Era, y es, el momento, de dar el golpe de gracia a un movimiento, los Hermanos Musulmanes palestinos (Hamas), sin aliados internacionales más allá de Qatar y de la Turquía del AKP.
Pero la realidad es terca y los palestinos han aprendido hace tiempo que si son capaces de soportar 500 muertos los israelíes se arredran en cuanto superan las 20 bajas mortales militares. Es la debilidad de un régimen fascista sin futuro a largo plazo.
Porque, al fin y al cabo, de eso se trata. Con la histórica al-Fatah anulada políticamente -como tantos y tantos movimientos panarabistas-, Israel se enfrenta a un grave dilema: o negocia con Hamas y permite su pervivencia política o entra a saco en Gaza con el riesgo que ello supone para sus soldados y su propio gobierno.
Está claro que su superioridad militar le permite optar por una opción o por la otra. Pero la elección es importante, Porque si lograra una victoria militar, cosa harto improbable y costosa en una trampa urbana -para propios y extraños- como la Franja de Gaza, quedaría un erial fácilmente aprovechable por grupos de obediencia yihadista como el Estado Islámico que está haciendo de las suyas tanto en Irak como en Siria.
Y es que, más allá de teorías conspiranoides tan del gusto de algunos, la desesperación es un factor político de primera magnitud. En Damasco, en Mosul, en Gaza y en Jerusalén. Suya es la opción y la asunción de las correspondientes consecuencias.