Estoy de acuerdo con el lehendakari Iñigo Urkullu cuando dice que la vía vasca debe tener como modelo a la vía escocesa. Partiendo de la base de que cada pueblo y cada conflicto es distinto, y que no se pueden importar modelos de manera mimética, considero que tenemos mucho que aprender de la experiencia escocesa.
No obstante, es probable que el lehendakari y yo no estemos de acuerdo en cuáles son las cosas más interesantes del proceso liderado por Alex Salmond. Tampoco en las diferencias, evidentes para mí. Espero que no se enfade si digo que, entre otras cosas, Rajoy no es Cameron, él no es Salmond y EH Bildu no es la Radical Independence Campaign (a este paso, que Pedro Sánchez no sea Ed Miliband es algo que está por ver).
En todo caso, mi discrepancia con los líderes jeltzales en este tema es que ellos contraponen la vía escocesa a la catalana, cuando es evidente que los soberanistas catalanes han adoptado muchas cosas buenas de los escoceses. Por mencionar algunas, la profesionalidad de sus propuestas, el tono general de su eventos -ilusionantes, en clave de futuro-, la importancia que dan a las relaciones internacionales... Algunas de esas cosas las comparten los escoceses con los ingleses, puesto que, a diferencia de nosotros, han sabido desarrollar lo mejor del estado al que pertenecen, no lo peor.
Una de las grandes diferencias entre el caso escocés y el vasco o el catalán, es que nadie en Gran Bretaña niega la nación escocesa, su identidad, su cultura. Eso ha hecho que los escoceses no hayan tenido que perder el tiempo defendiendo su mera existencia. Sin embargo, tanto como consecuencia de sus luchas internas y externas, de la cultura política que en consecuencia han desarrollado ambas naciones -me refiero a Escocia e Inglaterra, ya que con todo el respeto a galeses e irlandeses, Londres ejerce de metrópoli-, y también del desarrollo de sus propias identidades nacionales, las sociedades escocesa e inglesa han ido divergiendo cada vez más claramente, adoptando posiciones más contrapuestas en cuestiones políticas transcendentales y cotidianas, tomando caminos diferentes. Tanto es así que ha llegado el punto en el que una mayoría de su sociedad ha decidido proponer a votación si tenía sentido mantener una unión política tan estricta o tomar su propio camino. Los argumentos principales para el referéndum, en consecuencia, no han sido identitarios, algo que ya está garantizado en gran medida, sino políticos: el proyecto de país que tienen y quieren los escoceses. Esa es, quizás, la parte más interesante de este proceso.
Si científicamente hablando resulta inapelable que Catalunya y Euskal Herria son naciones, naciones diferentes a la española, políticamente hablando es evidente que nuestras sociedades cada vez divergen más de la española. En los grandes debates, aquellos que son cruciales para configurar una sociedad compacta y a la vez plural, democrática, sus posiciones mayoritarias y las nuestras son diferentes, en muchos casos antagónicas. Por mencionar solo algunos de los más recientes: memoria histórica, monarquía, derechos lingüísticos, servicios sociales, educación, aborto... Por diferentes razones -estoy seguro de que en este punto las discrepancias con los jeltzales también serán considerables-, la sociedad vasca se ha desarrollado con unos consensos diferentes a los españoles. El conflicto armado ha hecho que las élites políticas hayan establecido consensos y acuerdos que, si bien las bases sociales no consideran lógicos, han traído al país hasta donde está, con sus virtudes y defectos. La superación de ese conflicto debería traer nuevos consensos y la clase política debería promoverlos con debates de país, con un debate social abierto sobre cuáles deben ser nuestras prioridades, nuestras apuestas a medio y largo plazo. El bloqueo de las consecuencias del conflicto, provocado por el veto del Gobierno español, no debería paralizar esos debates. Las decisiones que salgan de ahí darán una imagen mucho más acertada de los anhelos de nuestra sociedad, de los deseos de sus ciudadanos, de sus capacidades y de sus potencialidades.
Porque, y espero que el lehendakari esté de acuerdo en este punto, eso es ser nacionalista, sea vasco, catalán o escocés: luchar para tener una sociedad mejor, servir al país y a sus ciudadanos.
Independientemente del resultado, los escoceses nos llevan mucha ventaja en ese terreno. Esa ha sido su oferta, esa debería ser la nuestra. Sí, son un buen modelo.