embarrado, donde se observa que determinados ámbitos del poder están dando muestras de no controlar la situación como debieran.

Pero si esperables resultaban algunas reacciones, más sorprendente fue la del lehendakari, Iñigo Urkullu, que al día siguiente, conociendo ya la denuncia de Sortu de que las palabra habían sido manipuladas, insistió en pedir «explicaciones o aclaraciones».

No se trataba solo de dar cierta cobertura al impulsivo parlamentario Iñigo Iturrate, que la víspera había salido a la primera a dar lecciones de ética y política, casi al mismo tiempo que el portavoz del Gobierno, Josu Erkoreka, evitaba hacer declaraciones sobre unas palabras que desconocía en su textualidad. El paso adelante del lehendakari obedece más a la estrategia de intentar que la izquierda abertzale haga autocrítica no únicamente del papel que en el pasado tuvo en la parte violenta del conflicto, sino de toda su estrategia política. Lehendakaritza y Sabin Etxea pretenden que Sortu agache la cabeza y reconozca como erróneo precisamente aquello que Hasier Arraiz reivindicó en su discurso; no haber aceptado hace 35 años dar por bueno el marco constitucional.

Cuando hoy en día es el unionismo el que defiende el actual estado del Estatuto de Autonomía, y a sabiendas de que una mayoría social -incluidas las bases jeltzales- lo considera agotado, además de incumplido, el PNV tiene difícil buscar un nuevo estatus sin renegar del actual. Necesita sostener que su apuesta en 1977 fue la acertada y eso pasa por buscar que, de alguna forma, la izquierda abertzale dé la suya por equivocada. Y en esa dirección está orientando sus movimientos, tanto en el ámbito público como en otros más discretos.

Se trata de un elemento capital para el PNV y que ya marcó el devenir del proceso negociador 2005-2007. Con motivo de una visita a la Moncloa, el 4 de mayo de 2006, el entonces presiente del EBB, Josu Jon Imaz, dejó claro ante la prensa que para distanciar la paz de los acuerdos políticos tenía motivos éticos y «político-partidistas». Estos últimos -explicó- estribaban en que relacionar paz y solución política «sería tanto como reconocer que la inmensa mayoría de la sociedad vasca nos equivocamos el año 79 cuando hicimos la apuesta por la política y la apuesta por la democracia. Y, desde luego, el PNV, como formación mayoritaria en Euskadi, dio ese paso con mucha firmeza en el 77 y en el 79».

En este complejo tablero de intereses se enmarca la escandalera que esta semana se ha montado en torno a lo dicho y no dicho por Hasier Arraiz. No se trata solo de la batalla por el relato del pasado, sino también la de la construcción de los pilares del presente y del futuro.

Palabras textuales de Hasier Arraiz

Hace 35 años la izquierda abertzale hizo una elección que consideramos hoy más que nunca acertada: no participamos en un juego que no tenía nada de democrático y nos hemos dedicado todo este tiempo a poner sobre la mesa las contradicciones de ese supuesto juego democrático, y las hemos pagado, y muy caro ademas. Y no estamos dispuestos a rechazar ni a revisar nada de aquello.

Reivindicamos con todos nuestros errores lo que fuimos y lo que somos, y lo que hemos hecho y lo que hacemos, como no podría ser de otra manera.

Es cierto que esa batalla esta ahí y, nos guste más o menos, nos obliga y nos va seguir obligando a entrar a esos escenarios del pasado donde está claro que nadie esta libre de responsabilidades.

En este conflicto nadie ha estado de espectador. Todo el mundo ha tomado parte. Todos hemos hecho sufrir y todos hemos sufrido. Nosotros no tenemos ningún problema para reconocer todas nuestras responsabilidades, siempre lo hemos hecho y creo que es algo que nos honra y es lo que nos da credibilidad hacia la propia sociedad vasca.

Durante este tiempo estamos orgullosos de la lucha que hemos hecho, del trabajo que hemos hecho en defensa de los derechos del pueblo vasco.

Y otros tendrán que decir qué es lo que han hecho y han dejado de hacer en todo este tiempo, de qué tipo de estrategia se han beneficiado y a qué tipos de estrategia han dado cobertura.

Nosotros no tenemos nada que ocultar. Otros sí que quizás lo tengan que hacer y, evidentemente, nos están obligando a entrar a esa batalla del relato, que nosotros preferíamos hacerla en una dinámica mucho más constructiva, como pieza de construcción de una convivencia del futuro, más que como un juego de quién es el vencedor y quién es el vencido de este conflicto, que es al fin y al cabo lo que pretenden tanto los unos como los otros, tanto el PSOE como el PP o como el PNV. Porque, al fin y al cabo, el PNV hizo la misma elección estratégica que hicieron el resto de partidos en la Transición.