Resulta realmente cómico el desesperado afán del PSOE por intentar presentar a EH Bildu como el responsable de que Nafarroa no pueda cambiar, ni siquiera votar. Siendo sinceros, pese a su perseverancia encomiable, seguramente nunca la izquierda abertzale soñó con un escenario tan despejado para el cambio político en Nafarroa, no al menos tan rápido. Que desde Ferraz y el Paseo Sarasate no tiren pelotas a tejados ajenos. Es la cadena de vicios de origen (falta de democracia), de defectos adquiridos (pésima gestión y corrupción) y de errores políticos (Barcina y Jiménez) la que lleva al búnker navarro a tambalearse como nunca.
No ha sido EH Bildu, desde luego, la que ha metido mano en la CAN hasta desintegrarla. Tampoco la que ha engordado la deuda a base de obras faraónicas y trapicheos con la Hacienda. Ni la que ha depauperado la sanidad y la educación, hace poco joyas de la corona. Ni la culpable de que cinco de los seis presidentes navarros de los últimos 30 años (todos menos Juan Cruz Alli) hayan pasado por los tribunales por asuntos relacionados con la corrupción. Ni la que recorta hasta extremos infames rentas básicas o ayudas a la dependencia.
Ese búnker había logrado ir ganando elecciones pese a la evidencia general de que sostiene un estatus político sin refrendo ciudadano (el Amejoramiento) y aplica una práctica manifiestamente discriminatoria hacia la minoría abertzale y euskaltzale. Digamos que una mayoría social toleraba esa situación, en ocasiones usando como coartada los atentados de ETA que ya tampoco existen. Pero ahora, cuando a aquellas fallas originales del sistema se le han sumado los vicios adquiridos, en forma de nefasta gestión y de corrupción generalizada, el régimen se encuentra por primera vez con esa mayoría social enfrente. Tanto el volumen de participación como la composición interna de la manifestación de hace dos semanas en Iruñea demuestra que el hartazgo es transversal. Atacar a la ikurriña o al modelo D supone algo denunciable pero localizado. Sin embargo, estrangular servicios sociales o sanitarios afecta a todos por igual, también a quienes tradicionalmente han votado a UPN. Y cargarse la CAN, todavía más a estos que al resto.
Entrados en esta cuesta abajo, los mandatarios de UPN y PSN han competido en ceguera política. La medalla de oro en este momento no puede ser más que para Roberto Jiménez. La rotundidad con que salió a la palestra hace dos semanas («o se va o la echamos», «el PSOE en Navarra soy yo») obligaba a interpretar que había dado el paso con el aval de Ferraz. Que el PSN no mueve un dedo sin consultar al PSOE era algo sabido y asumido hace mucho (y hasta lógico si se tiene en cuenta que en 2011 Nafarroa aportó a Rubalcaba 72.000 votos sobre un total de casi 7 millones, poco más del 1%). Así que el piscinazo sin agua de Jiménez resulta políticamente inverosímil. Para los conspiranoicos queda una posible tesis: es cierto que Rubalcaba se la tenía jurada a Jiménez desde que apoyó a Carme Chacón y diríase que le ha dejado cocerse en su propia salsa antes de comérselo con patatas.
Tampoco es más explicable la actuación de Yolanda Barcina al expulsar al PSN del gobierno de coalición cuando solo se había agotado el primer año de legislatura. A la presidenta navarra se le reconoce personalidad, pero sus decisiones políticas resultan catastróficas para sus intereses. Los números mandan y Miguel Sanz tenía razón cuando le hacía ver que UPN necesita a un PSN fuerte a su lado. Barcina no le hizo caso y ha seguido avanzando hacia el precipicio dejando todo su entorno calcinado (su partido, su gobierno, Sanz, Jiménez...)
Tampoco esto parece precisamente culpa de EH Bildu.
Y así, sobre las ruinas, cuando se despeje la humareda de estas semanas, el régimen se va a encontrar con un panorama inesperado. Es probable que hasta la «teoría del quesito» de Sanz haya quedado desfasada, es decir, que por primera vez el PSN no llegue a servir de bisagra. Tras esta nueva engañufla generalizada, solo los acérrimos le van a conceder una nueva oportunidad. Aunque Jiménez parezca interesado en socializar el problema (en las reuniones de esta semana ha pedido comprensión), a casi nadie le importa ya si el PSN va o viene, sube o baja, se queda o se disuelve. El PSOE le ha condenado a la irrelevancia y, a partir de ahí, sin descartar una escisión, a sus votantes tradicionales no les van a faltar otras opciones políticas a las que adherirse si de verdad quieren cambio.
Si el PSN se reduce a unos pocos escaños (ahora ya tenía solo 9 de 50 y muy poco peso en Iruñerria, la zona más poblada), la derecha de UPN-PP a buen seguro reunificada ante las urnas deberá hacer un esfuerzo titánico para completar los 26. No se intuye cómo puede motivar a un electorado vapuleado por sus políticas y al que se le ha derrumbado delante el último mito: el «navarrismo» acababa en Ferraz y Génova. Esto es lo que hay, lo que han dejado ellos.