CNA: más que un partido, casi un pueblo
Fianna Fail en Irlanda, el peronismo en Argentina, el PRI en México... ¿el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica? Las comparaciones siempre son odiosas, pero unas veces más que otras. No se puede comparar al CNA con esos otros partidos desde un punto de vista ideológico, pero lo cierto es que esas formaciones comparten elementos que pueden hacer al lector entender de qué clase de estructura política estamos hablando cuando hablamos del partido de Nelson Mandela.
Todos ellos tienen un pasado revolucionario y fueron protagonistas del fin de una era y del comienzo de otra en sus respectivos países. Sus fundadores o líderes son símbolos de libertad (en algunos casos más de cara al exterior que dentro de sus propios países). Son, han sido, movimientos de liberación nacional. Todos ellos han alcanzado el gobierno en esa nueva fase pero, sobre todo, todos han logrado una posición hegemónica en diversos ámbitos sociales, desde el sindicalismo hasta el empresariado, desde la Iglesia hasta la universidad, desde la prensa hasta el funcionariado. Su llegada al poder fue considerada por muchos una suerte de advenimiento del «orden natural de las cosas». Son más que un partido, son establishment, son movimiento... Son hegemónicos. Como dice el refrán, los ricos también lloran, y en todos los casos mencionados esos movimientos han perdido el control político en un momento u otro (la mayoría de ellos, cabe añadir, también lo han recuperado). Todos menos, por el momento, el CNA. Lo que no ha perdido ninguno de ellos aún es la posición social, el control más o menos directo sobre las estructuras de poder que hacen de un Estado una entidad política homologada en todo el mundo.
El CNA fue creado en 1912 por John Dube, Pixley ka Isaka Seme y Sol Plaatje, entre otros. Es de- cir, es un movimiento ya centenario. En un principio, confluían en él elementos tribales, religiosos de base, intelectuales y activistas sociales. Se fue modernizando paulatinamente –en 1931 aceptó a las mujeres como afiliadas y en 1943 como militantes de pleno derecho–, hasta convertirse en la referencia política para la mayoría negra. Cuanta más presión ejercía el Gobierno del Partido Nacional contra la población no-blanca más fuerza ganaba la resistencia contra el apartheid. El CNA capitalizó esa fuerza.
La masacre de Sharpeville en 1960 y la ilegalización del partido en aquel mismo año marcan un punto de inflexión en ese desarrollo. Convencidos a la fuerza de que la resistencia pacífica por sí sola no iba a quebrar el sistema de apartheid, en 1961, de la mano de Nelson Mandela (sí, señora Murillo, de su mano), se crea Umkhonto we Sizwe (MK), el brazo armado del Congreso. Un año más tarde Mandela es detenido junto a otros dirigentes del partido, entre ellos Walter Sisulu, y son condenados a cadena perpetua en el juicio de Rivonia. Oliver Tambo recoge el testigo de sus compañeros, ahora ya desde el exilio. En aquella época el CNA es calificado como «organización terrorista» por el Gobierno sudafricano, también por la Administración norteamericana y por el Gobierno británico. Pese a ello, mantiene una gran actividad a nivel internacional, una de sus cuatro grandes áreas de trabajo, junto a la lucha armada, la lucha de masas y la lucha clandestina.
Un punto interesante en este desarrollo es su relación con el Partido Comunista de Sudáfrica (SACP). Muchos de sus cuadros en la época moderna, como Joe Slovo, Chris Hani o Ronnie Kasrils, comparten ambas disciplinas y eran también comandantes del MK. Esa relación llega hasta nuestros días: ambas formaciones, junto a Cosatu, el Congreso de Sindicatos Sudafricanos, conforman la Alianza Tripartita que sostiene al actual Gobierno de Jacob Zuma. La alianza es un proyecto estratégico para el desarrollo de la agenda de las fuerzas de izquierda. Esa relación no está exenta de tensiones, como se pudo comprobar con el anterior presidente, Tabo Mbeki. Finalmente, fueron los comunistas y los sindicalistas quienes más fuerza hicieron para revertir la deriva del mandatario xosha, muy cercano a Nelson Mandela y cuyo padre, Govan, fue uno de los líderes del PC y estuvo encarcelado junto a Madiba en Robben Island.
Resulta evidente el protagonismo que logró el CNA en la transición a la democracia en Sudáfrica. Un protagonismo que no se debe reducir al liderazgo de Mandela, sino a una dirección política cualificada y colectiva. El CNA es más que un partido, pero también es mucho más que el partido de Nelson Mandela.
Como el resto de fuerzas mencionadas, es difícil pronosticar cuándo o cómo la posición hegemónica del CNA en Sudáfrica se puede debilitar, pero esa hipótesis, por remota que parezca, no se puede despreciar. Las presiones internas y externas, una maquinaria partidaria mastodóntica, los relevos generacionales, las tensiones entre el liderazgo colectivo y el personal, la gestión de las discrepancias ideológicas, las contradicciones generadas por la situación económica y social del país... son factores que pueden hacer peligrar el poder y el vigor de este movimiento político. ¿Es la muerte de su líder, del único líder mundial aceptado como tal por tirios y troyanos, un factor más en esa posible decadencia? Sin duda les afectará, no podría ser de otra manera. Pero el Congreso es mucho congreso. Sigue siendo, tal y como se definen ellos mismos, un movimiento de liberación nacional. Con altibajos, creo que sabrá gestionar ese legado y liderar durante décadas a su pueblo, a la región y, en gran medida, al continente africano. Amandla!